En los primeros años de la fotografía este quehacer era visto entre la prensa conservadora como un acto diabólico. En 1839 el diario católico alemán, el Leipziger Anzeiger, escribía: “No solamente es imposible fijar reflejos fugitivos, como lo han demostrado experiencias muy serias realizadas en Alemania, sino que pretenderlo nos confinaría al sacrilegio. Dios ha creado al hombre a su imagen y semejanza y ninguna máquina humana puede fijar la imagen de Dios. Habría que traicionar completamente nuestros propios principios para permitir que un francés en París lanzara al mundo una invención tan diabólica”.
Casi 200 años después, la fotografía se ha convertido en un arte que solamente es negado por algunos excéntricos e insensatos. Si existe alguna duda, aquí tienen ustedes en el libro de Eniac Martínez, una prueba de que la fotografía suma de manera clara sentido y belleza. Eniac, de la mano de un libro bien hecho, nos recuerda que el ojo piensa, que el pensamiento ve y que la mirada toca. Nos trae a la memoria la verdad que Pablo Picasso convirtió en tesis: el arte es una mentira que nos permite decir la verdad. Por todo lo anterior las fotos que incluye el libro Camino Real de Tierra Adentro y el material que se encuentra en esta Galería del Centro Cultural Los Arquitos, nos permiten concluir, al igual que el poeta catalán Manuel Vázquez Montalbán, que cada fotografía es finalmente un pensamiento visible, un gran juego a través del cual se descifra el mundo.
En el libro existen varias realidades simultáneas. Una de ellas, presenta detalles contemporáneos de un camino centenario que ha sido poco atendida por la historia oficial, una historia que se nutre de tiempo y, como veremos más adelante, de sensibilidad artística. El Camino Real de Tierra Adentro muestra imágenes contemporáneas de lo que ocurre en un sendero de casi de más de 2 mil kilómetros de longitud, un camino transitado “para extender el dominio y la riqueza de la Corona Española en América. La síntesis de esta realidad culminó en la construcción de ciudades, villas y pueblos, en economías a gran escala y en una referencia cultural mexicana, española y norteamericana de grandes magnitudes.
En un primer acercamiento las fotografías del libro, de inmediato se vuelven sugerentes y de ese modo con un ritmo casi musical aparecen una a una mostrando el desierto, la soledad y el vacío; caminos de tierra, pueblos, naturaleza, y siempre, invariablemente, hombres, mujeres y niños y muchas realidades indecibles. En el libro hay imágenes de siluetas, cielos, horizontes infinitos, telarañas de la naturaleza, gravitación de cuerpos donde lo real compite con la fantasía, o al menos con variantes que rebasan los sentidos. Eniac muestra imágenes de religión que flota, que se oculta, que vive y muere. Máscaras diversas, símbolos sobre las muertas de Juárez y los puentes diversos de la frontera con los Estados Unidos, una frontera que para Carlos Fuentes era más bien una cicatriz. Casi al final del recorrido hay una foto que fusiona tiempos culturas y nacionalidades, se trata de una india norteamericana adornada con la virgen de Guadalupe.
Aparece en el libro también, claro está, una media docena de fotos de Aguascalientes donde se puede ver una imagen fascinante de la iglesia que construyó Refugio Reyes en el Soyatal con un estanque de aguas tranquilas en primer plano. Aguas que reflejan nubes. Hay también un registro de los Chicahuales en la Plaza Patria y otro más dentro de la catedral en donde el obispo de la Diócesis local, insólito, comparte créditos con un Chicahual enmascarado. También nos muestra una escena de la danza de la pluma en el municipio de Tepezalá y un nativo portando en la cabeza tremenda ornamenta de guajolote o algo parecido. Todas las imágenes juntas hablan de lo que somos a simple vista y un horizonte vasto de interpretación. El Camino Real de Tierra Adentro tiene entonces varias travesías. Es una ruta geográfica e histórica que podemos transitar con relativa sencillez; es un viaje por un tiempo de larga duración, e inevitablemente un viaje al interior del artista que se obsesiona por aportar un punto de vista original. La travesía de toda la experiencia es subjetiva porque, sí, vemos historia de una época, de una cultura y de un sendero, y también la historia del fotógrafo que reinventa la realidad.
Me tocó en suerte coincidir en alguno de los viajes de Eniac y pude ver que su estilo para grabar instantes combinaba una especie de mutismo y compulsión. Lo primero porque al momento de levantar imágenes el grado de concentración era tan profundo que no hacía caso a nadie, ni a nada, excepto a su propio objetivo; mientras buscaba La foto no escuchaba, no veía otra cosa que no fuera la imagen que previamente había creado en su mente. Era como si una capa de silencio invisible lo protegiera de cualquier toda distracción. El lado compulsivo venía de una actitud asociada con la mirada milimétrica. Cada vez que buscaba el ángulo deseado y parecía que ya lo había encontrado, se movía nerviosamente frente al mismo objetivo y, aunque éste fuera de un metro cuadrado fijo, se movía una y otra vez como si existieran infinidad de perfiles en un solo punto. En esos momentos aparecía el deja vu del Aleph borgiano. Así parecía encontrar mil imágenes en una sola imagen y solamente hacía clic cuando había algo inexplicable, o al menos invisible. Registraba el instante y el fotógrafo se reconocía a sí mismo en la foto. Cuando separaba la cámara de su cara, ya consumada la meta en turno, me daba cuenta de que no se trataba de la lógica de un espejo que refleja la misma imagen, tal cual, en otro punto, sino la revelación de un instante que se hacía visible para todos.
El trabajo de Eniac nos recuerda, en suma, que la fotografía es un arte y, como ha dicho Naguib, Mahud, que el arte debe ser gusto, diversión y alucinación; las fotos que ahora nos rodean y que se expresan en el libro ya citado, nos traen a la memoria la voz de Salvador Dalí cuando sostenía que la belleza es convulsiva o no es belleza. Que la esfera del arte, al decir de H.R. Haweis, no es el pensamiento, sino la emoción; que la fotografía es la punta del iceberg, una interpretación de lo real, una huella y una máscara. Detrás de la cámara hay una sensibilidad y quizá una fantasía. Un punto de vista. En la foto se conjugan objetividad y subjetividad: es decir, el mundo tal cual lo vemos, pero, al mismo tiempo, visto desde un ángulo inesperado o desde un momento inesperado. Es nada menos lo que Octavio Paz llamó la fijeza del instante. Por ello, para este poeta esencial del siglo XX, la cámara es el ojo que mira, la memoria que preserva y la imaginación que compone.
Las fotos de Eniac son enigma en blanco y negro porque son calladas y también elocuentes. Sin decirlo las imágenes aluden a otras realidades y evocan otras representaciones. Cada fotografía convoca, e incluso, produce otra imagen, algo que se revela a través de lo visto. Baudelaire decía que la fotografía carecía de sensibilidad e imaginación. Simplemente nunca estaré de acuerdo. La fotografía es un arte y lo es porque permite formular ideas e hipótesis sobre la vida desde diferentes ópticas y procesos; es un arte porque congela instantes y los vuelve trascendentes; porque al primer reflejo de la vista altera el ritmo de la respiración y revela el mundo de otra manera. El trabajo que Eniac nos comparte y que ahora llena de vida, preguntas e imaginación los muros de esta galería reproducen no simplemente lo que ve, sino que lo inventa. ¿Finalmente, qué es lo que hace que un instante se detenga? Seguramente es ese ojo del inconsciente que lo atrapa. Es la certeza de que la imagen avanza más rápido que el pensamiento cuando se produce lo que Cartier Bresson llama el instante decisivo. Eniac revela instantes y nos deja la certeza de que eso que llamamos la realidad es más verosímil en blanco negro. Si aceptamos que la fotografía es un producto del demonio, como lo sostenían los conservadores del siglo XIX, lo único que queda por decir es que ojalá y los fotógrafos de la calidad de Eniac Martínez sigan pecando. Felicidades a los impulsores de esta empresa, un reconocimiento a Conaculta, a Televisa, al Grupo Desea y desde luego un reconocimiento al Centro Cultural los Arquitos y muy especialmente al Instituto Cultural de Aguascalientes por acercar este libro a nuestras manos y por montar esta exposición fotográfica con el mismo tema.
*Texto presentado por Andrés Reyes Rodríguez durante la inauguración de la exposición de Eniac Martínez en el Centro Cultural Los Arquitos el 31 de enero del 2007. Eniac falleció en días recientes. Trabajó varias ocasiones en Aguascalientes.
