El día 24 de julio instalaron mi flamante línea telefónica. Contraté un servicio que incluye llamadas locales, a celular y a larga distancia, así como acceso a internet. El recibo de agosto llegó puntual, y, en reciprocidad, fue pagado puntualmente. Hace un par de días hizo su aparición el recibo de septiembre. Ayer fui, impetuoso, a reclamar. De acuerdo con mis cálculos, había llamadas a números celulares que desconocía, muchas, cuarenta y siete; y juntas habían rebasado el tiempo incluido en mi paquete. Además se consignaba que había hecho cuarenta y cuatro llamadas locales, detalle sin importancia si tomamos en cuenta que puedo hacer cien sin afectar mi presupuesto. Por “mis” excesos celulares debía pagar cien pesos más. Fui, como Condorito, a exigir una explicación.
En la oficina amablemente me mandaron a la zona de teléfonos. Es decir, la encargada de aclaraciones te aclara que es más bien innecesario apersonarte, bien podrías hablar de cualquier lugar, ahora todo se hace allá, quién sabe dónde sea eso, pero de que es allá, es allá.
Así que llamé. Teclee su número, teclee la opción deseada, diga su número -¿y como para qué lo tecleé entonces?-, diga qué se le ofrece. Aparecen llamadas en mi cuenta que podría jurar que no realicé. Ajá, ¿seguro? Ajá, seguro. ¿Cuáles números? Todos. ¿Todos? Sí, y aparecen más de cuarenta llamadas locales, que tampoco hice. ¿Ninguna? Ninguna. Pero no se pasa. Pero no las hice, ¿por qué aparecen? Mm, a ver, primero veamos las de celular. Bien, no llamé a celular. Espere, ¿entre qué fecha y qué fecha le aparecen las llamadas que no hizo? Entre el 13 y el 25 de julio. ¿Y cómo sabe que no son llamadas suyas? Pues fácil, si leyera usted con atención este texto sabría que en once de esos días yo ni siquiera tenía una línea telefónica en mi casa. Ah, claro, este, déjeme ver, ahorita le ajusto la cuenta. Ok, pero no me la ajuste, mejor dígame por qué registraron, y quieren cobrar, llamadas que es imposible que hubieran existido. En seguida estoy con usted…, listo ya le ajusté las llamadas; ahora, las de los días 24 y el 25. Nada, tampoco las hice. ¿Cómo?, ¿ninguna? No, señorita, ninguna. ¿Nadie llamó? No. ¿Está seguro? Totalmente. Pero… No sufra, puedo jurarle que no he usado mi línea, no he instalado un aparato de teléfono. ¿No tiene teléfono? No, no tengo aparato telefónico. ¿Por qué? Porque no lo he necesitado. ¿En dos meses? Y lo que falta. Ah, bueno, entonces las llamadas locales tampoco las hizo. No, es materialmente imposible hacer llamadas desde mi casa porque no hay un teléfono, por eso quiero que las quiten de mi cuenta aunque no me cuesten más. Bien, espere, ahorita le ajusto las de celular que faltaban y las locales. Sí, pero a ver, antes de andarme ajustando cosas, dígame qué pasó, por qué salió mi cuenta así. En seguida estoy con usted… listo, están borradas todas las llamadas, también las del recibo que llegará a finales de mes. ¿Cómo?, ¿ya tenía llamadas este mes? Sí, pero ya se las ajusté. Y dale con ajustar, ¿por qué tengo llamadas este mes? Bien, y entonces, ¿quiere que le deje solamente el servicio de internet? No, contraté teléfono e internet porque quiero tener teléfono e internet. Pero, me dice que no necesita el teléfono. Le digo que no lo he necesitado, pero cuando lo necesite no dudaré en instalar un aparato. Ah, ya, bien, ok, servido señor Joel, ya sólo pagará su renta normal. ¿Y por qué pasó esto? Buen día.
El evento me sorprendió. Así, de la nada, se sumaron a mi línea minutos de servicio que no sucedieron. Si le hubiera pedido a mi secretaria que fuera a pagar el recibo, si no hubiera revisado bien, si tuviera “domiciliado” el pago en mi banco o si hiciera muchas llamadas, quizá no me habría dado cuenta del detallito. Y habría donado cien pesos a la pobre compañía telefónica.
Pero, algo que me ha llevado de la sorpresa al terror -exagero, siempre exagero- es la facilidad con que se resolvió todo. Esperaba que mi palabra fuera puesta en duda; o por lo menos una expresión de asombro. Imaginé disculpas del tipo: “Señor esto es muy grave, vamos a realizar el ajuste, pero le pasaremos un número para que pueda dar seguimiento al problema”. Nada. Es decir, esto ocurre continuamente. Una y otra vez, las exactísimas computadoras, los sistemas inteligentes de una inmensa compañía, fallan. Y fallan, cosa rara, a favor de la compañía. Si te quejas, lo resuelven; si no, no. ¿Cuántos millones de pesos han cobrado así, por errorcitos?
Eso sí, Telmex no hace sino llevar a niveles de potentado las tres estrellas de los hoteles de cuatro, los litros falsos de las gasolineras y los kilos de novecientos gramos de las tienditas. Para terminar como comenzamos, latinos y ciceronianos: En este país consuetudo quasi altera natura.
