¿Hasta qué punto la indignación por un delito u omisión pasa de la protesta por justicia y concientización al morbo y a una violencia sobre la violencia, es decir, a la revictimización? La movilización social y alzar la voz son necesarias si alguna o algunas personas atentan contra la libertad y dignidad física, social y psicológica de otra u otras; sin embargo, en ocasiones estas denuncias ciudadanas sobrepasan los límites de la transmisión de información elemental, la concientización y la exigencia de justicia, provocando estragos en las víctimas directa e indirectas de algún tipo de agresión. ¿Hasta qué punto nos asumimos como la portavoz de los otros, sin considerar el proceso por el que pasan los individuos violentados o sus familiares? Aunque el infortunio del otro nos recuerda las líneas paralelas de la muerte y la vida en nuestro sendero, lo que reactiva nuestra conciencia sobre la existencia, se puede llegar al morbo, ya sea al producirlo o consumirlo, o se puede usar el dolo y la desgracia de un humano como palanca pensando que será benéfico para “El movimiento”, lo cual transfigura a un tercero en un objeto de poder, miedo o intimidación.
Cuando un niño o niña es agredida la indignación se produce de forma inmediata debido al imaginario de inocencia asignado a la infancia, aún con ciertas particularidades debido a la diferenciación sociohistórica entre hombres y mujeres. Sin embargo, cuando la víctima es una persona adulta, las dudas afloran ante cualquier tipo de agresión y en diferentes niveles, ya sea como regaño por “haberse expuesto”, por ser un egoísta o un “antisocial” en el caso del suicidio, por mencionar algunos ejemplos. Debido a esto, se revictimiza a la persona o seres queridos de la misma, lo cual amedrenta y menoscaba el ejercicio pleno de la denuncia judicial y social o afecta la dignidad de los involucrados.
Algunos grupos de la sociedad civil organizada al demandar justicia ante un caso de violencia, no sólo informan de los problemas que aquejan a la población, sino que también concientizan en un intento de generar empatía para así producir una indignación que promueva el respeto a la libertad e integridad de las y los otros. Pero en ocasiones, ya sea por los imaginario de “la protesta”, el odio a los presuntos culpables de alguna agresión, o simplemente una estrategia para la captura de los reflectores; se cosifica a una víctima, se le expone, se exacerba el dolor y la tragedia al ornamentarlas a manera de obcecar a la ciudadanía.
Por ejemplo, una cosa es informar públicamente el caso de un suicidio, para emitir información que puede fungir como numeraria de una problematización social; otra es dar detalles de las técnicas empleadas para consumar el acto; asumir ser la voz de las emociones de alguna persona o sus familiares, que en muchos casos ni son conocidos; y algo muy diferente es exponer direcciones, el duelo de la familia o seres queridos de la persona fallecida. Por otra parte, en casos de violación, exponer a una persona y su experiencia, al recabar información a través de redes personales, es abrir los pliegues para exhibirles, revivir la agresión, lo cual genera en la víctima el miedo a ser señalada, estigmatizada.
Se puede generar violencia al ir contra la violencia, lo cual debe ser de pleno cuidado para cada persona, agrupaciones e instituciones, pues esto implica poner al violentador y la víctima frente a frente en un escenario para toda la sociedad; o en casos donde se pierde la vida, los familiares se vuelven a enfrentar a la pérdida y el dolor. Aunque se trate de un caso donde un sistema es el agresor, como el Estado, también se deben tener ciertas consideraciones. El sacerdote activista, Alejandro Solalinde, manifestó declaraciones donde aseguraba que los estudiantes desaparecidos de la Normal Rural de Ayotzinapa habían sido asesinados, algunos quemados vivos, lo cual molestó a familiares de las víctimas de desaparición forzada; Solalinde se disculpó días después por anticiparse a la voluntad de las familias de los normalistas; y aunque el caso de Ayotzinapa debe indignarnos por ser un suceso en el que los ciudadanos fueron violentados por el Estado (directa, indirectamente o en colaboración), también se deben considerar los afectados de mayor cercanía a los infortunados, ya que de lo contrario se ejerce violencia contra quienes ya la sufrieron.
Por ello, cada una y uno de los ciudadanos deben considerar algunas cosas elementales: iniciar por las vías necesarias los procesos de denuncia legal, orientar a las víctimas para que ejerzan su derecho de exigir justicia y para solicitar el apoyo necesario, como el psicológico; pero siempre considerando el derecho a la privacidad y la intimidad. Por otra parte, también es menester evitar que los familiares cercanos se expongan, para reducir las posibilidades de represalias, no entorpecer las investigaciones o acciones de detención y sanción, así como ofrecer un espacio seguro para que la persona violentada pueda asimilar la agresión para así superar el proceso de denuncia; ya que éste implica múltiples declaraciones que hacen reavivar el dolor. Por ello, también es necesario revisar a profundidad las leyes de Protección a Víctimas, a nivel federal y en los estados, pues siguen presentándose casos de espectacularización de la tragedia y una cacería de víctimas y familiares con tal de exhibir el dolor que se consume por las audiencias; y no habrá forma de cambiar estos escenarios a menos de que se evidencia que estas acciones de revictimización también son violencia. En lo personal, he vivido de cerca el dolor de personas a quienes aprecio y la manipulación de amistades para lograr objetivos de terceros, lo cual en verdad indigna, revuelve el estómago y tritura la quijada, sin embargo, por más cercanos que nos sintamos, quien debe tener la primera y última palabra para hablar del dolor es quien lo padece. Lo cual, aclaro, no implica la opacidad de información y el maquillaje de cifras, sino de cumplir con la transparencia y rendición de cuentas a las que se somete el Estado y sus dependencias, y ejercer el derecho de protesto y denuncia de las y los ciudadanos, pero siempre de manera sensible, consciente y con ética.
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