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viernes, diciembre 5, 2025

“No creo que haya nada de surrealista en la actualidad mexicana, es más bien, sórdida”

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  • Entrevista a Juan Pablo Villalobos, autor de Si viviéramos en un lugar normal
  • Una novela sobre la cultura política del PRI, donde Salinas está en la sombra

Juan Pablo Villalobos (Guadalajara, 1973) sorprendió al público con Fiesta en la madriguera (Anagrama, 2011), una fulminante primera novela en la que nos narra a través de la voz de un niño, Tochtli, la vida y azares del narcotráfico en México, en medio de la guerra que se ha desatado en el país.

Su segunda novela Si viviéramos en un lugar mejor ocurre en los años 80 en la ciudad de Lagos de Moreno, Jalisco, “un pueblo en donde hay más vacas que personas y más curas que vacas”, nos dice el autor en las primeras páginas, que nos cuenta la cotidianidad de una familia cuyo jefe de familia es un maestro filo-helénico que ha decidido nombrar a todos sus hijos con nombres de héroes griegos; Orestes, el segundo de sus hijos, será la voz que nos cuente (siempre con una ironía fina que permea toda la novela) las vicisitudes de un pueblo que se enfrenta por un lado al poder ominoso del PRI en todo su esplendor, y por otro, con el poder opresivo de la Iglesia católica que domina en el imaginario colectivo. Novela que nos recuerda la ironía, el humor cruel y certero de Jorge Ibargüengoitia, Si viviéramos en un lugar mejor nos permite ver que el proyecto narrativo de Juan Pablo Villalobos es uno de los más serios dentro de la narrativa mexicana actual.

Comencé a pensar en Si viviéramos en un lugar normal –nos cuenta Juan Pablo Villalobos vía correo electrónico– en 2009. A lo largo de dos años y medio la reescribí siete veces. La versión definitiva la escribí rápido, en cuatro meses, cuando ya estaba viviendo en Brasil y podía dedicarle a la escritura de ocho a 10 horas diarias.

Originalmente quería escribir una novela sobre Salinas de Gortari, pero en la segunda o tercera versión me di cuenta de que no valía la pena. Cuando un personaje es tan literario (en este caso, una caricatura en sí mismo), ¿para qué hacer literatura con él? Al final, Si viviéramos en un lugar normal sí es una novela sobre Salinas, sobre la cultura política del PRI, pero Salinas está en la sombra.

Javier Moro Hernández (JMH): ¿Qué es lo primero que piensas cuando te mencionan la palabra México?

Juan Pablo Villalobos (JPV): A pesar de que estoy a punto de cumplir 10 años de vivir fuera de México, sigue siendo mi referencia vital. Diría, para sonar elegante, que es la capital de mi geografía sentimental e intelectual. Creo que, de alguna manera, nadie se va del lugar donde pasó la infancia o la adolescencia, siempre se vuelve: sea física o metafóricamente.

JMH: ¿Cómo fue el proceso de trabajar la voz narrativa de un adolescente, que vive en una gran familia en una pequeña ciudad del país?

JPV: La voz de Orestes sólo surgió en la séptima versión de la novela. Tenía la sexta prácticamente terminada cuando una mañana neurótica, una de ésas en las que miras lo que tienes escrito y no te gusta nada, intenté algo diferente y surgió Orestes. Orestes narra desde nuestros días, 25 años después de la época en la que acontecieron los hechos narrados en la novela. Mi idea era construir una voz que, intelectualmente, fuera adulta, pero que, sentimentalmente, estuviera en la adolescencia. No quería tener las restricciones que tuve en Fiesta en la madriguera, al trabajar con una voz infantil. Yo crecí en Lagos de Moreno en los años 80, ahí hay un guiño autobiográfico.

JMH: ¿Qué oculta el concepto de surrealismo en nuestro país?

JPV: Lo que me fascina es el juego de espejos entre la mirada propia y la extranjera. ¿Cuándo comenzamos a asumir como propia una mirada que en principio era, no sólo ajena, sino también folclórica? ¿Cuándo empezamos a creernos que era verdad la famosa frase de Bretón, de que México es un país surrealista? Honestamente, no creo que haya nada de surrealista en la actualidad mexicana, que es, más bien, como diría Tochtli, el narrador de Fiesta en la madriguera, sórdida.

JMH: La risa, la burla es un elemento central de Si viviéramos en un lugar mejor, pero la burla incluye a todos los personajes de la novela, incluido Orestes, el protagonista, nadie se salva, pero también la risa funciona en tu novela como una crítica ácida sobre lo que somos como país, la forma en la que nos comportamos los mexicanos como ciudadanos.

JPV: Me interesaba explorar el poder subversivo de la risa y, sobre todo, del insulto. Quien piense que el humor es sólo desmadre seguramente no se detiene a pensar en que el mejor retrato del sexenio de Calderón, por citar un ejemplo reciente, no lo hicieron los politólogos o los opinólogos serios, sino los caricaturistas de los periódicos. Para mí, el verdadero Felipe Calderón es el que dibujó Helguera.

Por supuesto que el insulto tiene un aspecto negativo, porque muchas veces es precursor de la violencia física, pero también, en países como México, se convierte en nuestro último recurso para resistir. Hay un libro que me gusta mucho, se llama El arte del insulto, escrito por tres académicos españoles. Una de sus tesis, que yo asumo en la novela, es que mientras un tirano pueda ser tipificado todavía tendremos esperanza.

JMH: Un profesor filo-helénico, que ha bautizado a su prole con nombres de héroes griegos y que vive en las afueras de Lagos de Moreno en un cerro que se llama La Chingada. De alguna manera siento que en ese escenario se puede ver mucho de la realidad de la clase media (o los que pretendemos ser media) mexicanos.

JPV: Alguien podría decir que ser de la clase media en México es surrealista… La verdadera palabra para definir eso es “precariedad”, la precariedad que lleva a la gente a intentar de todo para mantenerse a flote. El problema de la clase media en México es que está peligrosamente cerca de la pobreza y, en cambio, para ascender tiene que saltar un abismo.

JMH: La figura de Jorge Ibargüengoitia resulta ser clave para entender el sentido del humor en la narrativa mexicana ¿Cuánto crees que le debe Si viviéramos en un lugar normal al escritor guanajuatense”?

JPV: Ibargüengoitia fue, y sigue siendo, una lectura fundamental para mí. Como lo son también Francisco Tario, Efrén Hernández, Sergio Pitol, Daniel Sada o Juan Villoro, todos autores en los que el humor forma parte esencial de su poética. Recuerdo ahora, debe ser en Los relámpagos de agosto (aunque no estoy seguro), una escena en la que una mujer mira por una ventana y ve un montón de casitas destartaladas y dice: “qué digna es la pobreza”. También recuerdo el cuento “Amigos mexicanos” de Villoro. La vida conyugal de Pitol. Un aforismo de Tario: “El pez vela, ensartando bañistas de la mejor posición social”. Sin todo esto no habría podido escribir Si viviéramos en un lugar normal.

JMH: Una de las características que creo diferencian notablemente de Si viviéramos en un lugar normal a tu primer novela Fiesta en la madriguera es el tono: si acá la risa y la burla nos sirven para diseccionar la realidad, Fiesta en la madriguera era una novela donde el tono de tragedia se mantenía a pesar de que la voz narrativa de tu personaje infantil pareciera darle un tono ligero, lo que me lleva a preguntarte, ¿qué diferencias encuentras entre tus dos novelas?

JPV: Estoy de acuerdo contigo, aunque no fue algo premeditado. Las novelas “salieron” así. La voz de Orestes, por esa mezcla de perspectiva adolescente y adulta, tenía otras posibilidades que la de Tochtli. La voz de Tochtli tenía muchas restricciones. Ahí reside su poder y también su límite. La gran diferencia, creo, es que Tochtli no es consciente de las cosas que suceden a su alrededor. Fiesta en la madriguera, de hecho, narra cómo Tochtli va a intentar entender su realidad, darle sentido. Orestes sí sabe lo que pasa y lo juzga, emite juicios constantemente. La “moralidad” de ambas novelas es totalmente diferente.

JMH: Continuando con tus dos novelas, me llamó la atención que tus dos personajes protagónicos sean muy jóvenes: un niño y un joven que está a punto de entrar a la adolescencia. Me imagino que de alguna manera la corta edad de los protagonistas permite ese trabajo de crítica que realizas a la realidad mexicana, pues la “inocencia” (que por otro lado no es tal) con la que ellos observan el entorno se convierten en un bisturí que corta el velo y nos permite adentrarnos a una realidad escabrosa y terrible.

JPV: Tochtli quiere entender y con frecuencia falla, lo entiende todo mal. Orestes ya entendió, pero odia ese aprendizaje, porque las conclusiones lo aplastan y quiere rebelarse contra ellas. Ambos son personajes que tienen una experiencia problemática, incluso traumática, de aprendizaje de la realidad mexicana. Como todos los mexicanos, creo.

JMH: Orestes vive en una pequeña de ciudad de provincia en donde la religión ocupa un espacio privilegiado. Un lugar que se parece mucho al verdadero Lagos de Moreno en el que tú naciste y creciste y en ese sentido, ¿qué tan importante fue el sentido del humor en una realidad que podría parecer un tanto opresiva?

JPV: Podría verse como un escape, pero, como dije antes, también es un medio de resistencia. Cuando era niño, en Lagos, resultaba impensable burlarse de la religión o de los curas. A menos que quisieras irte al infierno… En la adolescencia eso cambió y, una vez que has aprendido a reírte de la Iglesia, una vez que te has dado cuenta de que no te vas a ir al infierno, no vuelves a ver la religión de la misma manera. Su poder de opresión ha disminuido.

JMH: Una de las cosas que me pareció muy interesante es esa crítica que haces del México de los años 80, ése en donde el PRI era todopoderoso y en el que apenas existía la oposición. Ése al que muchos mexicanos temen que vuelva con el triunfo del PRI en las elecciones del año pasado.

JPV: El problema del PRI es que no puede cambiar, si el PRI cambiara, desaparecería, perdería su razón de ser. El PRI no es un partido, es un sistema, un sistema que sólo puede funcionar a través de los mecanismos que desarrolló y perfeccionó durante décadas: la mezcla perfecta de corrupción, impunidad y aplicación política de la justicia. Y ellos están seguros de que ese sistema funciona para el bien del país. El “caso Veracruz” lo explica a la perfección.

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