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viernes, diciembre 5, 2025

La ética de la tierra, el primer llamado moral a la conservación del mundo natural

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¿Por qué la reflexión ética en torno a la relación humana con la naturaleza y los animales no humanos no está presente en la filosofía sino hasta finales del siglo XX? Esto se debe básicamente a que nuestra interpretación del mundo está condicionada por nuestra situación en él, por cómo la enfrentamos y por nuestra actitud moral. La mayoría de los problemas actuales de contaminación, deforestación, explosión demográfica, maltrato animal, extinción de especies, etc., son situaciones relativamente nuevas en la historia de la humanidad producto del progreso humano que permitió crear, diseñar y desarrollar nuevos materiales, sustancias, métodos, sistemas, herramientas, aparatos y maquinaria para controlar y dominar la naturaleza.

La especie humana, fascinada y deslumbrada por el progreso alcanzado, inició una carrera en la que empresarios, científicos, tecnólogos y sociedad en general aceleraron los dinamismos de comercialización, distribución, creación y reelaboración de productos para un público ávido de contar con los objetos y los aparatos más modernos del mercado, tendencia fabril-consumista que con el paso del tiempo se convirtió en una práctica cotidiana de los seres humanos en el ocaso del siglo XX y enardecida en el presente siglo. Inventar-reinventar, fabricar-vender, consumir-desechar son prácticas fundamentales en la sociedad contemporánea.

Lo más grave es que muchos de los productos que consumimos en la actualidad son banales y responden a la creación de necesidades ficticias diseñadas por las mentes brillantes de los economistas, publicistas, ingenieros y diseñadores que, mediante la obsolescencia planificada y la obsolescencia percibida, hacen que las cosas que compramos se conviertan rápidamente en efímeras para alimentar los engranajes de la maquinaria económica que los pone en movimiento.

El avance científico y tecnológico, la fabricación, comercialización y consumo de objetos estuvo al margen de cualquier consideración ética, y los únicos principios aceptados y reconocidos en estas actividades humanas eran la innovación así como la oferta y la demanda. Todo invento y experimento estaba excluido de cualquier caracterización moral y ética; es decir, era moralmente neutro, y hasta podría decirse que inocuo.

A lo anterior hay que agregar que hasta hace apenas unos pocos años se empezó a cuestionar la responsabilidad de los costos externos de las empresas (externalidades), ya que una vez introducido el producto en el mercado, éstas no asumen ninguna responsabilidad legal ni moral de la basura y contaminación que genera el embalaje, el traslado y el desecho de los contenedores (envases y empaques), mismos que garantizan las condiciones óptimas del producto, pero que se convierten en una gran carga de desechos sólidos que se endosa a la ciudadanía.

Por lo menos hasta la segunda mitad del siglo XX nadie cuestionó éticamente el impacto ambiental de los medios de producción, es decir, cómo obtienen las empresas sus materias primas, cómo las procesan y su impacto en la naturaleza. Estas acciones humanas no se interpretaban, ni mucho menos se cuestionaban si eran éticas, pues encajaban perfectamente en los esquemas racionalistas modernos de control y dominio de una naturaleza infinita e inagotable, ideales que fueron alcanzándose durante los siglos XVIII y XIX con pequeños pero constantes avances científicos y tecnológicos. Durante ese tiempo las actividades científicas, tecnológicas e industriales mantuvieron un aprecio y una permisividad moral acorde con los objetivos humanos previstos durante toda la historia de la humanidad: dominio y control de la naturaleza.

Uno de los primeros trabajos que se enfocó a despertar la conciencia ambiental y que hizo el primer llamado explícito de incorporar la ética en la reflexión ambiental se remonta al artículo escrito por el silvicultor Aldo Leopold en su libro A Sand County Almanac (1949) titulado “Ética de la tierra” en el que señala que “hasta ahora no hay una ética que se ocupe de la relación del hombre con la tierra ni con los animales y las plantas que crecen en ella […]. La relación con la tierra es aún estrictamente económica y conlleva privilegios, pero no obligaciones”.

Para Leopold la ética avanzó de un primer estado de egoísmo (primero yo y mi familia) hacia uno de cooperación comunitaria más amplio regido por la “regla de oro”: no hagas a otros lo que no quieres que te hagan a ti. Este principio permitió un segundo avance en la ética que consistió en regular las relaciones entre el individuo y la sociedad. Un tercer avance en la ética puede darse cuando se amplían los límites humanos para integrar a la naturaleza y todos los seres que en ella habitan, reconociendo su derecho a existir con base en sus propios procesos evolutivos que permitieron a cada especie llegar a ser lo que es en su estado natural.

Leopold se dio cuenta de que el principal problema que origina el desequilibrio ambiental es ocasionado por los intereses egoístas humanos, resultado de un constante y paulatino distanciamiento entre nosotros y la naturaleza, debido a que hemos optado por vivir en grandes ciudades, encapsulándonos en un mundo lleno de tiendas y centros comerciales con enormes bodegas, escaparates y refrigeradores, dejando que amplios grupos de intermediarios se encarguen de satisfacer todas nuestras necesidades, eliminando con ello todo contacto y relación vital con la naturaleza, de ahí que no veamos a ésta como algo valioso en sí mismo, sino sólo desde un punto de vista instrumental y económico.

Leopold establece un principio formal para orientar nuestra relación con la naturaleza “una cosa es correcta cuando tiende a mantener la integridad, la estabilidad y la belleza de la comunidad biótica; y es incorrecta cuando tiende a hacer los contrario”. No se opone a que los seres humanos tomemos de la naturaleza lo que necesitamos para subsistir, sino que lo hagamos de manera arbitraria y abusiva anteponiendo intereses humanos egoístas. ¿Es correcto acabar con cientos de árboles para construir vías de tránsito? ¿Es correcto arrasar áreas naturales cercanas a las ciudades para expandir innecesariamente la mancha urbana? Leopold y yo diríamos que no. Estimado lector ¿usted qué opina?

 

vhsalaza@correo.uaa.mx

 

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