Paraguay me recibió de la peor manera posible, llegué por tierra atravesando el extenso y legendario territorio de El Chaco, que se encuentra en la region occidental del país, generalmente su clima es caluroso alcanzando en ocasiones hasta los 45º centígrados salvo muy raras excepciones, mi ingreso al país sería una de ellas, pasé en un viejo autobús destartalado una de las noches más frías de mi vida, frío que no me dejó dormir en un camino maltrecho la mayoría de las veces rural, eso me dio tiempo para rememorar que atravesaba una zona que había escenificado una de las guerras más atroces en el continente la llamada “Guerra del Chaco” sucedida entre Paraguay y Bolivia por limites territoriales en los años 1932 a 1935 una guerra desgastante y despiadada que dejó miles de víctimas y dos países enfrentados. Anteriormente entre 1864 y 1870 Paraguay había sufrido otra guerra aun mas sórdida con la Guerra de la Triple Alianza donde Argentina, Uruguay y el Imperio del Brasil le combatieron por intereses económicos y de territorio, el Imperio Británico fue un actor determinante en socavar a un pueblo de avanzada en ese entonces como los paraguayos. Aún hoy en día ambas guerras y sus consecuencias se revisan históricamente, hechos que obturaron el desarrollo del país durante décadas y que como todo conflicto deja secuelas imborrables.
Debido a las malas condiciones del camino -y del autobús- la llegada a migración se atraso más de lo esperado, minutos antes de las cuatro de la mañana el conductor nos indica descender para sellar pasaportes e ingresar al país en mitad -literalmente- de la nada del gran Chaco, en la intemperie los agentes migratorios nos formaron uno por uno revisando nuestros pasaportes y abriendo en una mesa de concreto -repito- en la intemperie nuestras maletas, en mi caso mi vieja mochila de viaje, la escena parece lúgubre, pero no, así son las cosas y hay que experimentarlas. Me di cuenta que siempre hay que tener la capacidad de elección y volví a elegir que era mejor el insoportable frío del autobús que el devastador de la intemperie, pasaron horas de camino y después de atravesar una gran parte del país, casi 23 horas después por fin llegué de noche a la capital guaraní -coloquialmente se dice así a los paraguayos por el pueblo étnico de la region llamados avá o guaraníes- más muerto que vivo pero con el entusiasmo intacto por primera vez pisar este país soñado, tomé un autobús de transporte público con indicaciones de la gente de lugar, la amabilidad de las personas fue un rasgo distintivo que se profundiza al saber que soy mexicano, me hospedé en un hermoso hostal en pleno centro de la ciudad llamado “El Edén” ubicado en la calle Félix de Azara -nombre debido al explorador, naturalista y antropólogo español que se radicaría en Paraguay en el siglo XVIII- esa noche dormí tranquilo como un lirón.
Los próximos días de ocio me dieron un gran panorama de esta hermosa ciudad, de su cultura, su comida, su historia y del país que integra, con una población de más de tres millones de habitantes -sumada su zona conurbada-, Asunción es una ciudad nostálgica y vital a la vez, con rincones por descubrir y un halo constante de promesa por cumplirse devenida casi en rito, pareciera que aquí lo mejor siempre está por venir -aún no sucede, pero mientras esperamos- me charlaría uno de sus habitantes. La Catedral Metropolitana de Asunción me lleva a otro tiempo, me siento en plena colonia española con su arquitectura, en su contexto, la edificación está en honor a la Virgen de la Asunción -que da el nombre a la ciudad- su austero atrio con escalinatas hace que pueda observarse la bahía. De ahí se puede recorrer un circuito de plazas, en una de ellas se encuentra el monumento que da cuenta de la fundación del lugar el 15 de agosto de 1537, esta parte de la ciudad parece detenida y resquebrajada por el tiempo, los proyectos de restauración han sido pocos y problemáticas sociales de vivienda y falta de oportunidades se visibilizan en el lugar, sin embargo esta es la ciudad real, no turística, que a su vez tiene una vibración y un espíritu particular. En cada lugar encuentro a la gente bebiendo Tereré; una bebida tradicional hecha de hierbas como la menta, el cedrón o la batatilla que son refrescantes y con algunas otras hierbas puede ser medicinal, está tan inserta en la vida cotidiana que fue declarada Patrimonio Cultural de la Nación.
Uno de los edificios con mayor valor histórico y museográfico es el Centro Cultural de la Republica Cabildo, donde se exhibe gran parte de la tradición artística paraguaya, es impresionante ver todo lo que podemos desconocer de un país que forma parte indivisible de nuestra Latinoamérica, encuentro una sala dedicada a Guido Boggiani quien fuera antropólogo e investigador de las culturas indígenas y dedico toda una vida a su conocimiento que debería suceder en preservación -no siempre es así- también en el lugar se encontraba la exposición “País de Migrantes” donde se explican las grandes migraciones asiáticas que poblaron las cuencas de los grandes ríos americanos como el Amazonas y el Orinoco, sus descendientes serían los pueblos étnicos jibaros y guaraníes. Me gusta cada vez más recorrer los castillos y los callejones, pasear, detenerse, a unos pasos de esta zona se encuentran chozas improvisadas de población marginal, excluida, que por diferentes motivos ocupan la zona en busca de mejorar su situación y en reclamo a políticas públicas que no los han escuchado, el panorama es contrastante y muestra que Asunción también es una ciudad con profundas divisiones de clase y de ideología.
Los días de mi estadía fueron de nubes y sol, buenos días para conocer y disfrutar, uno de mis puntos favoritos fue el Palacio de Gobierno, llamado también El Palacio de López, que funge como sede del gobierno de la República y desde donde el presidente atiende asuntos de Estado, es un edificio realmente hermoso, con un jardín extremadamente cuidado que lo bordea y que exalta su estilo neoclásico, frente a él se encuentra la Manzana de la Rivera, un admirable complejo cultural restaurado con salas de exposición, galerías, biblioteca y una pequeña cafetería con vista privilegiada al Palacio de Gobierno, ahí detuve la marcha y tomé un par de cervezas Pilsen seducido por su eslogan “auténticamente paraguayas”. Ya refrescado tuve todo el tiempo para recorrer la Avenida Costanera que serpentea la bahía, aquí la ciudad se transforma, asoman modernas edificaciones conviviendo con viejos conventillos y casonas de más de un siglo, donde deteriorados navíos y empresas portuarias forman parte del paisaje que aun de día parecen lugares fantasmales o una poesía visual digna de Hemingway. Rendí homenaje a los libertadores paraguayos en el Museo Casa de la Independencia, una casa pequeña de adobe, de fachada blanca, tejas y estilo colonial que albergo las ideas de libertad y nacionalismo de un país en búsqueda de su propio destino. No podía partir sin acudir al Museo de las Memorias ubicado en un barrio tranquilo y típico de la ciudad, el lugar una casa donde fueron recluidas y torturadas centenares de personas en la lucha por la libertad y contra la sangrienta dictadura cívico-militar encabezada por Alfredo Stroessner que duraría largos 35 años (1954-1989) un periodo obscuro que sofocó el crecimiento de un país, de su cultura, su industria, su intelectualidad, su sociedad, que asfixió la vida misma y que aun en estos días tiene deleznables vestigios, el Stronato fue un participante clave del Plan Cóndor en la región que dejaría miles de torturados, desaparecidos y muertos, ahora esa casa un espacio de reflexión y lucha por los Derechos Humanos. Después de ahí me senté un largo tiempo en la Plaza Italia, observé a los niños jugar al futbol, a una pareja de jóvenes en patineta besarse apasionadamente y al caer la tarde me reconfortó una caliente sopa paraguaya hecha de mezclar y hervir maíz con queso fresco, leche cuajada, huevos y cebolla picada, este tal vez es uno de sus platos más emblemáticos -y más sabrosos-.
Enumerar los puntos recorridos y cada una de las experiencias en mi estadía en Asunción llevaría más de lo que este texto asoma, se quedó en el tintero contar el cumplimiento de mi sueño adolecente de estar en el mítico estadio de futbol Defensores de El chaco, el recorrido por los bares tradicionales, los mercados, la noche en que, perdido con mi inseparable compañera de ruta fuimos a caer en un barrio marginal y donde para nuestra confirmación encontramos gente cálida, amable y con la cual disfrutamos de bebidas espirituosas observando una ciudad y un país que aun con una historia trágica y oscura, aún encandila y maravilla con las luces de Asunción de madrugada.




