Tiaka compañeros
ti pashialoti Maria.
Ti mo youaloske iuan tonantsi,
Santa María Guadalupe…
Xochipitzahuatl (Flor menudita) – Canción Popular Huasteca.
Nadie debiera llamarse a sorpresa por el hecho de que México es un país mayoritariamente católico gracias a una violenta imposición producto de una contingencia incidental. Si antes de Cortés nos hubiesen conquistado los ingleses, podríamos haber sido anglicanos; si antes aún hubiesen llegado los chinos, tendríamos herencia taoísta-sintoísta; si antes los vikingos, profesaríamos resabios del Ása-Trú de Odín. Pero nos conquistó un retrasado pueblo español que, para su propia unificación, debió recurrir a la inquisición y a la milicia como vías de la expansión política. Somos, pues, católicos por contingencia accidental; pero pudimos haber heredado cualquier otro folclor.
La religión católica se impuso en nuestro continente mediante la violencia, la muerte, el intento de destrucción contra la cultura originaria, y -en general- mediante la dominación cultural. Paralelamente a la violencia, hubo otros intentos de propagación “pacífica” de la religión de los invasores españoles: la evangelización misionera transformó culturalmente a los territorios conquistados, pero no supo arrancar de tajo el vestigio cultural originario; por el contrario, produjo una mezcla simbiótica que definió la personalidad cultural de gran parte de nuestro pueblo. El sincretismo es ese fenómeno antropológico de mixtura cultural entre pueblos distintos (incluso antitéticos) que -por motivos migratorios, bélicos, económicos, o políticos- tienden a fusionarse, y de esa fusión producen una nueva cultura sintética de los orígenes compartidos. El sincretismo es, pues, un acto dialéctico en todo esplendor.
La conquista político-religiosa en América produjo un rico sincretismo cultural; quizá los ejemplos más emblemáticos sean el antillano (con la mezcla de religiones africanas y el catolicismo), y el mexicano, con la riqueza precolombina hermanada a la simbología del invasor. De este fruto sincrético es que nos hemos alimentado durante unos quinientos años, lo excretamos, y lo volvemos a digerir, para enriquecerlo en cada vuelta. Las catedrales dedicadas a personajes del santoral, erigidas con las piedras y sobre el basamento de pirámides ceremoniales, pobladas de gente plural con rasgos blanco-europeos y mestizo-americanos, pueden ser un símbolo que retrate con fidelidad al sincretismo. Pero la resonancia cultural de esta mixtura va más allá de la arquitectura, y abarca toda expresión folclórica, artística, cultural, y -por supuesto- religiosa: desde el ayate de aquel mito genial depositado en el presunto “indio Juan Diego”, impreso -de acuerdo a la ficción mitológica- por un poder divino en una loma hierática destinada al culto a Coatlicue-Tonanzin (madre de los dioses, o “nuestra madre”); hasta la obra Nuestros dioses, de Saturnino Herrán, que retrata el choque mitológico en un tríptico cuya pieza central es, justamente, un monolito de Coatlicue sobre el que se crucifica al redentor católico, adornado con la terrible belleza de unas coronas de flores; o -para no ir tan lejos- la mera invención del mole, con sus reminiscencias monacales y macehualtin; así, los ecos del sincretismo mexicano se expresan en mucho de nuestro cotidiano, y nos definen como un pueblo mestizo, cuya riqueza se basa precisamente en nuestra mezcla.
Pongo este tema porque en Guadalajara, gracias al Programa Arte Público, se han instalado algunas esculturas monumentales en espacios públicos, con el impulso desde la alcaldía de Enrique Alfaro (de Movimiento Ciudadano), entre las que destaca una en particular, llamada Sincretismo: el artista Ismael Vargas hizo una intersección de dos planchas de acero, de nueve metros de altura, con técnica de calado, de cinco toneladas de peso, y un costo de 5.2 millones de pesos, que representan a 360 grados una imagen en la que se mezclan la Coatlicue y la Virgen de Guadalupe, como si estuvieran caladas en papel picado, en un nicho puesto sobre un camellón de la avenida Federalismo. La obra se inauguró recién, y -apenas ésta vio la luz- el oscuro Juan Sandoval Íñiguez (a la sazón, arzobispo emérito de Guadalajara) comenzó a hacer su cabildeo y organización para mostrar el músculo de la iglesia católica mediante la manipulación del enojo de los católicos recalcitrantes quienes afirmaron sentirse “ofendidos” a causa de la obra Sincretismo. Así, el pasado sábado 26 de agosto, en Guadalajara, hicieron caminata unos cuatro mil creyentes para rezar clamando por el perdón divino, dada la ofensa iconoclasta, y para repudiar al artista Vargas, al alcalde Alfaro y, en general, al sentido estético y al sentido común.
El hecho no es menor, y nos permite leer varias cosas: primero, la iglesia católica se mantiene en la búsqueda de espacios para influir en el poder público y electoral de cara al 2018; una obviedad, pero no por ello hay que perderla de vista. Segundo, la pobre gente sigue manipulada en sus pasiones más elementales; otra obviedad, claro, la misma obviedad que El Comendador no supo ver cuando visitó Fuenteovejuna. Tercero, la preciosa posibilidad que tiene -otra vez- el Estado para conjurar y anular la oscura combinación implicada en la manipulación política eclesial y el pueblo enardecido. Cuarto, la ceguera cultural que tienen muchos creyentes recalcitrantes ante expresiones (incluso del simple folclor) que -por sus propios dogmas y mitos- no son capaces de entender. Quinto, tema del que ya hemos hablado en este espacio: la paradoja democrática de incluir a los que excluyen. Así, una obra escultórica que debiese ser discutida en función de su expresión estética, es discutida por motivos que ni tienen que ver con el arte, ni con la política cultural, ni con los rubros aledaños a la promoción artística; sino que es discutida porque “ofende a la virgencita”. Fieros e ignorantes, como católicos de hace 500 años, no han aprendido a coexistir con la otredad, la violentan, y buscan su anulación. Gente como la que marchó el sábado pasado en Guadalajara en contra de la obra Sincretismo, o la que se ha manifestado en todo el país contra el matrimonio igualitario, la NOM-046, la rectificación genérica a las actas de nacimiento, o la adopción homoparental, es la gente que próximamente votará para vaciar sus prejuicios en las urnas, azuzada por la iglesia, y en detrimento de los valores democráticos de coexistencia plural y diversa. Por razones como esta es que un pueblo se encuentra en el hoyo, bocabajo y cavando.
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