Los crudos acontecimientos de las cuatro últimas semanas, a partir del 26 de septiembre, han obligado a fijar la mirada en el México soterrado que ya no queríamos ver, disparos de armas de fuego de policías municipales de Iguala, Guerrero, contra población civil inerme, estudiantes normalistas rurales de Ayotzinapa, con un saldo abierto de 6 muertos y 43 normalistas desaparecidos. Un tema candente que ha fijado la atención de los medios de comunicación masiva y de la opinión pública sobre el cuerpo descarnado de una sociedad civil en grave incertidumbre y estado de perplejidad. Todavía sin acallar los ecos mediáticos en torno al 2º Informe de Gobierno del presidente Enrique Peña Nieto cuyo proyecto de Nación se propone: “transformar al país y llevarlo a una nueva etapa de modernidad institucional, inclusión social y prosperidad económica para todos”, presenciamos un profundo estado de descomposición social y política en uno de los estados clave para solventar el desarrollo integral del país. Al parecer, el impacto comunicativo de las reformas estructurales emprendidas por el Ejecutivo Federal se ensordece, para amplificar el repudio público contra prácticas brutales de un nihilismo antihumano venga de quien venga, al interior de un Estado atónito y tardíamente reactivo.
Por ello se vuelve relevante recuperar nuestra imagen de país frente al mundo. Y, sobre todo, de nuestro estado de ánimo para afrontar este bárbaro desafío de la delincuencia organizada, de la corrupción institucionalizada y de la cínica impunidad cabe la cual pude suceder tal estado de cosas. Coyuntura histórica y estructura social que nos exigen voltear a ver el rostro verdadero que tenemos, a fin de cambiar con justeza y precisión los trazos y rasgos que debemos transformar. Para ello podemos acudir al análisis científico que, afortunadamente ya tenemos disponible y nos permitirá llegar a ser el país que verdaderamente queremos construir.
A partir de 1981, dos científicos sociales diseñaron un riguroso tipo de investigación estadística, de alta calidad, aplicable a cada país, para conducir encuestas, en más de 100 países –que contienen cerca del 90 por ciento de la población mundial- que fueran nacionalmente representativas, y utilizando un cuestionario común acerca de las creencias y valores predominantes; ellos fueron Ronald Inglehart y Christian Welzel, y su instrumento se llamó Encuesta Mundial de Valores, WVS (World Values Survey).
Para realizar su estudio, eligieron dos dimensiones que pudieran identificar una variación trans-cultural en el mundo. La primera dimensión consiste en la contrastación entre los Valores Tradicionales y los Valores Seculares y Racionales; la segunda dimensión compara los Valores de Supervivencia contra los Valores de Auto-Expresión. Gráficamente, la primera conforma el eje vertical y la segunda el horizontal, el cruzamiento entre dichas variables produce un punto preciso en donde se ubica el país de referencia, los resultados son sorprendentemente elocuentes, cada país muestra un perfil propio en el entorno mundial y manifiesta con claridad su tipo y grado de desarrollo, con base en su cultura específica que le hace comparable al resto del mundo. Lo que antes de los ochenta era impensable, es decir medir a un país por sus valores y creencias, ahora es factible y con alto grado de precisión científica: la visión transcultural de nuestro verdadero rostro.
Bajo tales supuestos de análisis trans-cultural, podemos posicionar a México respecto del eje vertical, cerca todavía de la base de Valores Tradicionales, a distancia considerable de los Valores Seculares y Racionales (donde los países Nórdicos y de la Europa Protestante del Norte ocupan su espacio prevaleciente), y respecto del eje horizontal, corridos hacia la derecha, separándonos de los Valores de Sobrevivencia y progresando hacia los Valores de Auto-Expresión. En ello, compartimos una posición coincidente con América Latina. Curiosamente Estados Unidos y Canadá comparten el mismo campo de Valores de Auto-Expresión, corriéndose sólo hacia el medio de la tabla, y por debajo de la Europa Católica.
A nivel general, este contraste trans-cultural, permite establecer importantes inferencias – En los valores tradicionales se incluye religiosidad, orgullo nacional, respeto por la autoridad, obediencia y matrimonio. Los valores secular-´racionales postulan lo contrario.
En la segunda dimensión, los valores de sobrevivencia implican la prioridad de la seguridad sobre la libertad, la no aceptación de la homosexualidad, el abstenerse de la participación política, la desconfianza hacia los de fuera y un sentimiento débil de felicidad. En cambio los valores de Auto-Expresión implican sus opuestos.
Con referencia a una teoría de la modernización, el desprendimiento de los valores tradicionales se hace más evidente hacia los valores seculares-racionales, en la medida que el cambio de prioridades se sustenta en una mayor seguridad existencial, y esta ocurre durante la transición de las sociedades agrarias a las industriales. En la segunda dimensión, el cambio de prioridades de los valores tradicionales de la gente ocurre, en la medida que se acentúa el sentido de gestión individual o autonomizada de las personas; sólo se revierte si este margen decrece.
A la base de un auténtico desarrollo están los valores emancipativos. Es decir aquellos que, de acuerdo con las tesis de Welzel, tienen una causa endógena al ser humano que se finca en el acceso a los recursos socialmente compartidos, de los que se desprende un sentido de emancipación personal y permite el acceso a derechos civiles efectivos; desarrollándose entonces una amplificación de los valores personales, en la medida que se comparten por más personas dentro del mismo entorno social. Acerca de estos conceptos profundiza la obra del politólogo alemán, Christian Welzel, Profesor de Cultura Política y Sociología Política en Leuphana University, Lueneburg; es también Vice-Presidente de la Encuesta Mundial de Valores, (WVS, the World Values Survey). Publicó recientemente su libro: “Freedom Rising: Human Empowerment and the Quest for Emancipation”, 2013).
Su tesis nos permite postular la importancia del “empoderamiento humano”. El cual consiste en apropiarse eficazmente de capacidades, aspiraciones y derechos. Este proceso puede ocurrir en el sentid de una espiral ascendente, o por el contrario, en una espiral descendente, según se cumpla el tránsito por tres niveles:
El primero, del nivel socioeconómico, que ocurre cuando el ser humano tiene acción creciente sobre los recursos, y ello le permite al individuo incrementar sus capacidades para ejercer las libertades. El segundo nivel que es el socio-cultural, empodera al ser humano en la medida que crecen los valores de emancipación e incrementan las aspiraciones de la gente a ejercitar sus libertades. El tercer nivel, o legal-institucional, el empoderamiento humano avanza en la medida que la apertura de los derechos democráticos expande los derechos de las personas en el ejercicio de sus libertades. Lo que tiene como efecto el hecho de que los valores de emancipación establecen una forma cívica de individualismo moderno, el cual favorece la confianza hacia grupos externos y de orientación cosmopolita hacia los demás.
En este sentido, los valores de emancipación personal fomentan la protesta no violenta, incluso hasta con el riesgo de represión; de manera que son capaces de proveer un capital social que activa a la sociedad misma, hace a las audiencias más auto-expresivas y revitaliza a la sociedad civil. La emancipación personal hace avanzar la gerencia cívica de sociedades enteras. De manera que, por ejemplo, los valores de emancipación, en países que ya son democráticos, ayudan a prevenir movimiento que se alejan de la democracia. En cambio, en aquellos países no-democráticos, disparan movimientos a favor de la democracia.
En suma, la emancipación democrática activa la acción masiva y la direcciona hacia aquellos que detentan el poder, para ejercer presión a fin de que sostengan, substancien y establezcan la democracia, dependiendo de las condiciones propias de la historia y el país. Por consiguiente, los valores de emancipación, dejan por sentado el deseo por la democracia, pero sí son capaces de cambiar la naturaleza del deseo por la democracia, en dos sentidos: hacen su entendimiento más liberal y se fijan en sus rasgos empoderantes, por encima de atenuar los asuntos como poniendo mantequilla sobre el pan, o aplicar la Ley-Orden. Para, en cambio, fortalecer y potencia el grado de democracia prevaleciente, y mantener una actitud constante de no sobre-valuar, mejor minus-valuar todavía, el ejercicio democrático vigente en el país; incrementando así su deseo.
En esto consiste un espíritu crítico-liberal respecto de la democracia. Ya que como deseo se convierte en una fuerza formidable por las reformas democráticas, y el fomento decisivo por un Buen Gobierno, también conocido como grado de Gobernanza; sobre lo cual tiene un fuerte impacto positivo la actitud de emancipación ciudadana.
