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viernes, diciembre 5, 2025

“El Marciano” | Cuentos de la colonia surrealista por: Alfonso Díaz de la Cruz

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Cuentos de la colonia surrealista 

“El Marciano”

Baja las escaleras abarcando los escalones de derecha a izquierda y de izquierda a derecha, dando tres pasos por escalón, a la par que tararea un estribillo que ha inventado para tales ocasiones: “Un, dos, tres, paso y bajo (cambia de escalón y sentido). Un, dos, tres, empiezo otra vez”.

Vestido con una camisa de franela a cuadros rojos y negros que usa cada lunes, independientemente de la época del año en que se encuentre, botines de senderismo, calcetas hasta debajo de las rodillas con diseño de rombos a lo largo de la tela, bermudas color beige y unos audífonos enormes con los que rodea su cuello, “el Marciano”, como le han llamado desde que comenzó el curso, tiene prisa por abandonar hoy las instalaciones del bachillerato al que acude.

Particularmente hoy las burlas y el rechazo de sus compañeros han sido fuertes. Se ríen de él. Lo señalan, lo juzgan, le juegan bromas. Por su forma de vestir, por su timidez excesiva, por sus gustos, por su forma de ser. Y aunque se dice a sí mismo que ya debería de estar acostumbrado y que sus compañeros ven como algo normal el burlarse de él, lo cierto es que no se acostumbra y le sigue doliendo. El saber que no tiene muchas habilidades sociales y que muchos de sus gustos y comportamientos salen fuera de lo socialmente aceptado, no deberían de ser, al menos desde su lógica, motivos suficientes para ser rechazado de tal manera. Y mucho menos para recibir los constantes ataques y burlas de sus compañeros. Si tan sólo se atrevieran a conocerlo, a tratarlo un poco más, se darían cuenta de que no es malo, de que también tiene sueños e ilusiones, de que también se emociona y sabe reírse. Es sólo que ha vivido tanto rechazo que desconfía automáticamente de todos. Y pareciera que es con razón.

Evita la mirada de todas las personas con las que se cruza. Por lo regular va mirando al cielo o al suelo, donde constantemente termina debido a los empujones de Rodríguez que, en complicidad con Méndez, le propina al menos un par de veces al día. Es por ello que ni siquiera hace contacto visual conmigo, aunque pasa a un costado. Va concentrado en su cantaleta y en sus escalones que, por muy apurado que esté, no puede simplemente saltar o bajar de un solo paso. Sin embargo, lo hace a toda prisa y, al llegar al rellano final, se marcha a toda velocidad del Instituto dejando tras de sí un rastro de miradas y risas que le persiguen hasta la avenida donde, a salvo de los injuriosos compañeros, se coloca sus audífonos y, tras sintonizar una frecuencia donde solamente capta ruido blanco, rompe a llorar.

No entiende. Simplemente no entiende qué es lo que ha hecho mal. Está harto del trato recibido y se dice a sí mismo que no piensa permitirlo más. Es la última referencia visual que tendremos de él.

Al día siguiente saldrá en las noticias, juntando finalmente su nombre con su apodo; los titulares lo relacionarán en toda la ciudad, y tal vez en el país, directamente con el atentado que tendrá lugar en el Instituto. Palabras más, palabras menos se hablará de un tiroteo ocurrido en una escuela al oriente de la ciudad a manos de un misterioso encapuchado que arremetió a diestra y siniestra contra alumnos, maestros y administrativos del centro educativo. El agresor -continuará la nota-, cuya identidad aún se desconoce, fue enfrentado por Flavio Serna Godoy, apodado por sus amigos (sic) como “el Marciano”, que en un acto de valentía se lanzó contra el atacante sin importar el peligro que dicho acto suponía y logró desarmarlo. Desafortunadamente, “el Marciano” fue abatido y falleció a los pocos minutos en el lugar de los hechos. Sus compañeros y maestros lo recordarán con cariño.

Así hablarán de él. Así se acabarán las bromas. Así verán entonces sus muchas virtudes, tan sólo para expiar sus culpas. Así dejarán de molestarlo.

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