Un antropólogo que estudiaba a una tribu africana propuso a los niños una competencia. Colocó dulces en una canasta y les dijo que quien llegara primero a ella se podría comer todos los dulces. Sorprendentemente, cuando dio la señal de inicio, los niños se tomaron de la mano, caminaron juntos hacia los dulces y los compartieron. Cuando el azorado estudioso preguntó por qué no habían competido, respondieron —supongo que a coro—: Ubuntu (“yo soy porque somos”), con lo cual querían dar a entender que uno de ellos no sería feliz si los otros no lo eran.
Palabras más, palabras menos, esta anécdota recorre el mundo desde hace algunos años. La competencia es, unas veces, un recreo; otras, un experimento. El nombre del antropólogo queda en misterio, el de la tribu específica con la que trabajó, también. Quienes la publican como si se tratara de un estudio científico resbalan cuando se les pide el nombre de la revista o libro donde se publicaron los resultados, el origen del antropólogo o en qué año ocurrió eso. Quienes la tratan de anécdota, acorralados por los curiosos terminan arguyendo que lo importante no es la historia, sino la moraleja.
Con la puesta en órbita del Sputnik, la Unión Soviética se adelantaba a los Estados Unidos en la carrera espacial. Las victorias soviéticas continuaron: primer animal en órbita, Laika, —aunque hubo muchos otros en el espacio antes—; primer hombre en el espacio, Yuri Gagarin. Los Estados Unidos arrebataron el liderazgo al ser los primeros, y los únicos, en llevar hombres a la Luna —más de una vez, no todo fue el Apollo 11—. Sin embargo, los logros de la Unión Soviética aparecían por todos lados; además de liderar por años la carrera en grandes logros, eran más ingeniosos. Mientras los estadounidenses gastaron millones de dólares para inventar una pluma que pudiera escribir en el espacio, los rusos usaban tecnología eficientísima y muy barata: lápices.
La historia de los lápices y las plumas no es precisamente así. Tanto los estadounidenses como los soviéticos usaban originalmente lápices. Pero los lápices son de madera, y la madera es inflamable —y el Apollo 1 se había quemado—, además la punta se puede romper, y no es nada seguro que pequeños pedacitos de carbón floten libres como potenciales intrusos de la fina maquinaria espacial. Así que quizá una pluma era mejor idea. La cuestión es que uno no podía nomás tomar la Bic y pensar que con eso se solucionaba todo. La Fisher Pen Company, y no el gobierno de EE.UU., fue quien se propuso resolver el problema y para lograrlo gastó 1 millón de dólares. En 1965 presentó la AG-7, una pluma que podía escribir hacia arriba y hacia abajo —cuestión importante cuando no hay gravedad—, en temperaturas extremas y hasta debajo del agua. Desde entonces, astronautas (estadounidenses) y cosmonautas (rusos) utilizan las plumas Fisher —habrá que averiguar qué usan los taikonautas (chinos)—. El objetivo de la versión inexacta es menos golpear a los estadounidenses que recalcar la importancia de las soluciones simples. A fin de cuentas, lo que importa es el mensaje.
Recientemente, ciudadanos perspicaces descubrieron que la banda presidencial de Enrique Peña Nieto tenía los colores rojo y verde invertidos. Invertidos con respecto a la banda que usaron Felipe Calderón, Vicente Fox, Ernesto Zedillo y Carlos Salinas. Los ex presidentes usaban el color verde en la franja superior, mientras que la banda de Peña la llevaba en rojo en la toma de protesta. Esto, por supuesto, es un error garrafal. Obviamente, se confirma que el presidente es un ignorante. Al cúmulo de errores que ha cometido se suma esta distracción imperdonable. Las pruebas de que nos gobierna un tonto, o un despreocupado, son indiscutibles.
Quizá. Nada más que antes sería interesante recordar que el artículo 34 de la Ley sobre la Bandera, el Escudo y el Himno Nacionales fue modificado en 2010. Antes decía que la banda “[…] tendrá los colores de la Bandera Nacional en franjas de igual anchura colocadas longitudinalmente, correspondiendo el color verde a la franja superior […]”. Después de la modificación dice: “tendrá los colores de la Bandera Nacional en franjas de igual anchura colocadas longitudinalmente, correspondiendo el color rojo a la franja superior”. Es decir, de acuerdo con la Ley, Peña Nieto debía llevar la banda presidencial justo como la llevó. Pero es lo de menos, podría haber sido un error, y de hecho, hubiera sido tremendo, y de haberlo cometido, sería un tonto.
No confirmar los hechos, no investigar si lo que nos contaron es cierto o no, es una moda. Es tan importante lo que creemos, tan contundente lo que deseamos, que no importa mucho si lo que usamos para demostrarlo o apuntalarlo es una mentira. Falsas anécdotas, hechos contados a medias, retorcidas versiones de situaciones reales inundan las redes sociales y se multiplican por internet. Es más importante hacer clic, dar “like” y compartir, que saber. Para moralejas, las fábulas, y ellas son honestamente ficción.
joel.grijalva@gmail.com




