A pesar de que se pueda o no coincidir con los postulados del movimiento de 1968, nadie podrá negar la trascendencia de las premisas que enarbolaron: una estructura con principios democráticos que se reunía en asambleas a deliberar, líderes concretos que respondían ante sus representados, ante la sociedad, el gobierno y que ciertamente fueron reprimidos. Todo esto se atestigua en El Grito (1968) un referente sin precedentes, de los primeros documentales del cine mexicano enfocados a esta clase de movimientos sociales. Con respaldo de la UNAM el filme es una edición de diversas grabaciones llevada a cabo por Leobardo López Areche que, a pesar del pésimo sonido, es una obra de arte sobre todo por su perfecta fotografía que logra captar con una belleza que sorprende las esencias de las protestas juveniles.
Por el contrario, lo que vimos el sábado es la auténtica antítesis de 1968: movimiento antidemocrático, sin líderes o rostros que respondan por las acciones, no tienen un objetivo concreto, llevaron a cabo disturbios, destruyeron la propiedad de ciudadanos comunes (qué grotesca la imagen de un joven robándose un vaso de un Wings) y sobre todo propiciaron daños en la integridad física de diversas personas. Dentro de todos los destrozos tal vez lo que más indigna son los daños al Hemiciclo a Juárez (¿Qué necesidad? En especial por lo que el Benemérito de las Américas significa para cualquiera que se precie de ser progresista o republicano) lo único que se puede decir de los que hicieron semejante cosa es que son unos vándalos en el más amplio sentido de la palabra.
A pesar de mi afinidad con nuestro ya presidente, consiento que no todos pueden comulgar con él, que incluso pueden protestar, más aún hasta podría llegar a conceder en un extremo que la desobediencia civil es un camino que a veces se puede tomar; sin embargo los hechos suscitados por manifestantes (sic) el sábado no pueden bajo ningún aspecto englobarse como legítima protesta, violentan de manera contundente el artículo 8 de nuestra Constitución.
Mientras ellos gritaban en la calle de manera absurda y engorrosa, y entiendo por grito la protesta sin sentido (sin un fondo argumentativo) nuestro presidente Enrique Peña Nieto respondió fuerte y conciso, nuevamente con propuestas que en verdad son fundamentales para entender un nuevo México, más humano y más justo. La primera es primordial, atacar la violencia de México no a través de la policía, sino de la prevención que involucra fundamentalmente a las secretarías de Educación, Hacienda, Desarrollo Social y Salud (que no al gabinete de seguridad pública) esto va engarzado con la decisión de publicar la Ley General de Víctimas que Felipe Calderón había vetado. La homologación de códigos penales en el país es en verdad una propuesta que trascenderá en la forma en que se imparte justicia, un hito en materia jurídica. La estrategia para combatir las desigualdades se basa en una cruzada nacional contra el hambre, ampliar el programa de subsistencia para adultos mayores bajando la edad de 70 a 65. El proyecto de sistema de seguridad social universal, de llegar a concretarse, tal vez sería uno de los logros más trascendentes del siglo XXI en México y marcaría de manera real un cambio en la vida de millones de mexicanos que viven en la extrema pobreza. Pero además propuestas económicas sustentadas en la mejora de las comunicaciones: ampliación de redes ferroviarias y transporte colectivo (metros y trenes eléctricos) en las zonas metropolitanas más importantes del país, mayor acceso a la banda ancha y a dos nuevas cadenas de televisión abierta. Por supuesto no podía faltar el control de la deuda de los estados y de manera preponderante el déficit cero en el presupuesto de egresos del 2013.
A diferencia de los sátrapas que se escudan en un pañuelo que tapa su cara, el presidente de México señala acciones concretas que pueden ser discutidas, criticadas, mejoradas, pero sobre todo que son medibles, es decir, que pueden ser exigidas y que serán el indicador para calificar el sexenio de Enrique Peña Nieto.
Es importante que todos los mexicanos apoyemos el sexenio que inicia, no se trata por supuesto de ser complacientes, sino de entender que todos somos este barco y este proyecto. Así lo entienden los principales líderes de las fuerzas políticas que firmarán el Pacto por México. Si entonces, después de apoyar, de que todos seamos parte de la idea de este enorme pacto nacional, no obstante el presidente entrante no logra cumplir sus promesas, tendremos el justo derecho de rechazarlo, de votar en contra de él, incluso de protestar por la falta de cumplimiento.




