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viernes, diciembre 5, 2025

Opciones y decisiones / El derecho a morir con dignidad

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El hombre y teólogo Hans Küng en su última opción fue la frase conclusiva de mi entrega próxima pasada (02/11/2013, Lja, Opinión). Hoy la retomo como afirmación inaugural, para abordar el tema de fondo al que alude: la eutanasia. Desde la tradición judeocristiana, el contexto exegético que enmarca una realidad tal, yo entiendo, no puede desligarse de la confesión fundamental de fe en la misericordia divina. En razón de lo cual antepuse la cita bíblica: “(…) El pabilo que aún humea”. Cuya referencia se encuentra en el libro del profeta Isaías, y es conocida como el “primer cántico del Siervo de Yahaveh”, Capítulo 42, vv 1-3: “He aquí mi siervo a quien yo sostengo, mi elegido en quien se complace mi alma. He puesto mi espíritu sobre él: dictará ley a las naciones. No vociferará ni alzará el tono, y no hará oír en la calle su voz. Caña quebrada no partirá y mecha mortecina no apagará” (Versión: Biblia de Jerusalén).

Afirmación última que la Nueva Biblia Española traduce: “El pabilo vacilante no lo extinguirá”; y la Biblia Latinoamericana la convierte en: “Ni aplastará la mecha que está por apagarse”. Lo importante es dar cuenta del sentido dominante de este mensaje, el cual consiste en afirmar de manera inequívoca que la misericordia de Yahaveh es de tal sensibilidad y delicadeza que, efectivamente, aun el más leve hálito de vida (de su siervo) lo dejará ser, sin siquiera emitir de su parte el más leve soplo o toque que pudiera extinguirlo. Esta extrema actitud divina es fraseada por el profeta, con el propósito de relanzar un mensaje a su pueblo, que confronta una grave incertidumbre sobre su existencia, y se adhiera a la fundada esperanza en un futuro de segura pervivencia; pero, ligada indefectiblemente a la ternura más entrañable que mueve su amor hacia sus creaturas.

Sin este contexto salvífico y esperanzador en una pervivencia de la persona humana más allá de la vida intra-histórica o mundana, el paisaje de la muerte es efectivamente desolador y aniquilante. Ante el cual, por cierto, la gran pretensión del judeo-cristianismo es afirmar la vida después de la vida, o si se prefiere la vida después de la muerte. Pero, permanezcamos situados en los eventos que suceden en torno al momento de fallecer, para poder aquilatar debidamente los principios y valores morales que están en juego.

La toma moral de decisión del hombre y teólogo Hans Küng en torno a la finalización de su vida aquí en la Tierra, implica no dejar al azar el cómo y el cuándo habrá de ocurrir el momento último definitivo de su existencia terrena; asunto que ya ha abordado en conciencia, para determinar que de sobrevenir la inflexión de un dolor o condición bio-psico-fisiológica que trastoque su esencial condición de dignidad humana, debe ser acelerado su proceso de muerte. Entendiendo que las pre-condiciones de salud que hoy vive son inequívocamente de grado terminal e irreversibles. Entonces, su interpretación y postura moral -profundamente enraizada en la fe cristiana y en la dignidad de la persona humana- le hacen pedir como imperativo moral obligatorio, su muerte asistida. Es evidente que él en ningún momento ha hablado de suicidio, o sea de actuar en soledad para matarse. Él habla del supuesto en que estando presentes aquellas condiciones extremas que deterioran irremisible su calidad de vida, hasta convertirla en un proceso inhumano o sub-humano, ya sean por el dolor inadmisible o la privación de las funciones básicas que marcan la dignidad de un hombre o de una mujer en cuanto que tales, debe cesarse cualquier proceso extraordinario de mantenimiento de los signos vitales o, en su convicción personal, incluso de acelerar los procesos irreversibles de la defunción. Y éste, sin duda es el punto más polémico de una muerte asistida; que, por cierto, ya es jurídicamente aceptable en el país y contexto social en el que Hans Küng vive.

Ante tal postura y sin duda excepcional testimonio de fe en la dignidad de la persona humana y, sobre todo, en su descollante conocimiento teológico sobre las cuestiones fundamentales en torno a la vida y, por ende, en torno a la muerte; no puedo menos que reconocer una gran crítica humanística, científica y de naturaleza moral acerca de las cuestiones más álgidas inherentes a nuestros procesos de evolución e involución vital. Es decir, a no permitir o aceptar la separabilidad de los mecanismos bio-psico-fisiológicos del cuerpo, del asunto profundamente humano de la decisión consciente, libre y responsable -desde la mente y desde el espíritu- asumidos en su debido orden de natural prevalencia sobre los actos mecánicos o automáticos de los condicionamientos vitales que son de estricto orden bio-físico. Lo cual se explica sólo desde una visión holística y unitaria de la persona humana; y, hay que decirlo, contra una postura dicotómica y discontinua que opta por hacer separables los procesos mecánicos y automáticos corporales (dejándolos operar según el determinismo ineluctable de las reacciones bioquímicas y fisiológicas inerciales) de los noéticos o de conciencia mental y espiritual distintivos e inherentes a la esencia de la persona humana. La consecuencia de una posición dicotómica es ser inevitablemente reduccionista, puesto que restringe al cuerpo y a la materia la dimensión trascendente del conocimiento, la voluntad de ser, el libre albedrío esencial a la conciencia moral.

En suma, tanto los procesos al inicio de la vida como los postreros en su término, dígase eugenesia o eutanasia (“el bien morir”) tocan la fibra más delicada de la existencia personal del hombre y de la mujer en la Tierra; que es su modo de estar en este Universo hecho de tiempo, espacio y materia-energía, en cambio sin fin. Fibra que consiste en su condición excepcional de estar presentes aquí y ahora, en la Historia.

Dicho lo anterior, es aún preciso hacer una distinción de suma importancia, pues no basta con postular “lo santo o sagrado de la vida humana”, para hacerla intocable o imposible de modificar en las condiciones reales que la hacen o no posible; y de ello derivar la obligatoriedad absoluta de no intervención en sus procesos inherentes ya sean genéticos, bioquímicos o de dinamismo fisiológico y automático, calificándolos de voluntad divina expresa. Sin duda que los seres humanos estamos sujetos tanto a las leyes evolutivas o expansivas de la vida, como a las de la entropía o de involución, hasta cesar de ser en este modo vital de existencia terrena.

Pero también igualmente es cierto que llevamos inscrita en nuestra naturaleza (racional, volitiva, emocional y espiritual) la tendencia a trascender, sí, precisamente el tiempo, el espacio y la energía -incluso vista bajo la teoría de la Mecánica Cuántica-; asunto al que los más connotados cosmólogos, astrofísicos y matemáticos de la Física Cuántica otorgan sitio especial, en la “creación o modificación” fenoménica de la materia/energía, a lo que denominan como “The Observer” (“el Observador”), es decir al ente inteligente que es capaz de generar conocimiento y, con ello, manifestaciones otrora impensables de ser y estar en el Universo o “fuera” de él. Según estos postulados, las posibilidades son infinitas.

Queda una distinción formal de importancia crítica: -a la hora de decidir, por continuar o cesar el dinamismo vital de una persona- es imperativo distinguir entre: dejar morir y matar. En efecto, los expertos moralistas en materia de Eutanasia han formulado dos conceptos: a) La Acción Occisiva Directa, y b) La Acción Occisiva Indirecta. La primera constituye la acción de matar, lo que implica una intervención violenta y exógena al paciente, con el objeto expreso de hacer cesar sus signos vitales; en cambio, la segunda, implica la acción de dejar o permitir morir, es decir, la intervención exógena al paciente consiste en dar curso al libre desencadenamiento de los dinamismos de cesación de la vida, sin aplicar medios o métodos extraordinarios de mantenimiento de la misma. Y entonces la calificación moral de un tal acto es inobjetable: no es lo mismo matar que dejar morir; y a esto añadiría Hans Küng, el inalienable derecho humano de morir con dignidad.

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