En el tablero político estadounidense, pocas piezas se mueven sin provocar reacciones de alto voltaje. Esta vez, el conflicto estalló entre dos de las figuras más influyentes del país: el presidente Donald Trump y el magnate Elon Musk, exasesor, aliado financiero y antiguo director del Departamento de Eficiencia Gubernamental (DOGE). Lo que comenzó como una alianza funcional terminó en una guerra pública de declaraciones, acusaciones y amenazas comerciales que obligó a Musk a dar un paso atrás.
El desencadenante fue la agresiva crítica de Musk al nuevo paquete fiscal promovido por Trump, al que calificó como una “abominación repugnante”. El CEO de Tesla y SpaceX denunció que dicha reforma aumentaría el déficit y contenía “despilfarro escandaloso”. En su plataforma X (antes Twitter), donde ejerce una influencia desproporcionada, pidió incluso eliminar la ley y convocó a sus seguidores a presionar a sus representantes. Trump, por su parte, respondió con desdén: se dijo “muy decepcionado” y lo acusó de haber cambiado súbitamente de postura pese a conocer a fondo los detalles del proyecto. En tono más directo, lo llamó “loco” y amenazó con cancelar los contratos federales con sus empresas.
El conflicto escaló cuando Musk insinuó que Trump aparecía en archivos clasificados relacionados con el pedófilo convicto Jeffrey Epstein, acompañando la acusación con fotos y videos antiguos del presidente junto al financista. Aunque luego eliminó los mensajes y no presentó pruebas, el daño estaba hecho. Musk también ironizó sobre el peso de su apoyo electoral, sugiriendo que sin él, Trump no habría ganado las elecciones ni controlado el Congreso. El presidente replicó restándole importancia, asegurando que no pensaba hablar con Musk “por un tiempo”.
La respuesta del entorno republicano tampoco se hizo esperar. Steve Bannon pidió investigar a Musk por supuestas adicciones y lo acusó de traición política. Mientras tanto, el ruido mediático crecía, desde podcasts políticos hasta programas de sátira nocturna. Todo esto ocurrió en paralelo a otro frente: las protestas migratorias en Los Ángeles, que desviaron parcialmente la atención pública.
Tras días de tensión, Musk reculó. En una publicación conciliadora en X, se disculpó por haber ido “demasiado lejos” y borró algunos de los mensajes más polémicos, incluido el que mencionaba a Epstein y el que insinuaba un juicio político a Trump. También apoyó una publicación que pedía una reconciliación entre ambos, gesto que fue leído como un intento de enfriar el conflicto, en un contexto donde Tesla había subido 2.4 % en la bolsa alemana tras su cambio de tono.
Desde el entorno de Trump, la posibilidad de una tregua no está descartada. El propio presidente, en entrevista con el New York Post, aseguró que no guarda rencor y que la situación “lo sorprendió”. Aunque aclaró que no ha pensado mucho en Musk últimamente, reconoció que “sabía todo” sobre el proyecto fiscal, lo que agrava su desconcierto ante las críticas. Incluso el padre de Musk, Errol, intervino desde Sudáfrica: calificó el conflicto como un “error” de su hijo y auguró una pronta reconciliación.
Este episodio ilustra no solo las tensiones en el corazón del trumpismo empresarial, sino también los riesgos de trasladar las disputas políticas al terreno de las redes sociales. Cuando la política se hace a golpe de tuit, las disculpas públicas no siempre bastan para contener las consecuencias económicas y reputacionales. Para Musk, el costo de romper filas podría medirse no solo en seguidores, sino en contratos y credibilidad. Y para Trump, la lealtad sigue siendo una moneda cara, incluso entre multimillonarios.




