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viernes, diciembre 5, 2025

La otra realidad / Marcela Pomar en LJA

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“Los pueblos indígenas queremos seguir siendo lo que somos, pero no queremos seguir estando como estamos”. Indígena huichol

 

El pasado 9 de agosto se conmemoró el Día Internacional de los Pueblos Indígenas del Mundo, fecha designada por la Asamblea General de las Naciones Unidas para fungir como recordatorio constante de las asignaturas pendientes de los Estados en el rubro de los pueblos autóctonos, mismas que siguen (y seguirán) pendientes en los sistemas marcados por la explotación y el abuso hacia las comunidades indígenas.

El retórico discurso de la Comisión Nacional para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas (CDI) de México, que destaca la “importancia de estos pueblos”, contrasta brutalmente con las lamentables, trágicas y humillantes condiciones de vida en que se desarrollan las diferentes etnias a lo largo y ancho del territorio nacional. En la última década se ha agudizado el acoso sistemático hacia éstas a pesar de los “esfuerzos gubernamentales” que comenzaron en el año 2001 con el reconocimiento de los derechos indígenas por medio de la reforma al Artículo 2 constitucional. Ejemplo de ello es el neocolonialismo crudo de mineras nacionales y extranjeras que se han dedicado a saquear los recursos naturales del país con beneplácito del propio Estado mexicano y en detrimento de los territorios y asentamientos indígenas, según afirma José del Val Blanco, director del Programa Universitario México Nación Multicultural (PUMC) de la UNAM. Muestra de ello se vive en la zona de Wirikuta, en el hermano estado de San Luis Potosí, entre muchos otros ejemplos. La ONG Amnistía Internacional denuncia además la venia del Estado para la explotación a cielo abierto y el establecimiento de plantas generadoras de energía en propiedades indígenas sin el consentimiento, ni conocimiento de sus propietarios, en un modelo repetitivo que expulsa a los indígenas en cuanto entra el capital: una ofensiva de despojo inaudita.

En el medio rural, la deshumanización a través de este tipo de trabajo asalariado es oprobioso. Precisamente en Wirikuta los jornaleros huicholes –familias de hombres, mujeres y niños que trabajan en campos agrícolas sujetos a jornadas extenuantes y expuestos a plaguicidas neurotóxicos- siguen viviendo el sistema de enganche y la esclavitud por deudas (pagos adelantados para asegurar la permanencia del peón), originados en la época colonial, y que obligan a los trabajadores a laborar por destajo entre ocho y 15 horas diarias y hasta los siete días de la semana sin contar con los mínimos servicios de salud, vivienda, educación, alimentación, etcétera. Sin seguridad en el empleo, los jornaleros y sus familias viajan de campo en campo y pocos logran ingresos remunerados de más de 150 días al año. Cocinan, comen y duermen hacinados en inhóspitos galerones, son discriminados racialmente por ser indígenas y no gozan de ningún tipo de derecho laboral o sindical. Y sin embargo, “la mayor parte de los granos, frutas y hortalizas que nos comemos y los miles de toneladas de productos agrícolas que enviamos al extranjero son cultivados y cosechados por trabajadores asalariados, cuya extenuante y mal pagada labor es la que hace ricos a los agroempresarios y a las trasnacionales”, como se destaca en un excelente artículo en La Jornada del Campo: “La tierra no se vende, ¿las personas sí?”.

En México, la población indígena es de cerca de 16 millones -alrededor del 15 por ciento del total- quienes hablan más de 60 lenguas a pesar de la discriminación y la marginación que han sufrido a lo largo de la historia. Mardonio Carballo, poeta nahuatlaco, señala al respecto: “cambiemos folclor por respeto. Los pueblos indígenas no son nuestros pueblos indígenas; los pueblos indígenas se pertenecen a ellos mismos, aunque se compartan generosamente sin que lo hayamos percibido. No se vale compadecerse superficialmente ni banalmente y sentirse orgulloso por nuestro gran pasado de piedra. Cambiemos y exijamos demagogia por concreción. Exijamos justicia por estos pueblos que nos dan rostro, que nos heredan algo más que genes, también glorias, también miedos. Los pueblos indígenas son pueblos vivos, justicia pues para ellos. Solidaridad con la meseta purhépecha, con Cherán, con los zapatistas, con los Tula y todos aquellos que están luchando por un mundo mejor desde sus pueblos. Los pueblos indígenas son pueblos vivos, justicia pues para ellos. Su mayor ejemplo: la dignidad; su mayor contribución: nos están diciendo que hay otras formas de deconstruir y reconstruir este país que nos está doliendo. Ellos saben cómo”.

Ante esta “deshumanizante” y “cosificante” globalización neoliberal, es vital reiterar la trascendencia de recordar continuamente que no podemos sentirnos superiores a otros o ser indiferentes ante sus desgracias, pues “por más que andes por la vida con el cuello estirado no podrás alcanzar las estrellas en lo alto”, según un antiguo proverbio náhuatl. En la conciencia de que pertenecemos –indígenas, mestizos y “criollos actuales” a una misma raza: la humana- y en el entendimiento de nuestra propia responsabilidad social, yace el inestimable impulso por la defensa de la vida y por la dignidad del hombre.

marcelapomar@yahoo.com.mx

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