El peso de las razones
Habitar entornos epistémicos hostiles
En nuestros días, a menudo se habla de charlatanería (bullshit), desinformación, ‘otros datos’, teorías de la conspiración, pseudociencias y pseudoterapias, posverdad, ‘noticias falsas’ (fake news), ultrafalsos (deepfakes), negacionismo, infodemia y propaganda. Con algunos de estos términos se pretende designar condiciones que surgen de cambios culturales y tecnológicos sin precedentes; otros hacen alusión a circunstancias que guardan estrechas similitudes con prácticas humanas muy arraigadas. Al margen de las peculiaridades de los fenómenos que cada uno pretende caracterizar, todos apuntan a que encontramos elementos en nuestro entorno que crean obstáculos, impedimentos o trampas para la obtención de conocimiento y comprensión mediante el apto ejercicio de nuestras capacidades.
Estas situaciones ponen de relieve de manera enfática diversas dimensiones sociales del conocimiento. Dadas nuestras limitaciones perceptuales para adquirir información valiosa, dependemos epistémicamente de otros para obtener conocimiento a través del testimonio. Con el fin de evaluar rigurosamente puntos de vista, contamos con mecanismos institucionales para incentivar la pluralidad de perspectivas y cultivar el desacuerdo. Debido a la complejidad de algunos de nuestros objetivos sociales, el trabajo cognitivo necesario se fragmenta y distribuye. Testimonio, desacuerdo y división del trabajo cognitivo ilustran dramáticamente aspectos sociales del conocimiento. En tanto son cooperativas, estas interacciones potencian nuestras capacidades de maneras asombrosas.
Sin embargo, las dimensiones sociales del conocimiento también nos exponen a ciertas vulnerabilidades. Nuestros informantes, ya sea de manera intencionada o no, pueden inducirnos a creencias erróneas, inexactas o poco confiables. Ante la estridencia y la persistencia de ciertos desacuerdos, podemos asumir erróneamente que las partes involucradas merecen la misma consideración, sin que ninguna esté exenta de dudas razonables. Debido al entramado en que se distribuyen las tareas cognitivas, pueden producirse ilusiones concernientes a la experticia o falta de ella, que afectan a gran escala la confianza en nuestros esfuerzos colectivos.
Actualmente, los contextos que habitamos están plagados de señales desorientadoras. Dada la complejidad inherente a descifrar cómo son las cosas en diversos ámbitos cruciales para nuestras decisiones individuales y colectivas, sería poco realista esperar que lo logremos sin apoyarnos en otras personas. Por eso, nuestros entornos enrarecidos pueden ser un riesgo para los individuos y para los grupos. En nuestra época, se ha sugerido que pueden dar lugar a efectos desconcertantes tanto por su escala como por su magnitud. Entre ellos, es común que se mencionen la manipulación masiva, la incertidumbre generalizada, la erosión de las instituciones, la ruptura de la confianza social, la polarización y la radicalización, entre otros similarmente alarmantes.
¿Cómo hemos de enfrentar estas situaciones? Recientemente, el tema ha recibido una amplia cobertura desde diversas disciplinas académicas. En una serie libros que han tenido una rápida adaptación a nuestro idioma -al parecer, con una muy amplia aceptación-, el filósofo Lee McIntyre ha identificado varios de estas situaciones, advirtiendo sobre sus peligros y ofreciendo consejos para afrontarlos. Aborda temas como la posverdad, el negacionismo de la ciencia y la desinformación. En su reciente libro La ciencia en cuestión. Disenso, negación y objetividad, el filósofo Antonio Diéguez ofrece también diagnósticos y recomendaciones frente a muchas de estas situaciones. Jason Stanley examina algunas de sus preocupantes manifestaciones y consecuencias en la arena política en su libro Cómo funciona el fascismo. Los historiadores Naomi Oreskes y Erik Conway han ofrecido nutridas descripciones y análisis de cómo algunos casos recientes afectaron a instituciones científicas, con profundas reverberaciones políticas y económicas. En No hemos sido engañados, el científico cognitivo Hugo Mercier se ha servido de varios ejemplos que han capturado la atención de los medios para cuestionar supuestos ampliamente compartidos sobre de qué tan amplios y qué tan alarmantes son algunos de estos fenómenos.
Como esta literatura ilustra, siguen existiendo debates sobre cómo caracterizar estos fenómenos, desde qué perspectivas teóricas es fructífero abordarlos, cuál es su magnitud e impacto, así como en qué consisten los desafíos y daños epistémicos que producen. Sin embargo, parece surgir un consenso sobre la precariedad de nuestra posición. Para navegar a través de estos territorios hostiles, no basta que confiemos en el virtuoso ejercicio de nuestras capacidades cognitivas individuales. Tampoco parece que sea sensato atribuir exclusivamente responsabilidad a las víctimas de sus efectos, acusándolas en incurrir en vicios epistémicos. No es razonable exigir que todos estemos máximamente alertas todo el tiempo de todo lo que ocurre a nuestro alrededor. Como muchos de nuestros ancestros que se vieron forzados a transitar por terra ignota, debemos encontrar nuevas formas colectivas de adaptarnos y prosperar, reconociendo las limitaciones y adversidades que enfrentamos en nuestra vida cognitiva.
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