En medio de una escalada bélica entre Estados Unidos, Israel e Irán, el Parlamento iraní ha recomendado el cierre del estrecho de Ormuz, una de las arterias energéticas más importantes del planeta. Aunque la medida aún debe ser aprobada por el Consejo Supremo de Seguridad Nacional iraní, la sola posibilidad ha encendido todas las alertas diplomáticas, económicas y militares a nivel global.
El estrecho de Ormuz, un corredor de apenas 33 kilómetros en su punto más angosto, por donde fluye alrededor del 20% del petróleo mundial y casi la totalidad del gas natural licuado de Qatar, ha sido históricamente un punto neurálgico del comercio energético. Su relevancia geoestratégica no es nueva, pero el actual contexto lo convierte en una pieza crítica de un ajedrez donde los movimientos no son simbólicos, sino potencialmente disruptivos para la economía global.
La propuesta de cierre por parte del Parlamento iraní llega como respuesta directa a los recientes bombardeos estadounidenses sobre instalaciones nucleares clave como Fordow, Natanz e Isfahán. Estos ataques se suman a una serie de ofensivas israelíes que han causado más de 400 muertes y miles de heridos, en su mayoría civiles iraníes, según reportes recogidos por Press TV y la agencia oficial iraní. En contraste, Israel ha registrado 24 fallecimientos.
Desde Washington, el secretario de Estado Marco Rubio no solo minimizó el impacto que tendría el cierre de Ormuz para la economía estadounidense, sino que exhortó abiertamente a China —principal comprador de crudo iraní— a interceder para evitarlo. “Sería un suicidio económico para ellos”, declaró Rubio en Fox News, enfatizando que “nosotros tenemos opciones para afrontarlo”. Lo que no dice abiertamente, pero subyace, es que esas “opciones” podrían incluir una respuesta militar para reabrir el paso, como ya ocurrió en los años 80 durante la llamada “guerra de los petroleros”.
Desde Pekín, la reacción ha sido más diplomática. A través del Global Times y su representación ante la ONU, China condenó el uso de la fuerza por parte de EE.UU. y llamó a la desescalada. No obstante, el gigante asiático no ha emitido aún una postura pública sobre el cierre del estrecho. Esto es particularmente delicado, dado que más del 84% del petróleo y gas natural licuado que transita por Ormuz se dirige a mercados asiáticos. China, en concreto, importa más de 1.8 millones de barriles diarios desde Irán, según estimaciones de Vortexa y la EIA estadounidense.
La posibilidad de un cierre no es una mera amenaza retórica. Irán posee capacidad militar para ejecutar un bloqueo, sea mediante minas navales, submarinos o ataques con lanchas rápidas del Cuerpo de la Guardia Revolucionaria Islámica. Sin embargo, también hay consenso entre analistas energéticos como Vandana Hari (Vanda Insights) y Warren Patterson (ING Research) de que, aunque factible, el costo para Teherán sería altísimo. Provocaría represalias de sus vecinos del Golfo —hasta ahora relativamente neutrales— y alienaría a su mayor aliado comercial, China.
Desde los mercados, la amenaza ha sido suficiente para provocar una ligera volatilidad: el crudo Brent superó brevemente los 80 dólares por barril, aunque posteriormente se estabilizó. Aún así, expertos como Rob Thummel (Tortoise Capital) advierten que una interrupción sostenida podría empujar los precios hasta los 100 dólares o más, mientras que Patterson prevé que, de prolongarse el cierre, los precios podrían incluso superar los 150 dólares por barril, como en 2008.
Más allá del impacto inmediato en los precios del petróleo, lo que está en juego es la credibilidad de los actores involucrados. Irán ha amenazado en numerosas ocasiones con cerrar Ormuz, pero nunca lo ha hecho. Esta vez, sin embargo, las condiciones han cambiado: los ataques directos a sus infraestructuras nucleares y civiles, la presión externa creciente, y un entorno internacional menos dispuesto a mediar podrían llevar la amenaza más allá del discurso.
El dilema iraní es claro: cerrar el estrecho podría mostrar fuerza ante sus enemigos, pero también poner en riesgo su propia estabilidad económica y relaciones internacionales. Un equilibrio tan precario como el de los superpetroleros que cada día navegan los tres kilómetros de ancho útil de Ormuz.




