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jueves, diciembre 4, 2025

Vivir la melodía y no la congoja | Opciones y decisiones por: Francisco Javier Chávez Santillán

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El ancestral principio de conducta “haz el bien, evita el mal” es el fundamento de una vida humana auténtica. A la hora decisiva de elegir entre la vida y la muerte, el gran pensador helénico Sócrates prefirió elegir la privación de su vida -sentenciado injustamente por los notables de su comunidad-, que salvar su vida mediante la retractación de su opción radical por el bien; que concebía con altísima racionalidad y convicción de verdad. 

En nuestros días, fantasiosa y fantochamente, se invoca estar a la moda en la época de la “postverdad”, propalando las más injuriosas mentiras y actuando con la más insultante simulación de adhesión a la libertad. Se cree que trastocando los más probados valores que construyen la dignidad del ser humano, se es un héroe campeón de la independencia y de la autonomía individual. Más aberrante aún es este tipo de soberbia (hybris), cuando se practica comunalmente de manera ostensiblemente gregaria e irracional. 

Hoy, los populismos cortos, chatos, rabones, someros, miopes, estúpidos, pretenden enseñorear la vida y opciones de miles y millones de sujetos que se dejan aborregar por sus labiosos discursos, simuladores de la autenticidad. ¡Todo está bien, todo marcha hacia el progreso! ¡Hay que obligarse a la precariedad, a la pobreza, a las condiciones de una vida miserable, a lo que pomposamente llaman “austeridad”; para poder emanciparse de los enemigos del pasado, a los que por cierto califican de “adversarios”. Sin colegir que este último término proviene del latín adversus / contrario, opuesto, hostil; y “enemigos” nace de la raíz in-imicus / no-amigo, que significa “no afín a uno mismo”; y la pregunta es: ¿cuál de los dos calificativos es peor o más severo? ¿En verdad, la referencia de uno hace la distinción del otro?

En el teatro de los hechos de la vida real, estas distinciones aparte de irrelevantes son necias e intrascendentes. Dimensión huera, fútil, vana a la que hacen alarde de pleitesía y exaltación. Pero, peor aún que todo lo anterior, resulta la confesión pública de que “no se arrepienten de nada”, todo lo que han hecho, están haciendo y  están dispuestos a hacer se equipara con la verdad más excelsa y contribuye a la más alta gloria de la república a la que dicen aspirar y construir. En su desbordada y febril imaginación todo lo destruido del pasado mexicano está bien y engrandece al movimiento “regeneracional”, incluido el pretencioso “segundo piso”. 

Arribar a tal grado de demencia nos lleva a contrastar la profunda distinción de aquel o aquella que, con auténtico apego a la verdad histórica, puede pronunciar aquella égloga del humanismo existencial de la posguerra, que se plasmó en la vehemente canción interpretada por Edit Piaff: Non, je ne regrette rien / No, yo no me arrepiento de nada. 

“Non, rien de rien / Non, je ne regrette rien / Ni le bien qu’on m’a fait / Ni le mal / Tout ça m’est bien égal / Non, rien de rien / Non, je ne regrette rien / C’est payé, balayé, oublié / Je me fous du passé”. 

“No, nada de nada / No, no me arrepiento de nada / Ni de lo bueno que es lo que hago / Ni del mal, todo eso no me importa / No, nada de nada / No, no me arrepiento de nada / Está pagado, barrido, olvidado / No me importa el pasado”. 

Esta brava expresión del humanismo existencial europeo de la posguerra, hay que decirlo, ateo (su inspiración es de Jean Paul Sartre y su compañera Simone de Beauvoir), planta cara al infortunio de una desolación causada por las armas de la muerte, de muchos pueblos, de muchas lenguas, de muy diversas latitudes. La experiencia humana vivida de este entorno nihilista es de náusea. 

Por contra, los actuales se dicen “transformadores de la nación mexicana”, subidos a una leve teja de barro, proclaman en sus fragmentarios 7 nanosegundos de la historia, que están construyendo una nueva república y Constitución, sobre los despojos y desechos de la anterior que costó construir doscientos años a los y las mexicanos. Por esta fundamental razón, no, no tienen ningún derecho a gritar de voz en cuello que no se arrepienten de nada; que todo lo hecho por ellos, su líder, su sucesora y el círculo rojo que envuelve a todo su grupo en el poder, está bien hecho. ¡Falso, falso de toda falsedad! 

Creen que con su fatuidad, su soberbia y su chata ignorancia están construyendo una nueva égloga mexicana. No, nada de nada, para nada se acerca su dicho una mil millonésima de micra a la verdad.   

“Con mis recuerdos / Avec mes souvenirs / Encendí el fuego / J’ai allumé le feu / Mis penas, mis placeres / Mes chagrins, mes plaisirs / Ya no los necesito / Je n’ai plus besoin d’eux/”: Estoy empezando desde cero / Je repars à zéro. 

Es verdad que México recién nacía a la democracia, a compartir una República auténtica para todos -o no es Re-Pública-, si nos atenemos a la canción, podemos referirnos a la línea de edades de la historia de vida -para el caso, social por antonomasia-. 

El México democrático se sitúa en la edad de “la melodía-la canción”, según el continuum vital de la Antropología Filosófica (creación del profesor Joseph Goldbrunner, Alemania, 1970’s). 

El México joven de hoy requiere el acceso a una educación de calidad y recursos adecuados; que son fundamentales para esta etapa de desarrollo. La educación no solo proporciona conocimientos, sino que también abre puertas a oportunidades laborales y sociales que pueden transformar sus vidas. Y así contribuir al bienestar de la comunidad. 

De manera que la democracia solo es posible si el individuo es capaz de contribuir a la transformación de su entorno y productivo, en tal grado, que sea auténtica palanca al desarrollo y bienestar del colectivo social, en que se inserta. No, nada de nada, no es cierto que con “austeridad” y recortes presupuestales interesados, del grupo en el poder, se va a conseguir el crecimiento y el progreso de todo el conjunto social. Hace falta, de manera crítica la integración de la pasión entusiasta por la vida y su futuro, con la aportación irrestricta de recursos que no se deben escatimar al cuerpo juvenil de una nación, en plena edad de cantar y bailar la melodía de la vida. 

No, nada de nada, nada ni nadie nos arredra a renunciar a este futuro de vida y desarrollo que ha de superar la náusea existencial que hoy, al decir de Unamuno, nos acongoja. 

franvier2013@gmail.com 

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