Todos lo hemos comprobado por experiencia propia, sin duda. La famosa hospitalidad del mexicano tiene sustento, no es mera apariencia pasajera. El mexicano, a diferencia de lo que pasa en otras celosas latitudes, de entrada no tiene ningún problema con el extraño. Apenas se tope con uno, el mexicano no tiene empacho en poner buena cara y decir con su lenguaje corporal “hola”, “bienvenido”, “¿qué se te ofrece?” y acto seguido expresarlo de manera oral. Una vez que el extraño se siente confiado y decide ingresar a los territorios del mexicano, los agasajos no dejarán de llegar. El mexicano ofrecerá amablemente todo lo que tenga a la mano con tal de hacer sentir al otro como en casa. Alimentos, bebidas, alojamiento y hasta las hijas si es conveniente, pondrá a disposición del extraño, ahora invitado, todo lo que necesite y más. Su generosidad no conoce límites, le gusta ser así y no pierde oportunidad de darse vuelo con ello. Incluso si lo hace por profesión u oficio, el mexicano se encarga de grabar su impronta hospitalaria en el paladar del comensal, en los sueños del huésped, en la postal del turista.
Al poco tiempo, sin embargo, ese trato generoso y amable comenzará a tocar extremos. La hospitalidad primera pronto se convertirá en empalago insoportable. Recuerde, como señalamos arriba, a este respecto el mexicano no conoce límites. Insistirá e insistirá e insistirá hasta el empacho, aturdirá con sus constantes ofrecimientos, cada vez con un grado más elevado de gestualidad y amabilidad afectadas. La comodidad del invitado se irá transformando gradualmente en fastidio hasta verse obligado a una fijación discreta de fronteras o a una defensa abierta de su espacio vital y de su derecho a elegir, y a una expresión franca de su repulsión a recibir apapachos de un recién conocido o de un botones.
Ahora el trato melosamente indigesto sufrirá un nueva transformación, pues el mexicano se sentirá ofendido porque le hayan puesto un alto. Seguirá siendo amable, pero ahora su hospitalidad es desconfiada. No entiende la reacción del otro, no entiende que él provocó esa reacción. No entiende qué pasa del todo, qué acaba de pasar, si él es tan amable. Reparte culpas. Desconfía. Se reprocha a sí mismo. Eso se gana, por su amabilidad. Eso le pasa, por andar confiando en la gente. Más vale que el invitado se vaya pronto, quién sabe que traiga entre manos, ese comportamiento no es normal, puede ser un peligro. Qué importa cuánto tiempo se quede o cuánto consuma el cliente, seguro no dejará buena propina. Si entre sus planes próximos está adoptar un mexicano, siga los siguientes pasos.
Primer paso: quizá los mexicanos son tan hospitalarios porque las primeras responsabilidades que tuvieron a su cargo tenían que ver con tareas hogareñas como tender la cama, barrer el patio o la cochera, servir un plato o lavarlo. Gracias a la rígida cadena de mando que rige las relaciones en casa, las madres o los hermanos mayores delegan los quehaceres al primer incauto que pase ante ellos. Evite esto a toda costa, proteja a su mexicano de ese tipo de obligaciones, ni lo harán más responsable ni aprenderá lecciones valiosas para la vida, mejor sería que no haga nada.
Segundo paso: quizá los mexicanos son hospitalarios en exceso porque les hace falta cariño y por eso lo andan mendigando por ahí. De vez en cuando, dele un abrazo a su mexicano, sea justo, no sea ni efusivo ni frío, quizá esto ayude a cimentar su confianza y evite que en el futuro ande buscando en la mirada de extraños el afecto y el aplauso que nunca recibió en casa.
Tercer paso: quizá los mexicanos sean hospitalarios desconfiados porque los consintieron demasiado y cualquier intercambio humano que no se parezca a los mimos de mamá les resulta ofensivo. Para curar esta condición de su mexicano debilucho, blandengue e inseguro, nada como una buena tunda para establecer límites bien claros y forjar el carácter. Que no le tiemble la mano, su mexicano sabrá agradecer en algún momento de su vida los correctivos aplicados.
Preguntas frecuentes: ¿El mexicano es hospitalario? Sí. ¿El mexicano es empalagoso? Sí. ¿El mexicano es desconfiado? Sí.
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