La Columna J
Eufrosina Cruz: estoicismo, palabra y montaña
“La palabra es lo más peligroso y lo más grande que el hombre ha recibido: por ella puede perderse, por ella puede salvarse. Porque la palabra no es sólo vehículo del pensamiento, sino del alma misma. Y en ella resuena todo lo que el hombre es”: María Zambrano.
Algo extraordinario de la filosofía estoica es que, desde tiempos memorables, maestros como Epicteto mantuvieron una postura firme y concisa: el saber es para todos y todas. Contrario al pensamiento dominante de su época, sostenían que la sabiduría no debía estar restringida a los varones. Y es que el estoicismo, en su esencia, es una propuesta ética y práctica orientada hacia la virtud, la templanza y la autodeterminación del espíritu.
Desde esa perspectiva, considero que Eufrosina Cruz es el ejemplo vivo de una mujer estoica: una mujer que renunció al destino impuesto y enfrentó todo tipo de adversidades. Su libro Los sueños de la niña de la montaña es una reseña de su vida y de cómo, a los doce años, desafió sus circunstancias materiales para forjarse como un ícono de justicia, equidad y honorabilidad. Aprendió español a los doce años, siendo el zapoteco su lengua materna, y llegó hasta el Congreso de la Unión para alzar la voz por los derechos de los más desfavorecidos. Legisló para hacer equilibrios, para dejar huella y para dar testimonio de lo que los estoicos llaman memento vivere, el recordatorio de vivir con plena consciencia.
Con enfoque en el presente y una tenacidad férrea, abrazó su destino. Enfrentó la vida sin queja, con esfuerzo, dejando su hogar a temprana edad para trabajar en la ciudad con el fin de costear sus estudios. Su historia es el relato de una voluntad inquebrantable. Nacida en Santa María Quiegolani, un pequeño pueblo zapoteco en la Sierra Sur de Oaxaca, Eufrosina desafió el sistema de usos y costumbres de su comunidad, el cual negaba a las mujeres el derecho a votar y ser votadas. En 2007, su candidatura a la presidencia municipal fue anulada por el simple hecho de ser mujer. Pero lo que para otros habría sido un destino sellado, para ella fue el inicio de su causa.
Como los estoicos antiguos, entendía que el cambio profundo nace desde la educación. Así lo asumió, enseñando y rompiendo con los dogmas anquilosados que muchas veces limitan la pedagogía. Su vida ha sido una cátedra de servicio, entrega y templanza. Fue diputada local, presidenta del Congreso de Oaxaca, diputada federal y funcionaria pública. Su voz, firme y dulce, es símbolo de resistencia y de dignidad. Inspiró a miles de mujeres a levantar la voz frente a la injusticia, a decidir sobre sus vidas y destinos con valentía.
Forjó su carácter enfrentando desde niña la pobreza material, la desigualdad sistémica, el machismo y el lastre cultural. Pocos creyeron que aquella niña de huaraches pisaría los recintos del Palacio Nacional, de la ONU y del Congreso, para luego volver a su tierra natal, erguida y firme, como ejemplo de que la virtud es siempre un camino posible y necesario.
A menudo olvidamos que la política, en su forma más noble, no es una técnica para administrar el poder, sino una vocación para servir. En ese sentido, Eufrosina Cruz ha elevado la política al plano ético que los antiguos filósofos exigían. Como en los escritos de Séneca, su historia es un recordatorio de que la verdadera libertad comienza cuando uno decide ser fiel a su conciencia, sin doblegarse ante la injusticia. No hizo de la victimización una bandera, sino de la superación un estandarte. No buscó venganza, sino justicia. Su liderazgo no es ruidoso, pero sí profundamente transformador; es el liderazgo que emerge de la raíz, que crece en silencio como los árboles firmes, y que al florecer no olvida jamás la tierra que lo sostuvo. Por eso su presencia incomoda a los poderosos y alienta a los humildes: porque recuerda que la dignidad no se implora, se ejerce.
Toda obra necesita ejemplos que inspiren. Eufrosina es uno de ellos. Ella nos enseña que la perseverancia debe estar al servicio del bien, que rendirse no es una opción, que la vida que vive para servir, sirve para vivir. Que el coraje permite enfrentar el miedo y la adversidad, y que la disciplina vale más que las trampas que extiende el camino. El legado estoico sigue vivo en mujeres como ella. Su vida es testimonio de una ética aplicada, de una filosofía hecha carne, de una voz que se alzó desde la montaña para recordarnos que el destino no se hereda: se construye.
“Mi voz viene de la montaña, de una niña que decidió que el destino no se hereda, se construye”: Eufrosina Cruz Mendoza.
In silentio mei verba, la palabra es poder.




