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viernes, diciembre 5, 2025

Dialogar con Ignacio Ramírez*

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Por Jorge Varona Rodríguez

 

El Nigromante (1818-1879) fue un excepcional hombre de ideas. En el aniversario de su natalicio, este 22 de junio, más allá de las ceremonias de mármol, bronce y flores, hay que ir al encuentro de su legado, sus ideas e ideales, fundamento del liberalismo social mexicano.

El pensamiento de Ignacio Ramírez, coautor de la Reforma, se nutre en los clásicos, los ideólogos de la ilustración, el estudio minucioso de la historia nacional y la lectura atenta de sus contemporáneos. Salvadas las distancias temporales, en épocas como la nuestra, que demandan atención en lo social y lo público, establecer un diálogo con sus escritos es fuente permanente de conceptos claros y pensamientos profundos.

Jesús Reyes Heroles, tal vez el más diligente estudioso del liberalismo mexicano, nos dice que las ideas sociales de Ramírez se expresan dentro de un periodo de treinta años -de 1845 a 1875-. Siendo joven, al ejercitar su pluma en el periódico Don Simplicio; en el Congreso Constituyente de 1856-57; y, finalmente, en posteriores estudios y discursos.

En aquella época, la revolución industrial iniciada un siglo antes produjo complejos desafíos alrededor del mundo. Para un mexicano liberal como El Nigromante, el cambio tecnológico era esperanzador, significaba una evidente oportunidad de progreso. No obstante, fue una voz firme en el plano social:

“No somos nosotros los que desconocemos las ventajas de la maquinaria; pero ahora que las altas jerarquías proclaman la defensa de sus intereses, ¿no es un deber nuestro el abogar por los de las clases pobres, y de las cuales nadie se acuerda?”

La defensa de la dignidad humana es un concepto recurrente en las posturas que fijó en el Congreso Constituyente. Contrario al ideal del iusnaturalismo en boga, el cual sostiene que los derechos son naturales al hombre, Ignacio Ramírez afirma que los derechos nacen de la ley, ya que son una construcción social para instituir justicia e igualar las circunstancias de vida en una comunidad.

Fue visionario al señalar que el texto constitucional en redacción se “olvida de los derechos sociales de la mujer”. Hace más de un siglo y medio advertía:

“Nada se dice de los derechos de los niños, de los huérfanos, de los hijos naturales […] Algunos códigos antiguos duraron por siglos, porque protegían a la mujer, al niño, al anciano […] es menester que hoy tengan el mismo objeto las constituciones…”

Proponía límites al Estado: “Ya lo he dicho y lo repito: estoy por la propiedad reglamentada por el derecho civil”, aclaró a quienes debatían sobre el tema de la propiedad como derecho divino o esgrimían propuestas estatistas y novedosas fórmulas comunistas. Señaló su rechazo a sistemas “que degradan la dignidad humana”; y precisó: “deseo un arreglo equitativo entre el capital y el trabajo”.

Como señalé, era un lector atento de sus contemporáneos. Se puede afirmar, sin especular, que fue un pionero en proponer una síntesis de los postulados del liberalismo económico y del comunismo; entre muchas, destaco una idea adelantada del reparto de utilidades:

“[…] el verdadero problema social, es emancipar a los jornaleros de los capitalistas: la resolución es muy sencilla, y se reduce a convertir en capital el trabajo. Esta operación exigida imperiosamente por la justicia, asegurará al jornalero no solamente el salario que conviene a su subsistencia, sino un derecho a dividir proporcionalmente las ganancias con todo empresario.”

En otro momento señala:

“Es para nosotros incuestionable que la ley no puede fijar la oferta ni la demanda; pero no es menos claro que la libertad individual y la social pueden convertir la demanda y la oferta en un provecho determinado y seguro.”

La visión orgánica de la sociedad le permite permanecer al margen del deslumbramiento teórico y las posturas que, en cualquier época y lugar, abanderan los heraldos de la verdad absoluta. Descubre en la organización social un vasto mar de resolución a los propios desafíos de las comunidades. Del universo del trabajo, expone:

“[…] la salvación de los trabajadores está en su concierto: de aquí provienen las huelgas, las asociaciones de socorros mutuos, y, como más eficaces las alianzas internacionales, para que el capitalista no ocurra a la invasión del proletario extranjero. Cuando la ley no puede y cuando el capitalista no quiere salvar a los trabajadores, éstos, y sólo éstos deben proveerse de las tablas necesarias para sus frecuentes naufragios.”

El Nigromante sabe, como Hobbes, que “el enemigo del hombre es el hombre, y de aquí proviene la necesidad de asociarse para la defensa común”. En ese sentido, el liberalismo social propuesto por Ignacio Ramírez no es un intervencionismo del Estado, es una defensa social ante las contradicciones y desigualdades creadas por la propia sociedad. En síntesis:

“La sociedad no puede dar a todos sus miembros la igualdad en los bienes positivos, pero puede garantizar la igualdad en los medios y en los derechos para la adquisición de todo aquello que constituye el bienestar y la riqueza: la sociedad cumple con ese que es el primero de sus compromisos, suprimiendo toda clase de privilegios.”

Algunas de las apuestas teóricas actuales más solventes del desarrollo social sustentable, como las propuestas por Amartya Sen, Elinor Ostrom y Thomas Piketty, son en muchos sentidos coincidentes con ideas postuladas, a mediados del siglo XIX, por Ignacio Ramírez El Nigromante. Las estatuas evocan lo inerte. Las letras, lo vivo. Ésta es una invitación a dialogar con su legado.

 

*Obras de Ignacio Ramírez, Tomo I y II. Oficina Tip. de la Secretaría de Fomento, México, 1889. (http://goo.gl/smfzq6)

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