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viernes, diciembre 5, 2025

Nomás por llevar la contra / Muerto Chávez, ¿se acabó el socialismo?

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En una bizarra casualidad, 60 años después de la muerte de Stalin, Hugo Chávez murió, aunque aún más extraño fue que lo hiciera en las mismas condiciones de secrecía, rodeado sólo por su primer círculo y sin ningún acceso de la sociedad venezolana a información como sucedió con el Padrecito, pues siguen sin conocerse los motivos precisos de la muerte e incluso se duda de la fecha de la misma; lo cual no fue excepcional en el monolito autoritario soviético pero sí en una sociedad que aún conserva ciertos rasgos democráticos. Siguiendo con los parangones, como en la URSS el pueblo se ha volcado a despedir a su dirigente y expresiones casi religiosas se están dando en torno al cadáver; habrá que ver si así como la muerte de Stalin marcó el fin del estalinismo, la de Chávez inicia el declive del “socialismo bolivariano del siglo XXI”.

Aunque se ha enmarcado al chavismo como otra de las formas del “populismo latinoamericano” pues pareciera que la presencia de un líder mesiánico, dispensador de bienes y males, controlador del cielo, la tierra y la economía nos es idiosincrática; hay que precisar la coyuntura histórica de donde surge pues no es lo mismo Perón que Chávez. Si bien el populismo es un fenómeno global, pues como tal se pueden calificar al fascismo y nazismo, en Latinoamérica se ubica a la izquierda, al lado y compitiendo con el marxismo más ortodoxo; al interior de los Partidos Comunistas un insulto común era “populista” destinado a quienes no seguían el recetario, no estudiaban la evolución local del capitalismo y, sobre todo, ubicaban su agenda en sectores no proletarios, por ende no auténticamente “revolucionarios”, particularmente en el lumpen proletariado. Este puntillismo llevaba a que, mientras los partidos marxistas se movían entre exiguas minorías, el populismo agitaba a las multitudes excluidas del incipiente desarrollo capitalista latinoamericano.

La experiencia guerrillera de los 70 y las dictaduras consecuentes llevaron a los marxistas a su virtual extinción, dando pie a que el populismo asumiera sus banderas o al menos sus consignas y sin mayores reflexiones sobre estrategia, táctica e incluso modelo a seguir, salen a dar la lucha política en los 90 en el paulatino retorno a la democracia en la región. A su favor tienen que, mientras el marxismo buscaba al minoritario proletariado, los populistas simplemente se encuentran con los pobres, que son legión.

En Venezuela el chavismo encuentra aún mejores condiciones, empezando por una oligarquía política corrupta y desprestigiada, cuya única encomienda había sido saquear la renta petrolera, sin siquiera intentar un esbozo de desarrollo económico, situación que conoció su extremo en el gobierno de Carlos Andrés Pérez; de esta forma el acabar con ésta es su primera consigna. Para dar un cierto revestimiento ideológico a su movimiento echa mano del nacionalismo más primitivo, mismo que ha llevado en Latinoamérica a guerras fratricidas por “quítame estas pajas”, mejorándolo con la vieja retórica antiimperialista de la “teoría de la dependencia” que en los 70 sustituye a la “lucha de clases” marxista por nueva liberación del capital colonialista norteamericano. Esta tesis, que tenía coherencia en esos años, en los 90 es ya obsoleta por el propio desarrollo capitalista norteamericano, pues al haber dejado la etapa manufacturera, las materias primas devienen en irrelevantes, dejando de ser en consecuencia Latinoamérica un foco de atención de los EUA, salvo en el discurso chavista que sigue viendo el saqueo de “nuestros recursos”.

Más que “socialismo”, el modelo de desarrollo Chavista es más semejante a la “economía mixta” echeverrista, donde coexisten la propiedad privada y la paraestatal e hipotéticamente se complementan; la diferencia y motivo del éxito temporal es la magnitud de la renta petrolera venezolana, pues de 7-8 dólares por barril en los 90 el precio se incrementa por arriba de los 100 esta década. Este excedente sin precedente permite financiar todo: a una industria estatal ineficiente e improductiva y paradójicamente creciente, pues bastaba la orden chavista de “nacionalícese” para la integración de una empresa al esquema; importaciones generalizadas de artículos de primera necesidad y de los otros que se siguen sin producir y que se vendían a precios subsidiados; el regalo sin ambages de dinero o servicios a los corporativos chavistas y, como sobraba lana, importantes apoyos a los gobiernos afines, empezando por el cubano. Si bien se han presumido eventuales logros en la distribución de la riqueza en Venezuela, ninguno hubiera sido viable con un precio de barril petrolero más bajo.

Para su fortuna, Chávez muere antes que la situación llegue al límite, se ha gastado demasiado durante tanto tiempo que hasta las arcas petroleras están exhaustas: se ha devaluado al Bolívar y siguen las presiones, la inflación está arriba del 30 por ciento y sigue subiendo, hay un déficit gubernamental del 18 por ciento del PIB, semejante al de López Portillo cuando se hundió el “milagro mexicano”; en suma el panorama es malo y puede empeorar. Aunque su sucesor Maduro haya heredado la retórica, tiene ante sí dos opciones: seguir como van hasta el precipicio económico, o iniciar cambios induciendo cierta racionalidad económica, recortando beneficios que sostienen al corporativismo y/o disminuyendo apoyos internacionales que permiten que, para empezar Cuba aún no colapse. Gradualmente o de golpe, pero el “socialismo bolivariano del siglo XXI” no durará más que la momia de su creador y no habrá que esperar mucho para verlo.

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