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viernes, diciembre 5, 2025

Juegos, reglas, firmas, greñas / Disenso

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Hace unos años, para ilustrar algún punto sobre la teoría de juegos en mi clase de Ética, diseñé una pequeña dinámica.

La teoría de juegos siempre me apasionó, y cuando cursé mis estudios de posgrado sobre comportamiento animal descubrí que había una veta importantísima que usaba esta teoría para hablar de las relaciones humanas. Elliot Sober, Richard Dawkins, Daniel Dennett, Chris Buskes, todos en algún momento hablaban directa o indirectamente de ella -citando a Axelrod y al hito de tit for tat de Anatol Rapoport- a través del dilema del prisionero.

Mi pequeña dinámica era más básica y caótica. Organizaba unos cuantos equipos en el aula y cada uno de ellos tenía dos dados. El juego consistía en juntar puntos, según el número que los dados lanzados arrojaran. Además de la mecánica no había reglas, éstas debían de establecerse conforme el juego avanzara. La mayoría de las veces los participantes acordaban que cada equipo pusiera una regla nueva en cada ronda (curiosamente esa dinámica fue casi inamovible por años, y surgía espontáneamente en la discusión previa en cada caso). El juego transcurría normal en las primeras rondas. Las reglas introducidas de novo, empezaban siendo divertidas e inocuas: “si cae un par se multiplican los puntos”, “los puntos serán iguales a los números de ambos dados multiplicados”, “si cae menos de 6 se pierden todos”. Conforme el tiempo avanzaba -y con ello el final del juego se acercaba- empezaban a volverse extrañas, ventajosas, perversas, absurdas: “si sale más de uno (en el lanzamiento de dos dados) todos los equipos excepto nosotros, pierden sus puntos”, la más obvia e idiota, pero también la favorita. No está de sobra mencionar que en años de practicar la dinámica, nunca un equipo ganó el juego: terminaban anulándose entre ellos o deteniéndolo sin llegar a su consecución.

Las reglas son una de las partes que hace el juego, pero el contenido de algunas de ellas puede ser altamente arbitrario. Ello es evidente porque podemos cambiarlas: si los jugadores lo convienen escalera puede matar color (“es que así lo jugábamos en casa de la abuela”) o la reina puede hacer el movimiento del caballo, si la FIFA lo avala puede desaparecer el offside o el portero tener únicamente seis tres segundos antes de despejar.

El propósito de mi humilde dinámica era demostrar una sola cosa: que las reglas tienen, como función esencial, hacer jugable al juego, esto es: volverlo divertido, dinámico y justo. Porque sólo un juego justo resulta divertido. Sí, uno puede pensar que si el juego se carga hacia un lado, ese lado ganador lo pasará bomba, pero, a la postre, seguramente devendrá en que el otro ya no quiera jugar. Los jugadores también son esenciales para el juego. Y de hecho, son más importantes que las reglas, porque las reglas son la herramienta para que éstos se diviertan.

Esta semana circuló en redes sociales el video de un atribulado niño a quien en su escuela le ordenaron cortarse el cabello. Las reacciones que despertó fueron sorprendentes e insospechadas para mí: desde los que se rasgaron las vestiduras diciendo que la escuela discriminaba al niño, que era una afrenta a su identidad, que fomentaba los estereotipos de género, hasta los que defendían que para eso había reglas, que sin ellas la niñez estaría perdida, o que la madre de Axan en verdad quería tener una niña (gmafb!) … pasando por supuesto por la tramposa estrategia de la madre: generar un peso mediático, presión, en vez de acordar con el colegio si la regla podía modificarse o no.

Miles de firmas se reunieron en unos cuantos días. Muchas de ellas de aquellos que, ya en racha, firmaron antes por los sirios, la remoción de la inexistente e innecesaria licencia de un locutor hidrocálido, la expulsión como diputada de Carmen Salinas y otras causas que en el trance se acumularon. ¿Se equivoca la escuela en obligar a un niño a cortarse el cabello? En mi opinión sí. Y hace bien la madre en no estar de acuerdo, pero el camino para cambiar una regla no es obligar al otro jugador a aceptarlo, sino dialogar con él, como cuando estamos en la fiesta y aceptamos que escalera mate color o algo más bárbaro (juro que lo he visto) como que dos pares maten full house. Creo que, si bien el hecho de que se haya vuelto público nos da oportunidad a la reflexión, los padres debieron encarar al otro jugador y revisar concienzudamente las reglas, porque éstas son importantes en la medida que le conceden sentido al juego. En el caso de una escuela: puntualidad, atención, orden en la clase, respeto a los compañeros, vigilancia de los deberes escolares; no así casquete corto, que no veo cómo abone a la formación intelectual de un niño (objetivo de esa interacción).

Mucho podría decir sobre mis impresiones sobre muchas reglas en la escuela. Me parece, por decir lo menos, insensato que en nuestra universidad estatal los maestros tengamos que checar o se precise de listas de asistencia. También que la solución de “cámbialo de escuela y ya” no abona en mucho, porque no creo que abandonar el juego sea la primera estrategia. “Es que tú aceptaste estar ahí”: sí, pero el juego per se no es más importante que los jugadores y las reglas pueden siempre cambiarse, revisarse, construirse. Sobre todo si éstas abonan a que todos los participantes sean incluidos. Y, en la metáfora, cada pequeño juego construye nuestro gran juego que es la sociedad. Ojalá construyamos reglas que permitan que todos, todos: independientemente de género, preferencia, creencia o facha seamos vistos como iguales y todos lo pasemos bien mientras jugamos. Pero también que entendamos que las reglas se cambian dialogando, convenciendo. No haciendo montón, ejerciendo presión, azuzando, firmando causas sin pensar en sus implicaciones, hasta que la siguiente moda llegue.

/alexvazquezzuniga

 

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