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viernes, diciembre 5, 2025

La identidad de las comunidades humanas: nacionalismos y reivindicaciones culturales

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En los atribulados tiempos recientes se han observado movimientos sociales que se entienden como expresiones de nacionalismo o de defensa de formas de vida y culturas locales distintas a la del país que las incluye. Se ha dicho que se trata de efectos de la globalización actual. Pero hay otros puntos de vista que difieren de esa apreciación.

Es el caso de Isaiah Berlín, filósofo e historiador de las ideas políticas nacido en Riga, Estonia y residente en Oxford, Inglaterra. Este distinguido pensador contemporáneo nos ha ofrecido, en algunos de sus escritos, argumentos que sostienen la persistencia, a lo largo de la historia, de esos movimientos reivindicativos de las comunidades humanas. La rivalidad franco-alemana, la desintegración del imperio ruso (o soviético), las guerras en los Balcanes, los movimientos independistas planteadas por el País Vasco y Cataluña en España, los conflictos entre Escocia e Inglaterra y entre Quebec y el resto del país en Canadá, son algunos ejemplos de los conflictos a los que hemos aludido. Por consiguiente, puede ser de interés recordar algunas de las ideas de Berlín, quien se ha ocupado de este tema con erudición y profundidad. El texto que sigue expone conceptos que no son más que paráfrasis -espero que correctas-, de sus ideas sobre el tema.

Para Berlín, el nacionalismo y el racismo no han resurgido en estos apesadumbrados tiempos; han existido desde el origen inmemorial de la humanidad; son, según él, aún movimientos poderosos. (En cuanto al racismo considérese la situación actual en los Estados Unidos de Norte América).

Según Berlín, fue Johann Gottfried Herder quien identificó la noción de pertenencia como necesidad humana. Del mismo modo que requerimos comer, beber, tener sentimientos de seguridad, de libertad de movimiento, pertenecer a un cierto grupo es, asimismo, una exigencia imperiosa. La no inclusión en una cierta comunidad significa soledad, incapacidad de tener un hogar entre personas que pueden entenderse y entendernos y que comparten una similar visión del mundo. Cada grupo cultural tiene su propia manera de comprender el ámbito en que vive y comparte las mismas costumbres y estilos de vida; poseen la misma percepción del mundo y se comportan en consecuencia. Y todo ello adquiere su valor y su sentido en un contexto que tiende a favorecer la cohesión del grupo y la identidad de sus miembros. Herder pensaba, según Berlín, que en el mundo podrían coexistir comunidades con sus propias culturas y que, sin agredirse mutuamente, vivirían en un pluralismo no conflictivo. Desafortunadamente, la historia se ha encargado de desmiente esta concepción fundada en tan buenos deseos.

Ahora bien, ¿cómo se transforma esta posibilidad de vida social en diversidad pacífica en las agresiones nacionalistas o reivindicativas de países o de las comunidades culturales insertas en medios sociales distintos a ellas? La respuesta es que las ideas reivindicatorias en este campo, al menos en Occidente, se originan tras años de opresión y humillación que hacen muy probable que ocurra un contragolpe, una explosión de orgullo identitario, frecuentemente violenta, de quienes anhelan liberarse de la tiranía o de un prolongado maltrato.

Berlín comenta, para ilustrar su punto de vista, los conflictos franco-alemanes que, en su opinión, dieron lugar al nacionalismo alemán. Nos hace notar cómo, desde tiempos de Luis XIV, los franceses, que parecían vivir una etapa de esplendor en ese entonces, menospreciaban a los alemanes. Los tachaban de provincianos, de patanes, de bebedores de cerveza, de simples; los acusaban de carencia total de talento.

En algún momento, alemanes influyentes comenzaron a plantearse preguntas. ¿Por qué no podemos ser nosotros mismos? Que los franceses tengan sus cortes reales, sus salones, sus soldados, sus pintores, su gloria vacía. Todo eso es basura, afirmaron. Nada es más importante que la relación del hombre con su propia alma. Estas confrontaciones dieron lugar al nacionalismo alemán y a las trágicas consecuencias de sus efectos en Europa. De acuerdo con Berlín, tarde o temprano los pueblos se cansan de ser despreciados y se produce una irrefrenable reacción que puede llevar a la violencia: se niegan a recibir órdenes de países o de autoridades que se creen “superiores”.

Berlín cita también a Aleksandr Herzen, pensador ruso, quien descreía del progreso continuo y de los falsos ídolos representados por las abstracciones acerca de la composición y el comportamiento de las sociedades humanas. (La clase universal, el partido perfecto, o el curso determinista de la historia). No creía en el sacrificio del presente en aras de un futuro desconocido que eventualmente llevaría a las sociedades humanas a una solución total armoniosa. Desde su punto de vista, la búsqueda de estados idealmente perfectos, que disfrutasen de una armonía completa era una falacia y una falacia que podría tener, y ha tenido, consecuencias trágicas.

¿Qué es lo que puede hacerse entonces? ¿Esperar a que los las comunidades humanas se cansen de pelear? Si no es posible detener la violencia feroz para que las heridas puedan curarse lentamente (aunque dejen cicatrices) nos espera la continuación de una época de crecientes desavenencias con sus eventuales cargas de sufrimiento. Y, no obstante que la convivencia pacífica y civilizada entre sociedades culturalmente distintas no es necesariamente imposible, la tendencia actual parece ir en sentido contrario. Los países y las comunidades humanas con sus culturas propias parecen decididos a afirmarse de modo vehemente y en ocasiones agresivo. Hay que reconocer que las pretensiones del cosmopolitismo han dado lugar a situaciones vacías de sentido social. Es difícil que la gente pueda desarrollarse si no pertenece a una comunidad de entendimiento. Incluso si se rebelan contra ella y la transforman, sigue prevaleciendo un sustrato tradicional inevitable.

Finalmente, Sir Isaiah nos obsequia una profecía para el siglo XXV. Sugiere que Un mundo feliz, la obra de Aldous Huxley, puede tomarse como la respuesta a la infinita violencia y rivalidad motivadas por la diversidad producto del nacionalismo y de las reivindicaciones de comunidades culturales sometidas. Bajo un sistema como el que propone Huxley todo el mundo podría satisfacer sus necesidades básicas de un modo equitativo y uniforme y habría un solo patrón de existencia para toda la humanidad. Pero tarde o temprano alguien se rebelaría. Alguien pediría su propio espacio. La gente no solo se rebela contra el totalitarismo, sino también contra un sistema no dictatorial que quiere que sus ideas prevalezcan globalmente. El primer rebelde será arrojado a la hoguera, pero seguramente le seguirán otros.

Si de algo tengo certeza, nos dice Berlín, (con la experiencia de sus 82 años de vida al escribir el texto de donde he tomado sus ideas), es que tarde o temprano la gente tiende a rebelarse contra la uniformidad, contra las soluciones globales de cualquier tipo que éstas sean. Los pueblos y las comunidades humanas sojuzgadas lucharán por su libertad, muchas veces sin importarles lo que suceda después.

Ahora expongo un punto de vista, que es una interpretación propia, pero que se funda también en ideas de Berlín. Si las soluciones globales e idealmente perfectas son inaceptables como se ha dicho, entonces un camino posible es el de las soluciones parciales, de los compromisos imperfectos y temporales, de la resolución de problemas específicos, jerarquizados según su relevancia social. Es cierto que esta estrategia no tiene nada de heroico y puede parecer gris y propia de mediocres ¿pero hay alguna otra que verdaderamente haya sido históricamente exitosa en materia social?

Termino con una acotación de carácter personal. Espero que el conflicto Cataluña-España se resuelva de algún modo que nadie prevé en estos momentos. Confío en que pueda haber un mínimo de acuerdos parciales, temporales, imperfectos y rudimentarios por ambas partes, pero que eviten un eventual enfrentamiento violento.

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