Estamos ante noticias de hechos que han dejado horrorizados aun a los más duros. Los bombazos en Boston, dejando tres muertos y casi dos centenares de heridos; las cartas con veneno contra el Presidente de Estados Unidos y algunos congresistas; el accidente de Waco, en Texas; el dictador de Corea del norte que amenaza con una guerra nuclear y que ahora pide tiempo para poder desarrollar la bomba que creía tener; un presidente aterrorizado de que su pueblo le pida el conteo voto por voto y comienza a masacrar a su pueblo porque se lo dijo “un pajarito”; las bombas que en Irak, Afganistán y Pakistán diariamente matan a cientos de ciudadanos inocentes; los asesinatos después de torturar a sus víctimas en México que va en aumento, y de lo que sálo hay discursos para detenerlos; Congresos locales secuestrados para que legislen lo que quieren los violentos; dos cámaras federales legislativas celosas, porque no han sido cámaras de origen en cuanto a la reforma constitucional de telecomunicaciones y la ley de control del endeudamiento de estados y municipios.
Todo esto provocado ya sea por tiranos o autoridades alejadas de su quehacer responsable frente a sus gobernados; o bien terroristas inconformes con su estatus o con las autoridades de sus países; o delincuentes que tratan de aterrorizar a las autoridades que deben de perseguirlos, o eliminando a su competencia. Lo grave de todo lo anterior es que en medio de esta ola de terror, asesinatos, represiones etcétera, queda la sociedad inerme de los que trabajan, estudian y construyen; los pacíficos, los que guardan el orden y respetan las leyes.
Estos ciudadanos son los afectados por esta estúpida violencia, irracional y desenfrenada, la cual no está dirigida hacia los que originan el odio o la represión sino que está dirigida de manera indiscriminada contra la población civil, con el ánimo de que ésta se violente y derrumbe los órdenes establecidos y vulnere las instituciones. Con ello los provocadores de esta violencia incomprensible creen que con el caos que quieren provocar podrán vengarse para con ello darse por satisfechos en sus intenciones enfermas.
Todo esto es agravado, de una u otra forma, por la desigualdad social, la impunidad y la corrupción imperantes en nuestra sociedad. Últimamente causadas también por los problemas económicos, por las crisis financieras generadas por aquéllos que en su avaricia y falta de escrúpulos provocaron y que ahora se manifiesta en un desempleo palpable, maquillado por los gobernantes, como si con eso los desempleados sintieran un alivio a su desesperación.
Se nos ha dicho que México es un país el cual, de acuerdo a las cifras de los gobiernos federal, estatales y municipales, se vive una jauja en materia de empleo y sin embargo, según datos de la OCDE, el promedio de empleo de los países pertenecientes a ésta es de 65.1 por ciento; México se encontraba en diciembre de 2012 en un 60.5 por ciento; o sea un 1.4 por ciento por debajo de cuando pegó la crisis mundial de 2008. No obstante lo anterior nos dice que estamos en niveles de países desarrollados. ¡Que barbaridad! De acuerdo con esta organización países como Islandia, Suiza, Noruega, Holanda, Suecia y Alemania están en un promedio entre el 73 y el 80 por ciento.
Debemos tomar en cuenta que en México el 60 por ciento de la fuerza laboral se encuentra en la informalidad, lo cual es un caldo de cultivo para que la inconformidad del pueblo se incremente, pero nunca para que a través de esto se justifique que hagan lo que al principio le comento.
Creo que debemos revisar nuestros principios y todo aquello que nos ha dado cohesión como nación. No dejemos que estos enfermos asesinos nos lleven a su campo de odio. En el mundo hay muchos enfermos, pero no todos. Apostemos por los sanos. El uso de la fuerza por la fuerza ha torturado siempre a la humanidad, pero contra ellos debemos unirnos.




