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viernes, diciembre 5, 2025

¿Popularizar la cultura o hacer cultura para todos? / Ricardo Serrano en LJA

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¿Por qué los poetas no tienen una estrella en la frente,

o un resplandor visible, o un rayo que les salga de las orejas?

Jaime Sabines, El peatón

 

Como dijo el carnicero: vamos por partes. Lo primero que debemos de hacer al hablar o escribir de la cultura, es la definición. Desgraciadamente con tanto relativismo que se respira en  este mundo postmoderno, todo parece verdad y cualquier verdad puede ser mentira. Así pues, digamos que la cultura según la Real Academia de la Lengua, es “el conjunto de conocimientos, que permite a alguien desarrollar su juicio crítico”. Por otro lado, la cultura como acumulativo de experiencias, es pues “un conjunto de modos de vida y costumbres, conocimientos y grado de desarrollo artístico, científico, industrial, en una época, grupo social, etc”. Aquí del sajón tenemos que distanciar la cultura de los usos o costumbres: no vayan a decir del mexicano que parte de su cultura es ser corrupto. En todo caso, son esos usos y costumbres nocivos que junto con muchos otros deben ser disociados de la cultura como acumulación histórica y como divulgación artística.

Según la RAE, la cultura popular es el conjunto de las manifestaciones en que se expresa la vida tradicional de un pueblo. En el  entender limitado de quien esto escribe, la cultura es cultivo. Sigo usando la coa para cultivar los poemas en quienes desconocen la belleza oculta en un pedazo de piedra o en una hora de besos. La coa es una pluma, un momento, una herramienta que usa el ser humano para expresar sus emociones. El lienzo puede ser cualquier cosa, a veces hasta el odio. Es cultivo porque los valores, la familia y otros actos humanos devienen de un cultivo previo de “otros” que engarzaron en nuestra conciencia un actuar concreto hacia ciertos temas. “Nos han cultivado” como quien cuida un árbol para que sepa sortearse en el bosque y la adversidad.

Por el lado del  cultivo, cabe mencionar que cuando el cultivador cultiva —a propósito la redundancia— ese cultivo implica en sí mismo un cuidado de que lo que salga será un fruto que mejore la estancia de quien lo cultiva y quien lo aprecia. En términos sociales, cultivar, cuidar a la familia como epicentro de la vida social, es comparativo al artista que ha tallado una escultura y que merece ser vista, admirada y cuidada por todos. Es producto de uno y tesoro de la humanidad.  Por eso distingo entre lo que la cultura popular a propósito acumula como tal, pero cuyos resultados negativos necesariamente implican ponerla aparte porque no mejoran el entorno. Por eso el acceso a la cultura es una puerta  aparentemente sencilla pero compleja en su descripción: Si las personas tienen el derecho de accesar a la cultura, ¿a qué cultura se refieren? ¿Se puede decir que hay una cultura buena y otra mala?

Ante el primer cuestionamiento, surgen los comentarios siguientes. Analógicamente en la educación pasa lo mismo: el derecho a ésta, significa pues que no importa la calidad de la misma, el chiste es que todos los niños tengan acceso a ella. Es decir parecería que no importa que sea una acumulación de antivalores o experiencias y costumbres que deterioren el tejido social. Es un tema difícil pero cierto. La cultura tiene que construir, por lo tanto, hay que pensar en el acceso a ella como un derecho, mismo que se encuentra expuesto en el PIDESC (Pacto Internacional de los Derechos Económicos, Sociales y Culturales) en cuyo artículo 15 se expresa  “el derecho a participar en la vida cultural”, así como a la protección, desarrollo y difusión de la ciencia y la cultura.

En la declaración americana de la Organización de los Estados Americanos, se expresa el derecho de acceso a la cultura como la posibilidad de participar en la vida cultural de la comunidad, gozar de las artes y  disfrutar de los beneficios que resulten de los progresos intelectuales y los descubrimientos científicos. Ahora explíquese el porqué de algunos a promover el acceso a internet como un derecho.

Nuestra Constitución política refleja este derecho de acceso a la cultura, en el artículo cuarto donde por un lado existe el derecho de acceder a los bienes y servicios que presta el estado en la materia y luego a la obligación del mismo a promover, difundir y desarrollarla.

Para contestar la segunda pregunta sobre la  bondad o maldad de algo llamado cultura hay que hacer la siguiente reflexión: en realidad la cultura tiene que ser un bien de la humanidad para la integración. En efecto, la cultura permite que las personas tengan una  identidad. Más allá de la globalización y la interculturización, el concepto denominado cultura, debe referirse a los individuos concretos y no a las masas —porque hacerla popular no la hace accesible— es decir, hay que hacer que la cultura contribuya a la universalidad, indivisibilidad e interdependencia entre unos y otros.

Los principales movimientos sociales, contrarios o no a los gobiernos y a la autoridad, han sido cada vez más reflexivos. La cultura permite que los ciudadanos se integren de “atrás hacia adelante” en un sentido constructivo que les hace diferentes. Juanita mi maestra de historia diría que “quien no conoce su historia, está destinado a repetirla”, yo diría que la cultura es la construcción humana de un trayecto con diferentes protagonistas: somos una construcción de todo lo que le ha pasado a la humanidad, pero en ese pasar, ha sido aquello que humaniza lo que le permite a esa humanidad, reflexionar sobre su actuar en el mundo, eso es la cultura, la capacidad de construir una identidad  dignificante.

Es más, en la búsqueda para recuperar la vivencia de los derechos fundamentales de todo ser humano, la cultura siempre será una puerta, pues como afirma Adán Aguilar, el filósofo, “la cultura habla del ser humano desde todas sus perspectivas, y desde ahí podemos comenzar a buscar unidad y radicalidad que hace falta en las reflexiones sobre derechos humanos”.

Esta reflexión no está desligada de lo que significa la cultura como acumulación de experiencias e historia, y la cultura ligada al arte, pues sin duda en las artes, se reflejan las tradiciones, las formas de vida y convivencia de todas las sociedades. No yendo tan lejos, es improbable que la música tradicional mexicana esté alejada de las costumbres de los pueblos y sus historias, sean positivas o no.  Por eso, el caso del inmigrante mexicano en Estados Unidos, es claro: a final de cuentas, es un ciudadano de un mundo distinto, tiene unas costumbres que se fusionan para ser de ningún lado, ni de aquí ni de allá. Y ese punto de partida identitario, tiene una serie de consecuencias que no siempre se resumen a las anécdotas simpáticas, sino que llega a  los sistemas funcionales y estructurales en materia de derechos humanos, tal es el caso de los sistemas legales que desamparan a los paisanos en una tierra ajena.

La cultura como acumulación y como diversidad, es una herramienta de identidad. Los retos que conlleva van más allá de hacerla popular o accesible, sino de hacerla accesible como un medio de identificación individual y por lo tanto colectivo  como primer paso, y por otro para que esa identificación edificante —dignificante— encuentre eco en los contenidos sociales, políticos, económicos, históricos, científicos y artísticos que mejor conduzcan la reflexión de la sociedad, siempre partiendo de la persona individual. Pensar en una cultura para las masas, es como pensar en una única medicina para todos los organismos: igualitarismo cultural, generaría más división que unidad.

Una sociedad que construye la cultura como un derecho, debería en primer lugar, tomar en cuenta  las necesidades de todos los que la integran, no olvidemos que muchas veces popular, significa ninguno. Construir la cultura con las características individuales, impone el respeto a la universalidad, o como el método de Descartes, de lo particular a lo general, de lo que yo necesito a lo que juntos necesitamos.

rserrano@up.edu.mx

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