Llegamos a la fecha del 1 de julio, día de la elección, en que con nuestro voto expresaremos el futuro que deseamos para México; este día, ya no cabe duda, los ciudadanos comprometidos para manejar las más de 140 mil casillas, harán un trabajo de alta calidad. Asimismo, los representantes de los partidos políticos observarán y vigilarán el trabajo de los funcionarios de las casillas.
El procedimiento de ley y la alta disposición de los consejeros electorales del IFE nos permitirán conocer, a través de la maravillosa informática, el avance del registro de los resultados de la elección en cada casilla; las actas de cada elección serán puestas también en la red para que los ciudadanos podamos comprobar que lo que votamos en la casilla, y que fue puesto en una sábana en la puerta de entrada, es lo que fue contado en los registros.
En fin, está a la vista el avance democrático y procesal de nuestras elecciones; quedaron atrás las elecciones en que los gobiernos priistas manejaban y manipulaban las elecciones, en que los votos realmente no eran necesarios, porque no se contaban, ya que los resultados los conocíamos de antemano, convirtiéndose los fraudes en un nefasto mecanismo de alejamiento y de no participación de los electores de las campañas políticas.
Cierto, este día de elección ya no es el problema democrático en México; en reconocimiento al IFE y a los cientos de miles de ciudadanos participantes en las mesas de las casillas, ya no podemos hablar de fraude electoral en este día. Es decir, si el concepto de fraude está circunscrito al día de la elección, al conteo de votos, y al resultado consecuente, efectivamente, ya no se da el fraude electoral.
Hoy los cuestionamientos a las elecciones ya no se dan en este momento del proceso electoral; es evidente la superación del trauma histórico por lo que corresponde a las casillas, no obstante el todavía acarreo de electores que llevan a cabo los partidos políticos para trasladarlos a las casillas para que emitan su voto.
Ahora tenemos que pasar del hecho de la emisión del voto, a la consideración de la disposición que tiene el elector para cruzar las boletas; en otras palabras, considero que el nuevo reto para el desarrollo democrático del país es el grado de libertad de conciencia que tenemos los electores para decidir nuestro voto. Me parece que aquí está el nuevo cuestionamiento de las elecciones.
De ahí que sea necesario abrir el panorama de observación y estudio del proceso electoral, tanto para determinar si el ámbito del concepto de fraude debe permanecer circunscrito a la casilla o si debe ampliarse, o, si ese concepto permanece anclado a la casilla, tenemos que buscar un nuevo concepto o calificativo a ese cuestionamiento electoral, que significa erradicar la compra de voto.
Algunas preguntas nos pueden ayudar a iluminar y reflexionar sobre el ámbito de libertad de los electores para decidir sus votos: ¿qué pesa más en los electores, el rechazo a un partido o la corrupción de otro?, ¿cuánto pesan los regalos y favores recibidos de un partido para dar el voto a su candidato?, ¿qué tanto influyen en el elector las propuestas del candidato?, ¿qué tanto influye en el elector el atractivo personal de un candidato sobre otro?, ¿toma en cuenta el elector la calidad personal del candidato por el que vota, su preparación profesional, su visión de sociedad y gobierno?, ¿al candidato que más vio en la televisión, en los espectaculares de las calles, en las lonas de casas y edificios, en los medallones de camiones y coches, es al que le da el voto?, ¿pesan las acusaciones y denuncias que se hagan a un partido y su candidato para darle o no su voto?, ¿le influyen los análisis de los medios de comunicación, sus artículos de opinión y los comentarios de los conductores de noticias?, ¿qué papel juega la difusión constante de encuestas en la decisión final del elector?
Los criterios que miden la validez del resultado de una elección son varios que podrían resumirse en tres: legalidad, legitimidad y licitud. El primero es el que más conocemos, ya que se refiere al cumplimiento de la ley electoral, donde lo que no se apega a ella, se convierte en violación o irregularidad.
La legitimidad habla de que el resultado se apegó a la ley; el diccionario de la Real Academia Española dice que legitimar es “convertir algo en legítimo, probar o justificar la verdad de algo o la calidad de alguien o algo conforme a las leyes”.
Sin embargo, el criterio de licitud nos lleva más allá de los dos primeros. Las combinaciones del resultado son diversas: podrá ser legal y legítimo, pero no lícito. Del mismo diccionario, la palabra lícito significa “justo, permitido, según justicia y razón”.
México tiene hoy tres regalos para su futuro, de los que sus electores escogerán uno. ¿Qué tanto nos guía el contenido?, o ¿nos dejamos llevar por la envoltura? Uno de ellos parece tener una envoltura maravillosa, atractiva, extraordinaria, deslumbrante; con todo, no es suficiente la apariencia, ya que es imprescindible acercarse para percibir el olor que despide cada regalo. Algún regalo podrá tener una deficiente envoltura, pero su olor nos puede dar confianza para escogerlo.
Es así que, mediante el olor que despide cada regalo podremos tener una orientación de lo que envuelve; empero, el voto cuenta y será el que nos dará el resultado para conocer a quien nos guiará por los próximos seis años de la historia de México.
Las respuestas a los cuestionamientos y denuncias conocidas en las últimas semanas, darán una nueva conciencia política a los mexicanos, que superará el acuerdo de civilidad signado por los candidatos. El acuerdo fue para los resultados, mas no para el compromiso de libertad de los electores.




