El mes pasado, el New York Post publicó una nota titulada “La esposa de El Chapo, Emma Coronel Aispuro hace su debut con clase en ‘Cartel Crew’ de VH1”. Emma Coronel, una verdadera ama de casa del cártel de la cocaína se abre camino en la televisión real cada lunes, a bordo de un elegante yate en Miami, acompañada de hijos e hijas de otros narcotraficantes, sus compañeros de reparto, que se desmayan ante su presencia, pues “ella no es una mujer normal”, es la esposa leal de Joaquín Guzmán Loera, sentenciado a cadena perpetua en una prisión estadounidense de máxima seguridad. Emma Coronel apenas tiene 30 años, se casó con El Chapo, ahora de 62 años, cuando era una adolescente. Emma Coronel habla en su yate de negocios, pues registró como marca el nombre de El Chapo para comercializar ropa y accesorios.
Emma Coronel bien podría ser otro personaje en la continuidad del libro de cuentos de Dahlia de la Cerda, Perras de reserva, que antes que cuentos pudo ser una novela sobre la humanidad de las mujeres, la lealtad y la envidia entre ellas, el amor y el odio hacia ellos, los hombres. Nueve cuentos que narran una realidad en la vida de mujeres de este México moderno, sin condiciones propicias para salir del sistema de violencia y estereotipos que vemos constantemente, ricas, pobres, asesinas, rateras, niñas madres, todas ponen su cuerpo de una u otra manera para sobrevivir y vivir, algunas lo gozan, otras lo padecen. En México, con las circunstancias por las cuales atraviesan las mujeres, no hay fantasía ni ficción aquí. Este país vive una realidad transexenal entre confrontaciones militares y cárteles de la droga, pro también entre narco junior, mulas y buchonas, impunidad, lujos, excesos, que se vuelve tangible de boca en boca, como las leyendas, en los noticieros y en las redes sociales, en medio de la impunidad y el dolor de miles de familias. Este es el contexto de Perras de reserva.
Dahlia de la Cerda conoce esa realidad. En “Perejil y coca”, el primer cuento, la protagonista también la conoce y entiende: “Soy esa clase de chica que suele usarse como argumento contra el aborto. La que sale y se acuesta con el primero que le habla bonito. Esa que mejor debería tomar anticonceptivos o ligarse las trompas o cerrar las piernas. Me dejo abrazar con fuerza por desconocidos. Me gusta la fiesta, ponerme muy borracha y hacer osos ahogada en alcohol”.
Mientras, en el segundo texto, “Yuliana” describe una de las tantas maneras que las mujeres viven la narcocultura: “Las mujeres podemos ser muy horribles, plebe. A mí me chingaban por naca, y a ella, que por puta. Él siempre me ha conquistado a la antigua. Me regala ramos de flores enormes y ropa, me lleva de viaje, me compró mi leoncito, me mandó componer tres corridos. Es bien romántico y me trae loca. Todavía estoy un poquito sentida con él, aunque ya casi lo perdono porque el corazón está donde está. Así de sencillo y así de complicado. Tengo a mi disposición el brazo armado de sicarios más poderoso de México, millones de hectáreas de siembra de amapola y marihuana, y valgo verga por un chingado muchacho barbón”.
Y mientras, nosotros, los simples espectadores, alejados de esta realidad, solo vemos en la nota roja o en las fotos de Instagram o Twitter a mujeres como la China: “Ella me habló de su pasado. Venía de abajo, de un barrio muy humilde. Su exesposo la golpeaba y casi la anda al panteón a golpes, así que ella lo mandó matar. Me habló de su niña, de su mamá, de los novios que ha tenido. Después me confesó que tiene un odio particular contra los vales que se pasan de verga con las mujeres. Me dijo que cada vez que se enteraba de un cabrón manchado, sentía como si le pegaran a ella y se lo tomaba personal. Le dolían las cicatrices que le dejó su exmarido. Su hobby es levantar y darle calentaditas a esposos y novios abusones. Y es que una siempre habla, piensa y actúa desde las heridas”.
O como es en “Que dios nos perdone”, el racismo, el rechazo a los pobres, por feos y pobres, de tez humilde, es lo que nos ha justificado en sociedad para pisotearlos y avanzar al proceso de gentrificación, el desalojo. Lo que el Estado no puede darles, fe y una vida mejor, la gente se lo implora a San Juditas y a Malverde.
Dije al principio que Perras de reserva podría ser una novela. Sí y no. Dahlia entrecruzó las historias, que aunque independientes, podrían ser una sola que desnuda esos patrones sociales que son impuestos a las mujeres, que también habla de lo mentirosas, perversas, asesinas, cogelonas y humanas que somos en un mundo que desprecia nuestras vidas, que nos orilla a vivirla a su modo, no al nuestro, desde el inicio de los tiempos. Cito: “Una dama en la mesa y una ramera en la cama”, dispuestas a seguir poniendo el cuerpo, desde lo sexual hasta atrás de una pistola, para que la familia ya no pase hambre, ansiando una familia en la clicka, “Oportunidades que te convierten en monstruo (escribe Dahlia). Apreté mi escapulario de san Juditas y me encomendé al Diablo porque Dios en esto no hace el paro. La vida loca tiene sus secuelas, “los sueños vuelan, amárrelos quien pueda’”.
O también está el cuento de “La China”, que también plantea la otra parte del narco, aquel donde las mujeres somos el escalón más bajo de ese sistema también, las mulas y la carne de cañón, subiendo de puesto poco a poco, aspirando a ser una buchona completa: “Tuve muchos novios, muchas aventuras amorosas, muchos amantes y muchos detalles. Mi mamá siempre me decía que yo era de naturaleza promiscua y que al menos debía sacarle billete y provecho. La putería nunca se me dio; yo ya andaría triunfando si en vez de mochar cabezas me hubiera sentado en ellas”.
O Regina, para mí, el centro de estos cuentos, que recibió la triada de las mujeres en el narco, y que entre el amor romántico y las ansias de poder recibió un baño de sangre y plomo: “¿Es en serio, mija?, ¿quiere un novio mafioso? Pues mire, buscan tres tipos de mujeres: las que van a ser sus esposas, que son o hijas de sus socios o niñas bien hijas de políticos. Las que son sus amantes, que son plebitas guapas y de escasos recursos; las operan a su gusto, les ponen departamento y son como sus muñecas; les dan todo con la condición de que sean solo para ellos y que no les den problemas con sus esposas. Y las mulas, niñas de barrios muy, muy pobres a las que enamoran para que hagan el trabajo sucio; usted sabe, pasar droga o ir de chapulinas con otros manes a sacarles información o hasta para descuartizar. Estas últimas siempre acaban muertas, plebe”.
Por eso para mí la escritura de Perras de reserva no admite del todo una lectura literaria; esto quiere decir que no se sabe o no importa si es o no literatura porque tampoco se sabe o no importa si es realidad o ficción. Perras de reserva muestra que la realidad es mucho más compleja y mucho más complicada de lo que parecería por la simple anécdota o el simple relato. Sería fácil hablar de un libro feminista, pero no es así. Dahlia no pretende denunciar, Dahlia describe una realidad que necesita la violencia como necesita de la verdad y de la justicia. Por eso mismo, Emma Coronel y su realidad bien podrían ser un personaje de Perras de reserva.
