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viernes, diciembre 5, 2025

Petra Llamas en LJA / La educación y la resiliencia

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“Los golpes de la adversidad, y aun los de la violencia, son amargos, pero nunca son estériles.”

Renan

La resiliencia es un término relativamente nuevo en el mundo de la educación. Deriva del latín resilio que significa “volver de un salto”, “rebotar”. Este término se había utilizado principalmente en el mundo de la física. La resiliencia, en física, es la cualidad que tienen los materiales para resistir la presión y recobrar después su forma original sin deformarse; suele identificarse con un número que marca la fragilidad de un cuerpo, de tal manera que la fragilidad es menor cuanto mayor sea la resiliencia.

En educación el significado es similar, igualmente positivo; es esa capacidad de volver de un salto sin que el alma haya sufrido daño, al contrario, volver enriquecido y más fuerte. Existen muchas definiciones de expertos que la han estudiado ampliamente, sin embargo el primero que utilizó este término en las ciencias sociales fue Bowlby (1992) que la define como: “Resorte moral, cualidad de una persona que no se desanima, que no se deja abatir”.

Esta definición se ha ido enriqueciendo a medida que han ido profundizando en su estudio, de manera que ahora la resiliencia no es sólo la capacidad para resistir los embates de la vida y recuperarse de ellos, sino que también consiste en desarrollar una serie de competencias socialmente aceptables y un comportamiento positivo a partir de esas circunstancias negativas. La sabiduría popular ya la había definido de alguna manera a través de ciertos dichos: “Soy como el junco, me doblo pero no me quiebro”; “No hay mal que por bien no venga”; o “Lo que no mata te hace más fuerte”.

Ejemplos de resiliencia también hay muchos a lo largo de la historia, aunque tal vez uno de los más conocidos sea el de Víctor Frankl, el psiquiatra austríaco que sobrevivió la experiencia de los campos de concentración, buscándole un sentido a las circunstancias que le estaban tocando vivir y desarrollando una actitud positiva ante las mismas. Él decía: “Si no está en tus manos cambiar una situación que te produce dolor, siempre podrás escoger la actitud con la que afrontes ese sufrimiento”.

Existen casos de personas que han vivido en condiciones desfavorables en todos los sentidos y salen a flote haciendo de su vida algo grande. En cambio hay otros que no son capaces de lidiar con tanto dolor y optan por acabar incluso con su propia vida, circunstancia que en los últimos tiempos se está volviendo una constante. Y es que esa capacidad para acometer la adversidad y salir fortalecido de ella, no la tienen en la misma proporción todos los individuos, sin embargo es posible desarrollarla y fortalecerla. No es un tópico eso de que, en la actualidad, los niños y los jóvenes son cada vez más frágiles, se dan por vencidos con facilidad y tienen menos tolerancia a la frustración.

Los expertos dicen que la resiliencia no se adquiere evitando riesgos, sino desarrollando las cualidades intrínsecas que todos poseemos para ser capaces de enfrentar y controlar esos riesgos; entendiendo al mismo tiempo que somos dueños de nuestro propio destino y que mientras haya vida hay esperanza. La resiliencia es un camino de crecimiento constante, donde intervienen tanto la voluntad como la inteligencia emocional y está en función de cada contexto y de cada persona. En este rubro es donde la educación tiene un gran campo de acción.

Fortalecer la resiliencia de los niños supone controlar muchos aspectos. Grotberg desarrolló un modelo para que las personas se puedan recuperar de situaciones adversas: 1. El ambiente social, en el que el niño cuente con personas que lo quieran, lo cuiden, en quien él pueda confiar, que le pongan límites y que sean modelos de conducta a seguir. 2. Los recursos personales, que hacen referencia, por ejemplo, a la seguridad, autoestima y al respeto consigo mismo y con los demás. 3. Las habilidades sociales, como serían, el manejo de conflictos, la resolución de problemas y el control de sus impulsos en su interacción con los demás.

Todas esas actitudes pueden y deben ser ejercitadas en la escuela, si es que su entorno familiar y social no le proporciona las condiciones para ello. La escuela se convierte pues en el espacio donde el niño puede adquirir resiliencia. El centro escolar es una pequeña sociedad donde debe sentirse seguro, querido, aceptado; donde será escuchado y respetado, pero también donde tendrá límites claros y deberá cumplir unas reglas; será un lugar que favorecerá su creatividad y donde podrá jugar y divertirse con otros. La escuela es también ese territorio donde el niño debe aprender a detectar y evitar los factores de riesgo y desarrollar la  capacidad para ayudarse a sí mismo

En educación, el término resiliencia ya no puede quedarse en el plano de la teoría, tiene que empezar a formar parte del quehacer escolar, con la misma importancia que los conocimientos. El maestro tiene que ir capacitándose cada vez más en las competencias que le permitan proporcionar fortaleza psíquica en el niño para que pueda enfrentar la adversidad sin derrumbarse. Es cierto que no debiera ser únicamente función del profesor, sino una responsabilidad compartida con la familia y sociedad, pero dadas las circunstancias con las que muchos niños conviven, la escuela se convierte en un importante reducto para formar su resiliencia. Necesitamos niños y jóvenes emocionalmente fuertes.

petrallamasgarcia@hotmail.com, Twitter: @petrallamas

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