Las letras de la Autónoma, sobre avenida Universidad, representan para muchos un punto de reunión histórico a la hora de lanzarse al Cervantino (aguas locas y la posibilidad de dormir en el camión incluidos); para otros el orgullo de haber estudiado en la “máxima casa de estudios” (muletilla cursi, pero en verdad indubitable) una carrera, un posgrado o un curso de extensión; en el caso de este escribidor las dos anteriores y, además, el umbral hacia un espacio público -y autónomo- bellísimo, único en la ciudad y aun en el país: casi siempre huele a pasto, los innúmeros árboles lo hacen sentir a uno como en jardín botánico, los pajaritos cantan, la luna se levanta. Y mi memoria se llena de memorias cada vez que lo visito. Permítanme los bondadosos lectores que les comparta una, a sabiendas de que, como escribió Cabrera Infante, “la única virtud que tiene mi historia es que de veras ocurrió”.
Este recuerdo, que fácilmente se reproduce en varios, se relaciona con el edificio catorce, sede de la radiodifusora universitaria desde el siglo pasado, y empieza un sábado del noventa y cinco, al asomarme yo por una ventana como se supone que se asoman los niños pobres en los restaurantes de los ricos. Una “señora” de veintitantos y un hombre sin edad conducen un programa sobre cine. Se toman de la mano; ella fuma un Benson, cigarro de tía o de jotera, o de la entrañable Mónica Zárate. Cuánta fascinación me despiertan entonces los micrófonos, los controles técnicos, la cabina misma. Y esas personas, que se ven como deidades. Me doy mis vueltas por el edificio catorce, bajo cualquier excusa, hasta que una tarde me animo a saludar a Mónica y pedirle que me deje ayudarle en su programa de música romántica, el de los domingos. No chista, a pesar de mi edad. Y aquel es un primer día en un pequeño macrocosmos en el que también habitan Ricardo Chávez (el hombre sin edad) y otros señorones de la radio universitaria, como el propio José Dávila, nada propio él, pero director a fin de cuentas y que muere algunos meses después. Empiezo a fumar. Benson. Ajenos. Aprendo de películas y de canciones. Me entero de qué va la vida de los adultos: la sufridera y La Querencia. Mi afición por la radio se convierte en un proyecto de vida.
Pero basta de memorias, ay, y mejor hablemos de los radioescuchas de hoy, y de los locutores, operadores, productores y guionistas que le echan todos los kilos, o los watts, a diario: ¿qué ha sido de Radio UAA?, ¿sigue siendo ese tour mágico y misterioso que era en los noventa, cuando transmitíamos en AM?, ¿valdrá la pena escuchar la estación, alta máter mía, luego de doce años de no hacerlo, en plena época de los smartphones y el Spotify?
¿Fumarán aún en la cabina? jorgepedro@outlook.com




