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viernes, diciembre 5, 2025

De política, una opinión / Hugo Chávez: caudillismo que daña la democracia

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El presidente venezolano, Hugo Chávez, es un caso más de interés para el estudio político de la democracia; en la historia de la actual formación social capitalista, en la que la democracia ha sido el instrumento idóneo para el gobierno de las naciones con grandes poblaciones, observamos una interesante polémica acerca de si, en verdad, es útil y necesaria para poder gobernar esas naciones.

El debate lo plantea, de manera interesante, Robert Michels, en su obra Los partidos políticos, del año 1962, cuando habla de la democracia y la ley de hierro de la oligarquía. Expone las opiniones acerca de la viabilidad de la práctica de la democracia: las escuelas socialistas consideran que podrá alcanzarse un orden democrático auténtico, en un futuro –no por ahora-; la opinión aristocrática, dice Michels, considera realizable la democracia, aunque peligrosa; y el llamado mundo científico, siendo uno de ellos el italiano Gaetano Mosca (autor de la obra La clase política), manifiesta una tendencia conservadora que niega la posibilidad de la democracia.

Al citar Michels a Mosca, explica la existencia de la clase política en una nación, como minoría y dominante que considera al gobierno democrático de las masas como legal, pero que no corresponde a los hechos; las masas son incapaces de autogobernarse, por lo que requieren de la clase política, como minoría organizada, que les imponga el orden (motivo por el que los antiguos intelectuales socialistas consideraban que la democracia se lograría en el futuro, después de la dictadura del proletariado).

La lucha democrática se reduce, por lo tanto, a la pugna de una antigua minoría que defiende su predominio, contra otra nueva minoría que busca el poder político. Concluye Michels, impulsando el pesimismo hacia la práctica democrática, “que la sociedad no puede existir sin una clase “dominante” o “política”, y que si bien los elementos de la clase gobernante están sujetos a una renovación parcial frecuente, constituyen, sin embargo, el único factor de eficacia perdurable en la historia del desarrollo humano”. Es así que se forma el principio político –en este contexto- de que a una clase dominante le sigue inevitablemente otra, con las mismas características y defectos.

El contexto autoritario de esta visión de la democracia nos liga necesariamente a un factor presupuestal de la democracia: la educación; el autoritarismo “democrático” requiere, para su reproducción social, de las “masas ignorantes”. De esta manera la educación se constituye en el elemento distintivo de la democracia practicable y posible –aunque imperfecta, como diría Robert Dahl-, de aquélla vista como irrealizable.

Considero que es aquí donde podemos encontrar el origen de los caudillismos; sobran los ejemplos de presidentes “democráticos” casi eternos, que por hacer el bien a las poblaciones pobres han tenido que modificar sus constituciones políticas para poder reelegirse indefinidamente. Baste recordar los casos de algunas naciones árabes, como fue el de Libia, cuyo presidente Kadafi inició, hace muchos años, con un alto espíritu socialista.

Valga aclarar que el problema no es el socialismo en sí, ya que es una corriente social y política necesaria e indispensable para el equilibrio de la democracia de las naciones; el problema es el cómo entienden algunos gobernantes lo que ellos llaman socialismo.

Hugo Chávez llega al poder gubernamental de Venezuela en el marco de la democracia, después de haber intentado llegar por la vía autoritaria del golpe de estado; las reformas constitucionales que ha llevado a cabo para reelegirse como presidente, significan que, en el fondo, su visión de gobierno y de democracia sigue siendo la misma del intento golpista.

Para Chávez es obligadamente necesario permanecer en el poder para erradicar la pobreza de la población venezolana; es claramente el elemento alimentador del espíritu caudillista que lo mueve. El efecto de los gobiernos de caudillos en sus naciones, termina siendo -ya en el extremo- la guerra civil.

Se da un proceso de deseducación política que lleva a la población, en general, a aceptar las decisiones de gobierno, aunque sean anticonstitucionales; de esta manera, el Tribunal Supremo de Justicia informa que no es necesaria la nueva toma de posesión del presidente Chávez, debido a que hay continuidad administrativa y se puede postergar el acto protocolario (La Jornada, 10 Enero).

La deseducación hace que se fomente la subordinación a un jefe que se presenta como irremplazable: Jesse Chacón, compañero de armas del todavía presidente venezolano dice que hay chavismo sin Chávez, y Nicolás Maduro, vicepresidente, y Diosdado Cabello, presidente de la Asamblea Nacional, se declaran soldados e hijos leales de Chávez (La Jornada, 11 Enero). Sin embargo, los cambios en el gobierno también se están dando: Chávez nombra desde Cuba a Elías Jaua Canciller y Vicepresidente político de gobierno, quien afirma que no hay condición real para que el país se desestabilice.

La oposición venezolana reclama que si Chávez puede firmar un nombramiento como el de Jaua, significa que puede regresar a Venezuela y explicar la circunstancia que está viviendo; Maduro responde difundiendo el parte médico que informa que ha sido controlada toda fase de infecciones del presidente.

Con este panorama, lo que podemos apreciar en Venezuela es la fuerte división política que vive, el retraso económico cada vez más patente en la calidad de vida de la población, y, particularmente, la regresión democrática que está teniendo, no obstante, el reciente triunfo en las elecciones de gobernadores de los departamentos. Es de desear al pueblo venezolano que pronto puedan resolver, constitucionalmente, la delicada circunstancia por la que pasan. Las buenas intenciones y los buenos propósitos sociales del presidente Hugo Chávez no deben perderse ante estrategias políticas que dañan a la democracia.

La educación política de la sociedad debe impulsarse desde los gobiernos y los partidos políticos; la creencia en la democracia no es un acto de fe. Es una necesidad de convivencia que permite que la pluralidad y la diversidad, en todos los órdenes, tengan cabida en las sociedades actuales.

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