Hasta hace unos meses el infame Arne aus den Ruthen era popular en las redes sociales. Hace poco renunció a su flamante puesto como city manager de la Miguel Hidalgo tras una clausura de su negocio personal por uso indebido de suelo. Quienes le defienden argumentarán, como él que se trata de una revancha política. La realidad es que además de múltiples quejas acumuladas, tiene dos demandas por su conducción como funcionario público. Incluyen violaciones de derechos humanos. Arne posicionó un procedimiento peculiar: denuncias a los “malos” ciudadanos a través de la exposición pública. Paladín de la limpieza urbana, escudero del orden público, justiciero del Periscope, se insertó y fortaleció un movimiento en el que gente como los Supercívicos, lucra con la falta de control sobre el cumplimiento de las normas por parte de los ciudadanos y la incapacidad del estado para hacerlas valer.
Varios problemas que ya antes he abordado en esta columna (http://bit.ly/2diclQ1 o http://bit.ly/2cwEGS4) surgen de la confusión entre justicia y venganza. Por más popular que sea que alguien “con pantalones o huevos” (voces machistas utilizadas ad nauseam para apoyar a des Ruthen) exhiba a quien infringe la ley, esta exhibición constituye principalmente un tipo de justicia por propia mano y un juicio multitudinario llevado por personas que, en primer lugar no tienen los conocimientos ni las atribuciones para juzgar una falta y que, en segundo lugar, generan a través de su clamor la sensación de vivir en un país en donde faltan más bien “justicieros” que justicia, dejando de lado la exigencia correcta y regodeándose en esta primitiva forma de sanción.
Uno de los videos más difundidos de Arne y que comenzó a darle auge al término Lady para denostar a una mujer que infringe la ley es el de una señora que dejó basura en un lugar incorrecto. No hay forma de justificar esta acción. Ningún miembro de esta sociedad debería hacer eso, pues rompe el contrato social y, de a poco, causa estragos visibles, como cuando nuestros desagües colapsan a las primeras lluvias. Pero me parece aún menos justificable lo que aquel vídeo muestra: una ciudadana siendo amedrentada frente a su hijo por un funcionario público que pudo dar una recomendación contundente, acomodar él mismo la basura y dar un citatorio para la mujer. El video parece derivar en que la señora, acompañada de su hijo, a quien llevaba a la escuela, debe ahora presentarse de manera expedita ante la justicia y su hijo ausentarse de la escuela por la falta de su madre. Esta desproporción y ese despropósito se volvieron sin embargo populares. Conocimos por Arne, los Supercívicos y otros ciudadanos a una decena de ladies y lores que, la mayoría de las veces sin contexto completo, aparecían infringiendo la ley y siendo públicamente denunciados. Una joven alcoholizada que más bien tomó fama por su apariencia física, un tipo encolerizado que lanzó una bicicleta, gente manejando en el carril de bicicletas, estacionándose en lugares reservados o prohibidos, y un buen número de especímenes pasaron por la galería de la infamia.
Como todas las cosas que tienen un peligroso componente pueden salir mal tarde o temprano, ésta también salió mal. Y es que pasó lo obvio, acostumbrarnos a juzgar multitudinariamente lo que toca juzgar a nuestra estructura judicial, acostumbrarnos a hacer telejuicios y no a encausarlos de manera correcta era, como dicen los vecinos del norte: accident waiting to happen.
Aconteció esta semana: vimos el triste y vergonzoso (para todas y todos nosotros) nacimiento de una nueva Lady a quien no se juzgó ya por haber cometido una falta al reglamento de tránsito, o por violar una norma administrativa, o por dañar propiedad privada: hemos dado un deprimente paso más: un juicio público a una mujer por una decisión personal, con afección directa a su vida personal, en un probable conflicto entre, estrictamente, particulares.
En una aterradora coincidencia, Netflix estrenó la semana pasada el documental Audrey & Daisy que narra el caso de dos jovencitas que fueron víctimas de abuso sexual y posterior acoso multitudinario. Una de ellas terminó suicidándose ante la vergüenza y presión pública por algo que ni siquiera había sido su responsabilidad. La frase común entre las mujeres que atestiguan: “sientes como si tu vida se hubiera terminado”. Y mal: La historia dice que esta nueva lady estaba celebrando su despedida de soltera, que alguien grabó el video y tomó un par de fotos, que algunos amigos del futuro esposo escribieron una publicación en redes pidiéndole que no se equivocara de decisión ante el escandaloso comportamiento de la prometida, que el matrimonio entonces se canceló. Los adjetivos que ha recibido la joven no serán reproducidos por mí, pero son una clara muestra de nuestra costumbre de hacer juicios que no nos corresponden. La coincidencia sobre el tema de Netflix tiene como fin, evidentemente, mostrar los horrores de inmiscuirnos (y más en sociedades machistas) en el juicio hacia una mujer, sea o no por sus decisiones.
Me parece obvio que los conflictos de pareja originados por una decisión de una parte deben ser tratados y solucionados entre pareja. Parece ridículo que se intente tener injerencia en una decisión del tipo. Por lo cual parece que quienes reproducen y fortalecen este nuevo mame no lo hacen con afán siquiera de participar en un juicio con efectos. Es ya el mero regodeo de ser parte del juicio. Un placer por señalar. Adicción a sentirnos moralmente superiores.
Comenzamos haciéndolo para quienes infringieron la ley. Hoy lo hacemos para quienes no se adecuan a nuestros estándares morales. ¿Qué diferencia hay entre quienes intentan prohibir derechos de terceros, juzgando a través de cómo viven sus vidas, de quienes pretenden inmiscuirse en aquello que no les afecta y los que engrosaron el infame caso de esta Lady?
Nos hemos convertido en los nuevos inquisidores. No queremos justicia. Queremos venganza. Queremos demostrar que somos mejores, superiores. Y terminamos siendo inferiores. Y pasa lo mismo con el asunto de la triste marcha de este sábado en la capital del país: unos luchando por impedir derechos, otros, muchos también, señalando a sacerdotes homosexuales o pederastas como si ello llevara una relación con el tema. Claro que todos queremos justicia en todos los ámbitos de nuestra vida. Pero lo que nos corresponde nos es ejercerla, sino practicarla.
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