Todxs hemos visto esta historia: una pareja de adultos es captada en un concierto de Coldplay en Massachusetts, incluso Chris Martin, vocalista de la banda británica, los señala diciendo “Miren a estos dos” sin saber el caos que desataría. Sus sonrisas y las muestras de cariño inmediatamente desaparecen y proceden a cubrirse la cara con las manos o a salir fuera de cuadro. “O bien tienen una aventura o simplemente son muy tímidos”, bromeó Martin.
Aunque la primera reacción de la audiencia fue no darle vueltas al asunto y simplemente reírse del suceso, el video llegó a redes sociales. La clásica historia: el video se hizo viral y el internet se puso manos a la obra. Según los usuarios, se trataba de un CEO de una empresa de Software y la jefa de Recursos Humanos de la misma empresa. ¿La sorpresa? Ambos tenían parejas e hijos, pero no uno con el otro.
En un escenario distinto, sería tema de conversación y casualmente bromearías con eso. Pero en este escenario un chisme se convirtió en mucho más: miles de medios cubriendo este fenómeno, una estrategia de marketing que incluye playeras en Etsy con el eslogan “Llevé mi sidepiece al concierto de Coldplay y arruinó mi vida”, nuevas tendencias en relación a las kiss cam, una increíble cantidad de memes (no mientas, por ahí uno te hizo reír) y muchos artículos de opinión analizando esto. Sí, este incluído.
¿Por qué las historias de infidelidad nos convierten en justicieros de relaciones ajenas?
Ojalá la historia terminara así nada más, como un meme que se hace viral y al siguiente día todo mundo se olvida de él. Pero este caso escaló hasta encontrar los perfiles personales de los empresarios y de sus respectivas parejas, acompañado de un acoso colectivo con el fin de que estuvieran “enterados” de la situación de infidelidad.
Y a ver, claro que puede ser satisfactorio ver a dos personas probando una cucharada de su propia medicina, sumándole que son millonarios y que son adultos que deben tomar responsabilidad por sus acciones, pero ¿qué tan genuina es esta reacción? ¿De dónde surge esta necesidad de castigarlos? ¿No es castigo suficiente revelar sus identidades, sus trabajos, y datos personales de su familia?
Porque sí, más que un simple meme que sacudió las redes sociales esta última semana, se ha convertido en un ritual de humillación pública provocado por millones de personas en internet desconocidas. De repente ya no se trataba del CEO de una empresa y su amorío con la de RH. Ni se trataba de Coldplay. Se trata de “exigir justicia” y celebrar los castigos correspondientes, a costa de cualquier cosa.
A raíz del incidente, la cuenta de LinkedIn del CEO fue desactivada y se empezó a difundir un comunicado donde se disculpaba y pedía privacidad, expresando que le resultaba perturbador que se haya hecho público un momento que se suponía debía ser privado. Sin embargo, este comunicado fue desmentido y hasta la fecha no ha habido una postura de su parte, ni de la empresa, ni de Coldplay. Lo que sí, es que se anunció que fue despedido de la empresa.
Ahora, la funa en redes sociales carece de un principio básico: responsabilizar a las personas de sus errores. Hoy se salta directamente al señalamiento, al castigo, al acoso y a la humillación pública. Pensamos que estamos asumiendo un rol de justicieros por causas que realmente nos importan, pero la causa es lo de menos. Lo que nos importa es ver cómo se va a traducir el castigo y medimos su éxito basándonos en qué tanta satisfacción nos da.
Y si no alcanzas a ver el problema de alegrarte por ver arruinada la vida de un completo desconocido por haber cometido un error, quizá la infidelidad no sea lo más grave de esta historia.
