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viernes, diciembre 5, 2025

Nuestra anormal normalidad/ Yerbamala

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El término pandemia deriva, como tantas otras ideas modernas, del griego antiguo: Pandemia es lo “de todo el pueblo”. Así, literalmente, ha sido el virus del Covid-19. Un ser invisible, imperceptible, microscópico, que nos ha venido a hacer conscientes de golpe, de nuestra común y evidente fragilidad como especie que tiene que competir con otras para sobrevivir. La del Homo Sapiens (lo de sapiens tómese con la reserva del caso, pues también habrá que discutirlo en algún momento, visto lo visto), indefenso ante aquello que no puede explicar, ver, ni tocar, pero que ciertamente lo puede matar en 15 días de neumonía, especialmente si es mayor de 65 años y padece de ciertas patologías previas, nos dice la estadística, cuestión que nos une a los seres humanos de toda clase, raza y condición, y que bien podemos decir que nos humaniza.

Para el filósofo Markus Gabriel (El País, 25 de marzo de 2020) la cadena infecciosa del capitalismo globalizado destruye a la naturaleza y atonta a los ciudadanos para convertirlos (convertirnos) en meros consumidores y turistas. Así que llama a aprovechar la pandemia y sus consecuencias para impulsar un modelo de “ilustración global” que yo llamaría mejor: “educación global”, que avance a la humanidad sobre el “modelo de desarrollo” imperante, al que no duda en calificar, como muchos otros pensadores e intelectuales desde el ambientalismo o la academia, de “suicida”.

Así, una primer enseñanza de nuestra “anormal normalidad” previa al virus que nos ataca, es la falsa creencia de que el progreso científico y tecnológico es suficiente para llevar a la humanidad a mejores estadios civilizatorios, donde el progreso humano está garantizado per se. Es claro, a la luz de la crisis, que no podemos confiar en que los científicos o los tecnólogos podrán darnos respuestas y soluciones a los problemas sociales presentes o futuros, que son altamente complejos por definición. Ahora, en plena crisis ponemos a los diversos especialistas médicos en el centro de la crisis y les exigimos respuestas inmediatas y certeras, pero en cambio, no les escuchamos cuando nos cuentan que cada año mueren en los países menos desarrollados miles y miles de personas, niños en especial, por enfermedades perfectamente curables y cuyo tratamiento en muchos casos no rebasa el precio de una hamburguesa de Mc Donalds o de un café de Starbucks. Pero claro, estos miles de muertos al año, de Malaria, por ejemplo (405 mil en 2018, según la OMS), no se dan en los países llamados del “primer mundo.”

Otra temprana enseñanza de esta crisis, reside en que los problemas globales desnudan (más aún) las peores actitudes de los políticos y supuestos “líderes”. Por ejemplo, el presidente de la aún mayor potencia mundial, bautiza, sin pruebas y sin medir sus palabras, al virus de la pandemia como “chino”, azuzando una vez más la xenofobia y el racismo. Sus émulos en el sur global, como en Brasil, aun hoy niegan los análisis y recomendaciones de la OMS. Otros más, sostienen que ante la inevitabilidad de los contagios y muertes, es mejor salvar empleos que salvar vidas. 

En Gran Bretaña, el representante local del “trumpismo”, el mismo que propuso el Brexit, sostiene que su gran nación puede atacar al virus invocando al darwinismo social (sólo el más apto sobrevive), para provocar una supuesta inmunidad colectiva en tiempo récord. Los mismos alemanes, según el filósofo Gabriel, piensan, sin ninguna base real, que su sistema sanitario es tan claramente superior al italiano o al español, que son y serán inmunes al gran número de muertes recientes en esos dos países. 

Entonces, ante la amenaza global, no queda sino vislumbrar un cambio, también global, que baje al dinero, a la ganancia, al mercado y a la codicia, del altar al que el mundo le adora, y que eduque en la cooperación humana y no en la competencia. 

El “orden” (más bien desorden) mundial previo a la pandemia no era normal, sostiene Gabriel, pero si era letal. Somos y seguiremos siendo seres que nacen desnudos, desvalidos, dependientes, frágiles. Por eso es válido decir que si superada la crisis nos empeñamos en seguir en nuestra añorada y anormal normalidad, más pronto que tarde descubriremos que vendrán otras epidemias, otras pandemias y con ellas, graves problemas sociales. Guerras económicas, desempleo masivo, proliferación de ideologías supremacistas y extremas, racismo y xenofobia exacerbados. Por eso necesitamos una revolución ética, o una “ilustración moral” que pasa, aquí y ahora, como en el resto del mundo, por la educación en la ciudadanía global. 

 

@efpasillas

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