Por Sergio Israel Lucero Pérez
El presente, es el primero de una serie de notas relacionadas con la llamada máxima casa de estudios del estado, la Universidad Autónoma de Aguascalientes y el largo camino que le hace falta conquistar para que, la segunda cualidad incluida en su nombre (autonomía), deje de ser un simple referente nominal y se transforme en un referente fáctico, en el mismo tenor, hacer presente un sistema de toma de decisiones que sea incluyente de las diferentes visiones que convergen en la universidad y dejar atrás el imperante sistema rígido y vertical que aleja de cualquier realidad, la representación de los estudiantes en los diferentes órganos colegiados.
La aparente autonomía que goza la universidad se hace presente a lo largo y ancho de las letras forjadas al inicio de su construcción, en la parte frontal de la estructura universitaria. Todo sería mucho más fácil si sucediera de esta forma, si la autonomía se consolidara con sólo ponerla en el nombre, no es así, las universidades por ser entes que contribuyen a la formación sociocultural de todo territorio o estado, son consideradas puntos o bastiones para lograr ejercer el poder, ya sea desde un plano de gobierno, de partidos políticos, de empresas o facciones, etcétera, en general, cualquier ente que sea capaz de operar, y por tanto, de tener los medios para dirigir las acciones de otro, por diferentes razones e intereses, en este caso de la universidad.
Entes de representación estudiantil como la federación de estudiantes (FEUAA), el H. Consejo Universitario, y el Consejo de Representantes de cada centro de estudios, son ocupados por estudiantes de universidad cuyas aspiraciones en campaña nos remiten a una universidad ideal, una representación auténtica de la comunidad universitaria, de los intereses de los estudiantes y su defensa plena ante las tentativas de afectarlos, ya elegidos y después de un corto proceso de adaptación al sistema de toma de decisiones en los órganos colegiados, la espalda a los intereses de los estudiantes se hace más visible que nunca, los jóvenes son vistos como agentes moldeables a los intereses y peticiones de grupos externos a la universidad, grupos de poder dentro de la universidad, y, principalmente partidos políticos, el sentido de las decisiones se torna de un color académico, de defensa de los intereses de la comunidad universitaria, a un color partidista, faccioso, se trata ahora de qué color permea mejor dentro de la universidad. Y la manera más fácil y barata de hacerlo es a través de ellos, digo, son simples alumnos con aspiraciones a la grandeza y con un sutil grado de egolatría.
Además de ser los principales agentes de legitimación de las decisiones que pasarán a afectar o beneficiar a la comunidad universitaria, agentes que dan juego y voto a los intereses de los grupos de poder, los representantes, fungen como aparatos de control estudiantil, si bien, muchos podrían argumentar la falta de operación directa en los estudiantes, es claro que su despolitización y alto sentido partidista, favorece el inmovilismo de los estudiantes en el momento en que hay decisiones, medidas o acciones que los afectan, el silencio de este tipo, es el mejor amigo del control estudiantil, “si los representantes no dicen nada, entonces no debe ser tan grave”, después de sus respectivas gestiones –o incluso sin haber concluido éstas- es común ver cómo consejeros y presidentes de la federación de estudiantes desfilan hacia las puertas de los principales partidos políticos o cómo a cambio de su fidelidad, son beneficiarios de prebendas burdas, una vez más, los estudiantes se ven sometidos a decisiones que los afectan: el alza “irremediable” de la colegiatura mensual –una de las más caras del país dentro de las universidades públicas-, planes de estudio que restan sentido de formación humanista y acercan a las carreras a una visión cada vez más técnica del ámbito social, la exclusividad de venta de sólo ciertos productos, de ciertas compañías, de sólo unos beneficiados, etcétera, etcétera.
El problema no sólo se centra en la manera en que operan los actores antes mencionados, es un enramado de acciones y actitudes que echan abajo el sentido académico de la universidad, son los representantes, son las autoridades, también son los estudiantes: se han desinteresado y olvidado de las conquistas y beneficios que puede traer consigo la organización y movilización para la reivindicación de las necesidades estudiantiles, se les ha olvidado ver hacia el bien común de la universidad, se les ha olvidado el poder que su simple grito de “no” puede lograr. Mientras la apatía por la construcción de nuevos horizontes, la apatía por la política estudiantil que logre poner en alto el nombre de la casa de estudios no por tener mil y un campus en la ciudad, sino por ser generadora de soluciones de problemas sociales, la universidad seguirá siendo la arena de lucha partidista para la conquista y/o continuidad de intereses añejos y ajenos a la verdadera vocación universitaria. Habrá que alzar la voz y no sólo comentar entre dientes, que ya es buena señal de que se está haciendo algo.
Hay un camino aún sin recorrer, el de la representatividad real de los intereses de los estudiantes, un largo camino que seguirá sin pisarse si la comunidad universitaria no da el primer paso de reconocimiento: la organización; un camino que sólo a través de la unión de intereses logrará ser percibido en la realidad-real, una cultura política incipiente en los jóvenes, simplemente dejará que todos los planteamientos antes mencionados sigan su curso, e incluso lleguen a agravar la situación.
Resulta indispensable que los jóvenes asumamos esa responsabilidad que representa el pertenecer a la comunidad universitaria en general, dejando de lado toda particularidad, comprometiéndose a luchar por el respeto de la autonomía universitaria, y dignificando la labor del estudiante que ha sido abandonada por aquéllos quienes lo único que hacen es contribuir al empobrecimiento mental y la capacidad crítica de los individuos.
La propuesta es y seguirá siendo el exigir respuestas que demanda nuestra decepcionada sociedad; que harta de la clase política sigue firme a la espera de un importante cambio, y que en gran medida se logrará con el aporte comprometido de los universitarios, académicos y miembros de la sociedad civil organizada.




