La disputa entre Donald Trump y Elon Musk ha dejado de ser una pelea de millonarios en redes sociales para convertirse en una advertencia directa desde la presidencia: si Musk financia a candidatos demócratas que se opongan a su agenda fiscal, enfrentará “graves consecuencias”. Trump, quien hasta hace poco presumía de su cercanía con el magnate de Tesla y SpaceX, ahora lo señala como un obstáculo para la aprobación de su ambicioso —y controversial— proyecto de recorte de impuestos y gasto público.
El origen del conflicto fue el “Gran Hermoso Proyecto de Ley”, como lo ha calificado Trump, cuyo contenido fue duramente criticado por Musk. El empresario lo tachó de “abominación repugnante”, argumentando que aumentaría el déficit y dejaría a casi 11 millones de personas sin seguro médico. No se trata de un simple berrinche ideológico: la Oficina de Presupuesto del Congreso estima que esta legislación añadirá 2.4 billones de dólares a la deuda nacional en una década. A pesar de ello, Trump confía en que será aprobada antes del 4 de julio, y hasta considera que las críticas han fortalecido su visibilidad.
Lejos de una discusión técnica, lo que siguió fue una serie de ataques mutuos donde las redes sociales sirvieron de campo de batalla. Musk, usualmente elogiado por la derecha por su activismo empresarial y por sus gestos antirregulatorios, pasó de aliado estratégico a enemigo público. Entre sus publicaciones, llegó a sugerir —sin pruebas— que Trump está implicado en el encubrimiento de información sobre el caso Jeffrey Epstein. El presidente respondió que son “noticias viejas” y “puras tonterías”.
Trump, por su parte, no solo expresó su decepción por la postura de Musk, sino que dejó entrever represalias económicas: la cancelación de los lucrativos contratos federales que las empresas del empresario mantienen con el gobierno. “La forma más fácil de ahorrar dinero es cancelar los subsidios y contratos de Elon”, escribió en Truth Social, deslizando que podría hacer lo que, según él, Biden nunca se atrevió.
El vicepresidente JD Vance intentó contener la escalada, reconociendo el valor empresarial de Musk pero calificando sus críticas de “emocionales” y “desproporcionadas”. Según Vance, Trump ha sido “contenido” frente a los ataques y sigue creyendo que, si Musk “se calma un poco”, podría haber reconciliación. Sin embargo, el propio Trump ha declarado tajantemente: “No tengo intención de hablar con él. Estoy ocupado haciendo otras cosas”.
Más allá del drama personal, lo que está en juego es el uso del poder presidencial como arma política. Las amenazas veladas de Trump recuerdan que, en su estilo de gobierno, disentir tiene costos. Musk, con su influencia tecnológica y económica, se convierte así en ejemplo de lo que ocurre cuando un aliado se vuelve crítico: la deslealtad se paga con el poder del Estado. En un contexto donde los contratos gubernamentales pueden decidir el rumbo de empresas como SpaceX o Starlink, la advertencia no es menor.
Algunos sectores republicanos han pedido una reconciliación entre ambos, pero la narrativa oficial parece clara: Trump no olvida ni perdona. En una democracia funcional, disentir con el presidente no debería conllevar amenazas económicas. Pero en la arena de Trump, la política se juega también con los hilos del presupuesto, los contratos y la reputación pública. Musk parece haberlo aprendido, aunque aún no sabemos si decidirá pagar el precio de su desacuerdo o buscará, como otros antes, regresar “al redil”.




