Opciones y decisiones
Ser aspirantes del futuro, la opción
La encrucijada en que nos encontramos las y los ciudadanos de México, al día de hoy, es elegir, simple y llanamente, entre mandar al olvido los últimos treinta años de vida democrática -en ciernes, cierto- o bien mantener fiel memoria de lo que ha hubimos conquistado y, por ende, esperar contra toda esperanza que ese es precisamente el futuro que anhelamos. La evidencia de la Cosa Pública/Res-Publica que aquí y ahora nos salta a la vista, es la de un campo desolado, un sembradero de escombros de las instituciones, agencias, institutos autónomos con fines y recursos propios, que fincaron la construcción de la República Democrática que hubimos venido edificando.
Las “reformas constitucionales” instauradas por el Movimiento de Regeneración Nacional, Morena, en el sexenio pasado; más la continuidad destructiva de las recientes del presente régimen de autollamada Cuarta Transformación claman, no tan sólo a un examen a fondo de su sentido y significado real; sino, a una toma de decisión inequívoca por la cesación de sus nefastos efectos tanto sobre el Estado de Derecho que funda nuestra auténtica forma de Estado Nacional, autónomo e independiente, como sobre la estructura gubernamental -hoy extremadamente vilipendiada-, al ser suprimida de tajo la naturaleza tripartita de la Federación, en cuyo seno veníamos viviendo desde el evento fundacional de nuestra Independencia nacional.
¿Imperfecta vida política? A no dudar, pero, siempre avanzando en un continuum de crecimiento económico y desarrollo político, a fuerza de voluntad civil, ciudadana, y de actores públicos de indiscutible contribución a la construcción de la Nación Soberana, de la que aprendimos a enorgullecernos; entiéndase y escúchese bien, nuestro Himno Nacional y Emblemas Patrios. Lo que hoy nos plantea una minoritaria facción electora de aproximadamente 15 millones de supuestos militantes de la Cuarta Transformación (contra por lo menos 85 millones de electores no-alineados), blandiendo una espuria “mayoría constitucional” -ficticia, trucada y fundada en una farsa “parlamentaria”-, tiene pies de barro en un “Congreso” que ni representa a la Unión en su totalidad, ni incorpora a todas las fuerzas políticas de signo político. En realidad es un “Legislativo” que emite normas de papel, que en realidad son de paja; y bajo una farsa de máscaras de “legalidad” hechas “Decretos” sin debate público auténtico, y por tanto, sin consenso alguno con el resto de las minorías del país.
El otrora Poder Judicial existente, ya fenece y para el mes de septiembre próximo será inexistente. Queda operante un aparato burocrático alineado, subsirviente del Poder Ejecutivo con visos evidentes de suma incompetencia, y máxima parcialidad. La palabra del círculo rojo, en el poder central que lo reedita, ni es Palabra creadora, ni genera certidumbre alguna de Justicia, ni es autónoma e independiente para servir a la Impartición de Justicia al servicio auténtico de la ciudadanía. Se perfila como una élite emisora de fallos cargados del interés político que los está colocando en los estrados del pronunciamiento formal de dictámenes cargados de interés, que no de la Justicia “ciega y expedita”.
En suma, estamos ante un entorno político de supuesta mayoría “popular” que le permite al grupo en el poder accionar las más aberrantes derivas de la vida pública. Lo dicho es suficiente como para tomar en serio la opción por la esperanza de reconstitución de aquellos pasos, que por hoy están perdidos. Sí, el entorno público es deplorable. Pero, la hechura, figura y talante de un mexicano de a de veras es no quebrantable. Por eso, asoma en nuestro horizonte la visión del mundo fundada en la esperanza. Quien crea que para evadir esta coyuntura, basta con ‘no darse por enterado’, o quedarse impávido ante el salvaje desfonde de nuestras teorías y estructuras -no infalibles por sí solas-, pero sí fundantes de una Historia patria, repleta de gestas, hechos y dichos con una tensión franca hacia la dignidad, la emancipación, la grandeza de espíritu y el temple de una convivencia comunitaria digna de seres humanos en caminos de superación y desarrollo integral. La abdicación a estos valores no creo que sea opción, el ostracismo o huída de la necesaria convivencia pública, tampoco. Por eso prevalece el ánimo de confianza, es decir, de la esperanza en un futuro capaz de darnos vida y posibilidades de futuro.
Acerca de este valor, la axiología nos propone un bien por ahora inexistente, o no presente, pero que puede manifestarse en un futuro anticipado. Grandes pensadores se han ocupado en reflexionar sobre su aportación y significado para la existencia humana. Yo he elegido la siguiente propuesta.
Para san Agustin, la esperanza, propiamente se refiere a la actitud de un sujeto que aguarda un mejor mañana, y por mejor mañana se ha de entender un instancia más allá del ahora en que el bien incide en la propia vida, (Cf. Enchiridion, VIII -471-) (Esperanza en San Agustín. Cargado por Erlaine Zapata Duque, agosto 26, 2020, es.scribd.com/).
De manera que ella nos sitúa en una tensión de futuro. Algo de lo cual nosotros debemos hacernos cargo. No se trata de una espera pasiva, hay que actuar. Consecuentemente, el peso y la dirección axiológica de este bien nos impulsa a buscarlo con esmero, con energía comprometida. Como algo que ya tengo, pero todavía no del todo. Y, lo más importante, se trata de un bien colectivo, por lo que exige una acción solidaria, una concurrencia de voluntades y mentes por conseguir un beneficio colectivo. Debemos salir al encuentro de otros, aquellos que decidan y quieran mirar en la misma dirección.
Por tanto, hay que asumir que la esperanza no trata del presente, sino siempre del futuro, de lo que se avecina, de lo que vendrá; pero, también, es preciso remarcar, que no se ha de referir a cualquier mañana, sino solamente de aquél en el que la bondad -el bien auténtico u objetivo- se hará presente (Ut supra, op.cit. Esperanza en San Agustín).
En donde, el bien queda anclado en el mañana en que se hace presente. Su consecución nos precisa un tiempo muy preciso en que es cumplido. Por lo que su búsqueda no es errática, tiene que tener un foco muy preciso para su plena manifestación.
La consideración del bien objetivo es importante para determinar la autenticidad de la esperanza, ya que, propiamente, no es tal la actitud que aguarda un bien aparente. Dicho de otro modo, la esperanza en los bienes terrenos no sacia, no plenifica integralmente, es un engaño (Cf. Sermo CCCXIII F, 2 -585-).
La esperanza genuina nunca tendrá por objeto de anhelo “las cosas” (que propiamente son) volubles y deleznables (Ciudad de Dios I, XXIX -118-). A lo que sigue una vehemente exhortación a la máxima esperanza que es en Dios mismo, y del cual evoca la imagen de un camino que no culmina sino en su encuentro final.
Efectivamente, nuestro bien anhelado no es una cosa, sino un estado de cosas tal que es capaz de aglutinar a toda una comunidad en su entorno. Se trata de una nueva realidad de comunicación y de comunión humana y societal. Pero, de tal calidad, que es capaz de soportar la vida de todos y, al mismo tiempo, de darles toda suerte de condiciones de posibilidad y viabilidad de futuro.
- como solución a un dilema, muy comprensible por cierto, se nos evoca la importancia de recordar el punto de partida del cual venimos. No tenemos por qué abdicar del antecedente gracias al cual nos ponemos en tensión de futuro. He aquí su formulación:
Pareciera que aquello -la expectativa, la esperanza- resultaría contradictorio con el otro elemento, la memoria, dado que esta se refiere al depósito (pasado) de todas aquellas cosas que fueron percibidas por los sentidos; sin embargo, en la concepción agustiniana hay una concordancia entre las dos realidades, pues la memoria como almacén de todo lo vivido y creído sirve de base para cotejar, comparar, imaginar las realidades futuras (Filosofía en la Red. Memoria y esperanza en las Confesiones de San Agustín. Autores invitados. 24 de julio de 2024, https://shorturl.at/AJRfa).
A fin de cuentas, no hay razón para dejar pasivamente que “las cosas” ocurran, sin importar qué consecuencias hubieran de traer a nuestra vida personal y pública; hay que ponernos en tensión de futuro para “esperar” el porvenir que sí anhelamos y del cual somos dignamente aspirantes.




