Residencia Oficial de Los Pinos, México D.F. 18 de enero de 2012. El director de la Agencia Central de Inteligencia, la CIA, David Petraeus, acompañado del embajador estadounidense en México, Anthony Wayne, conversa con el Titular del Ejecutivo, Felipe Calderón. Durante la reunión, ambas partes intercambian puntos de vista sobre la agenda de seguridad bilateral.
La escena arriba descrita sirve como introducción al presente artículo, el cual tiene por objetivo explicar al amable lector quién es David Petraeus y por qué, de encontrarse en el Olimpo del sistema político-militar en la Unión Americana, pasó a convertirse en un ángel defenestrado, y cómo su caída ha cimbrado los corredores de poder en Washington D.C.
David Petraeus nace en 1952 y desde joven su insaciable espíritu competitivo lo llevó a embarcarse en una meteórica carrera, tanto militar como académica: En 1974 se graduó con honores de la Academia Militar de West Point y después ocupó varios puestos destacados en la milicia estadounidense, donde tuvo la fortuna de contar con “padrinos” que ampliaron sus horizontes profesionales. Posteriormente, en 1985 obtuvo su maestría en Administración Pública por la Universidad de Princeton, y dos años más tarde consiguió su doctorado en Relaciones Internacionales, por la misma institución de enseñanza superior.
En marzo de 2003, dirigió a la 101ª División Aerotransportada –formada por 17 mil paracaidistas y equipada con helicópteros Apache– en la invasión de Irak. Durante la primera fase de la campaña, Petraeus ocupó la ciudad de Mosul y logró someter a los guerrilleros. Después de su estancia en Mesopotamia, Petraeus volvió a la Unión Americana y se encargó de reunir a un grupo de antropólogos, historiadores, militares y sociólogos para diseñar el nuevo manual de contrainsurgencia del Ejército estadounidense.
George W. Bush –El Texano Tóxico– nombró, en enero de 2007, a Petraeus como jefe supremo en Mesopotamia para encabezar “La Oleada” –el envío de 20 mil soldados de refuerzo a Bagdad y la provincia de Al-Anbar con el objetivo de evitar la guerra civil y eliminar a Al-Qaeda-. Petraeus ordenó que las tropas yanquis “limpiaran, sostuvieran y construyeran” el Nuevo Irak.
Imitando al sonorense Álvaro Obregón quien decía que no había general que resistiera “cañonazos de 50 mil pesos”, Petraeus sobornó a las guerrillas sunitas con maletas cargadas de dólares estadounidenses. El aumento de los efectivos estadounidenses más el cohecho de los insurgentes suníes logró que la sangría del Ejército estadounidense disminuyera, y permitió a Petraeus crear el espejismo de la victoria lo cual pareció ser la materialización de las poluciones nocturnas del Partido Republicano.
Su oposición a la retirada estadounidense de Irak, lo llevó a chocar directamente con el entonces senador Barack Obama, quien ya lo percibía como un futuro rival político, debido a su estatus de héroe nacional. No obstante, ya siendo mandatario, nombró a Petraeus jefe del Comando Central y –cuando el general Stanley McChrystal fue removido por criticar al mandatario- fue designado en junio de 2010 comandante en jefe de las fuerzas de la OTAN en Afganistán.
A pesar suyo, el político afroamericano reconoció los blasones intelectuales y militares de Petraeus y lo nominó en septiembre de 2011 como director de la CIA. En su nuevo puesto, Petraeus impulsó la incubadora de alta tecnología, In-Q-Tel, y la transformación de la agencia, priorizando China, Europa y la lucha contra el crimen organizado en México.
Sin embargo, el militar se inmiscuyó en una relación extramarital con su biógrafa, Paula Broadwell, la cual fue descubierta cuando la presunta amante envió correos electrónicos amenazadores a Jill Kelley, una amiga de la familia Petraeus. Kelley informó al FBI sobre las misivas, y la agencia de seguridad interna comenzó una investigación que concluyó, misteriosamente, el día 6 de noviembre –fecha de la elección presidencial 2012-. Tres días más tarde, Petraeus presentó su renuncia al presidente Obama.
Todo hubiera quedado ahí de no ser por dos factores: el ex director debe testificar sobre el ataque de los radicales islámicos contra el consulado estadounidense en Bengasi, Libia –ver La Jornada Aguascalientes 19/09/12-; y la revelación de que Jill Kelley había entablado comunicación “inapropiada” con el general John R. Allen, jefe de las tropas de la OTAN en Afganistán.
El hecho de que los desvaríos eróticos de un grupo de militares estadounidenses, en activo y en retiro, hayan dañado potencialmente la seguridad nacional del país septentrional parece sacado de un guión de Epigmenio Ibarra o John Le Carré.
Aunque para el escribano, la situación acaecida a David Petraeus se parece al personaje del querubín caído –narrado por el rapsoda inglés John Milton en su magnum opus, Paraíso Perdido-, a quien la arrogancia, desarrollada por ser dominador de naciones, condujo al inframundo.
Aide Mémoire.- Durante su próxima reunión con Barack Obama, el presidente electo, Enrique Peña Nieto, tiene la oportunidad histórica de, entre otras cosas, restablecer el orgullo de la diplomacia mexicana.
* Colegio Aguascalentense de Estudios Estratégicos Internacionales, A.C.
