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viernes, diciembre 5, 2025

Extravíos / Las elecciones como un espejo de nuestro infortunio

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Una versión naíf de la democracia nos invita a ver en todo proceso electoral una fiesta democrática, una suerte de celebración de la voluntad popular, del imbatible poder ciudadano. Pero no siempre es así: hay procesos electorales que se presentan más que como algo digno de festejar, como un espejo de nuestro infortunio. Hay elecciones que dan pena…ajena y propia.

Un buen ejemplo de este infortunio es el proceso electoral llevado a cabo en el Municipio y la ciudad de Aguascalientes. Para empezar, y a juzgar por sus declaraciones y propuestas, ninguno de los candidatos a la presidencia municipal parece estar particularmente dotado de lucidez o al menos de sentido común. La mayor parte de sus declaraciones, pronunciamientos y, más preocupante aún, promesas, son una evidencia irrefutable de que carecen de un mínimo diagnóstico serio e informado de los asuntos a los que se refieren y que, en consecuencia, el conjunto de soluciones o políticas con las que pretenden atender o resolver las problemáticas implicadas en dichos asuntos, son, en el mejor de los casos, un galimatías y, en el peor, el anuncio de mayores calamidades. Recurrir a sus plataformas o páginas de Internet en búsqueda de un desarrollo más amplio y coherente de sus perspectivas no hace sino elevar el grado de preocupación y decepción.

Los candidatos a la presidencia comparten una segunda característica: a juzgar por lo que ha sido su campaña y por lo que, por decirlo de manera benevolente, constituye su oferta electoral, su idea de lo que somos los ciudadanos y su visión misma sobre Aguascalientes –es decir, su idea de lo que ha sido, es hoy y puede ser en el futuro inmediato- están totalmente ancladas en un Aguascalientes imaginario o que, simple y sencillamente, ya no existe, si es que alguna vez existió.

Por la forma en que interpelan, por el alcance de sus promesas, por el lenguaje mismo que utilizan, parece que la visión que los candidatos tienen de los ciudadanos no alcanza a ir más allá de que somos “gente buena”, que somos laboriosos como pocos, que nos gustan los grandes desafíos, que tenemos un apego afectivo –casi patológico- a la forma de familia nuclear tradicional, que somos por naturaleza sosegados, en fin, que somos un cálido repositorio de virtuosos lugares comunes. Apenas si vale la pena agregar que los ciudadanos no nos hemos cansado de regodearnos en esta misma imagen, tan autocomplaciente -y en el fondo tan idiota- de que somos la encarnación misma de todas las virtudes cívicas y morales que puedan conocerse.

En todo caso, no hay nada en los discursos, promesas y la oferta electoral de los candidatos que sugiera, así sea por azar, que reconocen en los ciudadanos a los que aspiran a gobernar la mayoría de edad, de que somos adultos, que nuestras formas de vida y las aspiraciones, capacidades, exigencias, temores y aprensiones que ellas reflejan son mucho más ricas, complejas y plurales que lo que supone su visión causi-bucólica, unidimensional, en el fondo tan regresiva como represiva.

De ahí, creo, la persistencia de los candidatos y partidos en reciclar, de manera grosera y abusiva, fórmulas políticas y promesas de campaña del todo anacrónicas (en circulación por lo menos desde hace 50 años), pero, sobre todo, el tono vetusto y mostrenco del lenguaje con el que convocan y tratan de convencer a la ciudadanía. Y si el lenguaje de los candidatos es, entonces, vetusto y mostrenco, lo es porque su visión de lo que es Aguascalientes y sus ideas de lo que es hacer política lo son también.

Si algo estas elecciones nos están mostrando es que en Aguascalientes nos causa más trabajo del que estamos dispuestos a admitir en primera instancia, a aprender el lenguaje, los modos y hábitos –la cultura política- propios de una sociedad abierta, es decir racional, plural, transparente, orientada al cambio y la innovación, predispuesta al aprendizaje colectivo y el diálogo y la deliberación pública.

Pero el problema no es sólo la más bien pobre calidad intelectual y política de los candidatos y partidos o el probado anacronismo del que adolece una amplia parte de nuestra clase política. Sí, como se anotó antes, el proceso electoral se ofrece como un espejo de nuestro infortunio es también en buena medida porque en él podemos ver reflejadas no pocas de nuestras debilidades y vicios como ciudadanos. Estas debilidades podemos apreciarlas en la forma en que dos de las características primarias de un régimen democrático -la deliberación pública y la participación ciudadana- han funcionado entre nosotros, en particular en estas semanas electorales.

Con respecto a la deliberación pública, lo más que podemos decir es que la aportación que los ciudadanos han realizado a elevar la calidad del debate político asociado al proceso electoral ha sido mínima. Parecería que, salvo por una que otra honrosa excepción, entre nosotros, entre los ciudadanos, no hemos encontrado mucho que decirnos ni sobre la marcha misma del proceso electoral y los candidatos ni sobre los temas que son centrales en esta contienda, esto es los temas de la agenda de desarrollo del Municipio de Aguascalientes. Sea por la inercia o por ausencia de un genuino temperamento cívico, como ciudadanos seguimos prefiriendo la vinculación clientelar, corporativista o gremial antes que confiar en las bondades de la deliberación pública. Así, la penuria política del discurso y la oferta política de los candidatos y partidos se ve complementada por la escasa y afónica deliberación ciudadana.

Algo similar se puede apreciar en cuanto a la participación ciudadana. Nuestra participación en el proceso electoral continúa haciéndose bajo las normas del antiguo régimen: por su contenido son esencialmente peticionarias y por su forma, clientelistas, corporativistas, populistas. Es decir, se trata de una participación conducida bajo patrones pre-democráticos. La conclusión es obvia: si nos comportamos como ciudadanos de una república bananera seguiremos teniendo una vida pública propia de una república bananera.

Cierto que, en comparación de lo que eran hace apenas un par de décadas, nuestros procesos electorales de hoy son más abiertos a la alternancia, más competitivos, transparentes y plurales. Sin embargo, al igual que antes, no han dejado de ser, más que una fiesta cívica, un espejo fiel de nuestro infortunio.

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