La mezquina rapacidad y el espíritu de monopolio de los mercaderes no son ni deben ser los gobernantes de la humanidad.
Adam Smith
El país no está, técnicamente, en recesión, afirmó el Secretario de Hacienda Luis Videgaray. Técnicamente no lo estará, pero ah, qué feo se siente. El hecho es que al día de hoy, 75.5% de la población mexicana, 89.3 millones de personas, sobrevive con ingresos inferiores a los 85 pesos diarios, cuando apenas hace tres años era el 73%, 84.2 millones de personas, las que vivían en esas condiciones. Al día de hoy, 43.9 millones subsiste con 50 pesos al día, 4.2 millones de personas más de las que vivían con un ingreso equivalente hace tres años. Es la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo (ENOE) elaborada y publicada por el INEGI la que arroja estas cifras.
El índice de desocupación a nivel nacional, indican las cifras oficiales de la ENOE, se ha reducido en estos tres años, de 5.2% a 5% de la población económicamente activa, pero esto es gracias a que hoy la gente está cobrando menos por su trabajo a pesar de que la economía ha registrado crecimiento. O precisamente por eso, porque la economía ha registrado crecimiento es que las personas, en promedio, están percibiendo cada vez menos ingresos. Hoy la tasa de informalidad laboral, TIL1, conforme a las cifras de la ENOE, alcanza al 59.1% de la población económicamente activa, razón por la cual una “reforma hacendaria” como la propuesta hace unos días por el gobierno de la República, no sólo tiene una muy magra base sobre la cual podrá cobrar impuestos, sino que seguramente arrojará a más personas a la informalidad laboral.
Todo el discurso político que hemos escuchado en estos días se refiere a la imperiosa necesidad de recuperar la senda del crecimiento económico. Pero si lo que está provocando el crecimiento es mayor concentración de la riqueza, obligando a los pequeños negocios a cerrar y a la clase media a replegarse o reducirse, ¿para qué queremos más crecimiento de este tipo?
El capitalismo es un sistema que imprime el dinamismo a la economía sustentándose en la lógica de maximizar las ganancias. La competencia entre iguales, como lo predijo Adam Smith -reconocido como padre de la ciencia económica-, debería operar de forma automática generando riqueza repartiéndola equitativamente. Esto es, la mano invisible del mercado habría de ser el mecanismo que lleve a lograr el máximo bienestar de todos.
La teoría, sin embargo es una cosa y la realidad, otra. La obtención de ganancias estriba, en el modelo capitalista, en la concentración y la acumulación. El pez grande se come al chico y, sin gobiernos eficaces a la hora de intervenir ante la competencia entre los no iguales, la economía mexicana actual, y las de todos los países del mundo capitalista, contraen la enfermedad del siglo: el capitalismo monopólico versión 2.0.
El verbo crecer es sinónimo de vivir en capitalismo. El crecimiento puede acelerarse mediante la centralización o mediante la expansión a base de eliminar o absorber a los competidores. Cuando a base de esta práctica se consigue ser el único actor que posee y domina el mercado de un bien o servicio, este actor es considerado como monopolio. Si en el proceso no consigue ser monopolio, pero los actores en cierto mercado son pocos y su tamaño y poder es parecido, es mejor pactar precios que embarcarse en una espiral o guerra de precios para aumentar la parte del pastel a costa de los colegas. A esto se le llama oligopolio. Monopolio, oligopolio, en los casos cuando es uno o pocos actores los que venden en un mercado, y monopsonio, cuando es sólo uno el que compra, son el resultado lógico de la competencia exacerbada y desigual. A mediados del siglo pasado, la concentración industrial generó lo que hoy conocemos como capitalismo monopólico versión 1.0. Cuando al concentrarse los mercados financieros-monetarios se impulsó la creación de los monopolios globales, se alcanzó la fase conocida como v.2.0.
La competencia capitalista puede plantearse como un proceso exponencial de concentración, una especie de selección natural en la que los más fuertes absorben o eliminan a los demás. Conforme se concentra el poder económico, se pueden forzar a la baja salarios y pagos a proveedores, los consumidores resultan beneficiados en el corto plazo, pero a la larga pierden ingresos y sus trabajos. Así, la competencia se extingue ya que los monopolios interactúan entre ellos a fin de mantener todo el proceso productivo en un entorno monopolístico global. Llegada esta fase, la v.2.0, se presenta una situación similar a la del juego del Turista (o Monopoly) en la que un jugador posee el 40% del tablero y ya no tiene sentido continuar la partida.
Las 500 mayores multinacionales poseen el 80% del acervo acumulado de inversión y el 50% del comercio internacional. Dominan los recursos naturales, controlan el desarrollo de las tecnologías actuales y futuras, la mayoría de las agencias y medios de información y entretenimiento, imponen su influencia económica, política, cultural e ideológica sobre las naciones sometidas, propagan por doquier el credo neoliberal, y sus decisiones de inversión, deslocalización, expansión, etc., afectan a pequeños empresarios, trabajadores y sus familias. Una vez alcanzada la fase monopolista 2.0, ya no quedan más fases por delante. El capitalismo ha triunfado. El único límite que le queda es el planeta mismo; sólo queda depredar para seguir creciendo. El triunfo total, por tanto, significa también el fracaso total. Inmersos en una realidad así, ¿por qué insistir en crecer más y no buscar la manera de hacerlo mejor? Más sobre el tema y sus opciones en las siguientes entregas.
Twitter: @jlgutierrez
ciudadaní[email protected]




