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martes, diciembre 30, 2025

El equipaje que no llega a enero por: Ricardo Femat

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El equipaje que no llega a enero

Diciembre parece empujarnos a todos a correr una carrera contra un reloj invisible. En Aguascalientes, esa prisa se percibe en el aire helado que desciende de la Sierra Fría y se cuela por las calles del centro, mezclándose con el aroma del ponche y el bullicio de las compras de último minuto. El tráfico en el Primer Anillo se intensifica, las plazas se llenan y una sensación de que debemos terminar todo antes de la última campanada se convierte en una sombra persistente. Es como si el 31 de diciembre marcara no solo el final de un calendario, sino el borde de un precipicio al que debemos llegar con todas las cuentas saldadas, los proyectos cerrados y la vida perfectamente acomodada. Sin embargo, en estas fechas se habla poco sobre el arte de dejar las cosas inconclusas, de lo que permanece en el tintero y, sobre todo, de aquello que, por salud mental y amor propio, elegimos dejar de cargar.

Escribo estas líneas cada diez días en este espacio y, al llegar al cierre de este ciclo anual, me he detenido a contemplar mi propio equipaje mientras recorro nuestra ciudad, observando cómo los últimos rayos del sol se esconden detrás del Cerro del Muerto. La costumbre dicta que hagamos balances centrados únicamente en sumar: ¿qué lograste?, ¿cuánto acumulaste?, ¿qué metas tachaste de esa lista de propósitos que trazaste con tanto entusiasmo hace doce meses? Nos han enseñado a creer que el valor de un año se mide en trofeos, escalones ascendidos o compromisos cumplidos. Sin embargo, este año mi reflexión va en sentido contrario; apuesto por la resta. He llegado a la conclusión de que la verdadera libertad al iniciar un nuevo ciclo no depende de lo que guardamos en la maleta para el viaje que comienza, sino de lo que, con valentía, decidimos sacar de ella para no seguir lastimando nuestra espalda en el camino que aún nos queda por recorrer.

Avanzamos por la vida acumulando “hubieras” como si fueran tesoros, cuando en realidad solo nos pesan y nos frenan. Hubiera hecho ese viaje, hubiera expresado lo que sentía, hubiera trabajado más… o peor aún, hubiera trabajado menos. Cuando llega diciembre, esas cuentas pendientes se hacen más presentes y ruidosas en nuestra mente. Frente al espejo, en vez de agradecer la salud que nos sostuvo o los amigos que nos rescataron de la tristeza durante un café en los portales, solemos reprocharnos lo que dejamos sin concluir.

¿Y si, por una vez, miramos ese tintero con verdadera compasión? Hay proyectos que dejamos atrás, no por falta de voluntad, sino porque nuestro corazón simplemente dejó de pedirlos. Hay relaciones que se enfriaron porque así lo quiso el curso natural de la vida. Hay metas que abandonamos a medio camino porque, al pasear por la Madero o la Venustiano Carranza, descubrimos que ese destino ya no nos ilusionaba. Y eso, querido lector, es un genuino acto de honestidad. Es reconocer que estamos en constante transformación y que el Ricardo de enero ya no es el mismo que hoy, al final del año, contempla todo con una mirada diferente.

Existe un éxito silencioso en soltar las expectativas que otros depositan sobre nosotros. Esas metas que, en realidad, no eran propias, pero que cargamos por costumbre, por mandato familiar o por el temor al qué dirán en los círculos donde nos movemos. Hay una victoria modesta en reconocer que no pudimos con todo y aceptar que ese “no poder” es una declaración necesaria de nuestra humanidad. Al final del día, la empatía más urgente es la que debemos ofrecernos a nosotros mismos, cuando el cansancio se asoma y el cuerpo nos pide una tregua bajo el sol de la tarde. Si hiciéramos una limpieza de nuestro clóset emocional con la misma rigurosidad con la que preparamos la casa para recibir a la familia que viene de visita, nos sorprendería la cantidad de cosas inútiles que seguimos guardando. Mantenemos culpas por errores que ya pagaron su cuota de enseñanza, rencores hacia personas que quizá ya ni siquiera forman parte de nuestra vida cotidiana, y miedos que nos quedan chicos, como ropa de una etapa pasada que ya no nos representa ni nos favorece.

A veces, la verdadera ligereza se encuentra en los detalles más sencillos: en ese “no” que nos atrevimos a decir para quedarnos en casa y recuperar el silencio; en dejar de seguir cuentas que solo alimentan nuestra sensación de insuficiencia; en concedernos, finalmente, el permiso de no tener respuesta para todo. Al final de cuentas, la vida no es una interminable lista de pendientes que debemos tachar a toda prisa antes de la medianoche del 31, sino el espacio sagrado que existe entre cada tarea. El calendario es solo una creación humana, un intento noble por darle estructura al caos del tiempo, pero el corazón tiene sus propias estaciones, sus inviernos y sus brotes de esperanza. No necesitamos que el reloj marque las doce para empezar a tratarnos con más compasión, pero ya que existe ese ritual, aprovechemos su frontera simbólica para dejar atrás lo que ya no nos corresponde cargar.

Que este año que se va nos regale espacio. Espacio para respirar sin la carga de los “debería”, para imaginar sin el filtro del miedo y para volver a empezar sin arrastrar fracasos que ya cumplieron su ciclo. Seamos honestos: el primero de enero amaneceremos bajo el mismo cielo azul y el mismo frío de Aguascalientes, pero nuestra espalda será diferente si hoy decidimos soltar el peso innecesario. Ojalá el 2026 nos encuentre más dueños de nuestro propio silencio, con las manos menos ocupadas por obligaciones y más listas para sostener lo que de verdad importa: la mano de un amigo, una taza de café compartida, la tranquilidad de saber que hicimos lo mejor posible con lo que teníamos.

Cierra el año con este pensamiento: no tienes ninguna obligación de seguir siendo la misma persona que comenzó este ciclo. Otórgate el permiso genuino de dejar en la orilla del 2025 todo aquello que te impide avanzar y volar. Que, al mirar hacia atrás, no encuentres solo huellas de cansancio, sino la estela luminosa de alguien que entendió que la verdadera victoria en la vida no es llegar primero, sino llegar con menos peso y mayor ligereza. Te deseo un cierre de ciclo lleno de aprendizajes y libertad. Nos encontraremos en el siguiente tramo del camino, con menos cargas, más autenticidad y mucha más luz.

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