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domingo, diciembre 21, 2025

Yo no soy chismoso | Cuentos de la colonia surrealista por: Alfonso Díaz de la Cruz 

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Cuentos de la colonia surrealista 

Yo no soy chismoso

Yo no soy chismoso, pero ayer por la noche (o anoche, para no defraudar a los puristas del lenguaje) arrestaron a mi vecino.

Fue poco antes de la medianoche. Y se hizo sin grandes escenas, libre de violencia y ruido. Libre también de la mirada morbosa de la mayoría de los vecinos.

Y no es que yo me la pase pegado a la ventana esperando que ocurra algo a esas horas en las noches de domingo o que suela asomarme a la primera de cambio en el ambiente para ver qué es lo que ocurre en el mundo. Soy más bien del tipo antisocial y mis interacciones con mis vecinos se limitan a saludar con un buenos días, buenas tardes o buenas noches, dependiendo de la hora si me los encuentro cuando salgo de casa o regreso a ésta. Ni siquiera sé sus nombres, o si tienen hijos, o a qué se dedican. A lo sumo puedo afirmar que a uno de ellos le gusta mover los muebles de su casa a tempranas horas de la madrugada entre semana y que la vecina de enfrente cuida mucho de su jardín. De ahí en más, no sé nada de mis vecinos. Salvo que el vecino que arrestaron vivía con una muchacha y una niña; que son presumiblemente, aunque no me consta, su esposa y su hija.

¿Entonces cómo supe yo, se preguntarán ustedes, que anoche poco antes de la medianoche arrestaron a mi vecino, si no soy alguien metiche y morboso? Sobre todo si recordamos que afirmé que se lo llevaron sin grandes escenas, libre de violencia y ruido.

Pues la respuesta es sencilla. Me los topé. A ellos, los policías, y a mi vecino.

Así, sin más.

Regresaba yo a casa después de haber ido al cine con mi novia y, cuál sería mi sorpresa al dar la vuelta hacia mi calle, con que no podría meter mi automóvil a la cochera precisamente porque afuera de la misma, justo a la mitad de la calle, había estacionada una patrulla. Detrás de ella, con las torretas apagadas, al igual que la primera, otra patrulla estacionada frente a la casa de mi vecino.

Al principio claro que me asusté, y no por verme imposibilitado de meter mi automóvil en la cochera, ya que a fin de cuentas podía estacionarme entre la patrulla y mi casa, cosa que hice. Lo que hizo que me asustara no fue eso, sino el hecho de que estuviesen precisamente ahí, afuera de mi casa y las luces de la casa del vecino prendidas.

¿Es que acaso pasó algo en mi casa? ¿Se metieron a robar? Pensé. O, peor aún. ¿Habían ido a por mí?

Pese a los miedos, logré estacionarme y, con toda naturalidad, bajé del auto y saludé a los cuatro oficiales que había fuera de las patrullas. Ellos contestaron a mi saludo fríamente y, tras preguntarles si ocurría algo y obtener una negativa por parte de ellos, entré lo más calmadamente a casa y, como es de esperarse, prendí la luz de mi sala, para despistar  y me ubiqué tras la cortina de mi habitación y así, camuflajeado por la oscuridad de la casa y de la noche, me dispuse a observar los sucesos.

Resulta que al entrar yo a la casa, una de las patrullas (la que estaba frente a mi casa) se marchó de ahí dejando sólo a la otra patrulla con sus dos respectivos policías y, al cabo de unos minutos de entrar y salir de su casa, con las luces prendidas, y ante la mirada de la que pudiese ser, aunque no estoy seguro, su esposa, mi vecino entró a la parte trasera de una de las patrullas y, sin hacer escándalo y con las torretas y sirenas apagadas, se marcharon dejando a mi vecina, a su casa y a la calle donde vivo en completo silencio. Pasados un par de minutos, me alejé de la ventana de mi habitación y, tras apagar las luces que había encendido, procedí a recostarme a elucubrar explicaciones.

Las especulaciones vinieron al momento a mi cabeza: quizás se tratase de un caso de violencia doméstica, o tal vez estuviésemos ante la presencia de un evasor de impuestos o de un asesino. O tal vez era un terrorista o un narcotraficante. Pero al momento deseché todas y cada una de las ideas que cruzaron mi mente. ¿Por qué? Pues porque yo no soy ningún chismoso y no daría por cierto algo que solamente era verdad en mi cabeza.

E hice bien. Porque de haber tomado como cierta alguna de esas ideas, me habría equivocado rotundamente con mi vecino que, por cierto, se llama Alfredo.

Resulta que a Alfredo lo arrestaron por otros motivos muy diferentes a los elaborados en mi cabeza. No. Alfredo no es para nada un mal tipo ni estaba planeando como atentar contra la vida de sus inocentes vecinos. A Alfredo lo arrestaron por el simple hecho de no contar con los permisos adecuados para portar cinturones con hebilla cuadrada. Un trámite básico que todos en este sector de la ciudad tenemos que cumplir y que, además, todos tenemos como una de las cosas elementales para cumplir con el día a día.

Sí. Ya lo sé. Vaya decepción de delito, criminal de poca monta, historia sin sentido. Ya lo sé. Vaya que lo sé. Si esa misma decepción fue la que yo sentí al enterarme de los motivos del arresto. Eso explicaba la pasividad con la que la vecina-posible-esposa-de-Alfredo y Alfredo atajaron el embiste policial y la parsimonia con que éstos cumplieron con su diligencia. Y la falta de luz de las torretas, y la falta de sirenas, y la falta de violencia. Si al final el asunto se resolverá en no más de tres días y Alfredo regresará a casa con su probable esposa y su probable hija y todo seguirá como si nada. Una pequeña multa, el trámite del permiso y hala, que aquí no ha pasado nada y si te he visto ni me acuerdo.

¿Qué cómo supe yo las causas del arresto y el nombre de mi vecino? Pues porque hoy por la mañana se lo he preguntado a mi vecina, la del jardín, que se lo preguntó a mi otra vecina, la de Alfredo, que no tuvo inconveniente en comentarlo, puesto que el delito, si es que podía llamarse así, no era más que una nimiedad. 

Y no es que uno sea chismoso, pero más vale aclarar las cosas antes de aterrizar a conclusiones que nada tienen que ver con la claridad. Y es que así se arman los chismes.

Por si las dudas, decidí cubrir las amapolas que tengo en mi jardín con una gran lona verde. No vaya a ser que los vecinos que sí son chismosos se enteren de su existencia y entonces sí, le vayan con el chisme a los policías y a la siguiente sí vengan a por mí.

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