Mario Gensollen y Marc Jiménez-Rolland
Las instituciones educativas formales (las escuelas) preparan (principalmente) a los jóvenes para participar (como usuarios o trabajadores) en otras instituciones epistémicas: tribunales, medios de comunicación, ciencia, democracia, sistemas de salud, etc. Para usar —y ser parte de— estos sistemas, se requiere que la gente tenga cierto grado de conocimiento en torno a estas instituciones y a las bases sobre las que operan.
Además de las escuelas, todas las otras instituciones epistémicas de la sociedad tienen tanto intereses como una función educativos. Para su mantenimiento, las instituciones epistémicas dependen del sistema educativo: sin éste, ellas no podrían servir al público tan bien como es posible; además, sin escuelas, no podrían reclutar a nuevos trabajadores del conocimiento. Que las instituciones epistémicas lleguen a existir y continúen existiendo requiere de la educación. Ben Kotzee, comentando al filósofo de la educación John Dewey, señala: “…en una democracia cualquier ciudadano adulto debe estar en posición de tomar parte en debates democráticos sobre asuntos públicos. L tarea educativa de la escuela no es sólo transmitir un conjunto fijo de ideas de la misma manera a través de generaciones, sino inducir a los niños al pensar democrático de manera que puedan mejorar y cambiar el sistema democrático ellos mismos cuando sean adultos”. Así, la educación reproduce de manera consciente nuestro sistema político democrático.
Un programa de epistemología social aplicada de la educación se ocuparía de “cómo cada institución epistémica en la sociedad debe llevar a cabo sus propias funciones educativas y cómo debe coordinarse con la institución dedicada a la educación”. Trataría las siguientes preguntas:
- ¿Cuánto de su función educativa debe efectuar una institución epistémica y cuánto debe dejar a la escuela?
- ¿Cómo deberían moldear y controlar el trabajo educativo de la escuela las otras instituciones epistémicas?
- ¿Cuál es la mejor educación básica que la escuela puede ofrecer a los jóvenes como usuarios o trabajadores de otras instituciones epistémicas en la sociedad?
- ¿Cuál debería ser la relación entre la educación básica común (para formar usuarios competentes) y la educación especializada (para instruir trabajadores del conocimiento) sobre otras instituciones epistémicas?
- ¿Cómo deben elegir las instituciones epistémicas a quienes serán trabajadores del conocimiento en ellas?
Un ejemplo, referente a la pregunta 4: ¿Qué tanta especialización debería promoverse en la educación y qué tan ampliamente habría que educar a los jóvenes?
¿Queremos una sociedad donde todos saben poco sobre muchas cosas o una donde la gente se especializa profundamente en sólo un área del conocimiento? Philip Kitcher, profesor de la Universidad de Columbia, sugiere que, como la división del trabajo productivo o económico en la sociedad, se requiere una “división del trabajo cognitivo”: distintas personas dirigen sus energías a distintos proyectos. Esto se aplica, e.g., a las disciplinas científicas; pero también a la sociedad en general.
Aun así, hay varios límites a la especialización. Primero, sólo es posible tener una división del trabajo cognitivo si se enseña a generación tras generación “cómo tomar parte de la división del trabajo cognitivo”. Eso requiere enseñar: (i) fronteras disciplinares, (ii) ante qué expertos delegar qué cuestiones, (iii) qué especialidades encajan mejor con sus aptitudes e intereses. En segundo lugar, para que una especialización tenga valor colectivo, se requiere ‘experticia interactiva’ para coordinar los esfuerzos de diversos especialistas y superar la mutua incomprensión. En tercer lugar, hay asuntos (como la política) en los que es importante que todos puedan participar –sin delegar la tarea a los expertos–; en esos casos, un amplio conocimiento general (no sólo de los participantes, sino también de la audiencia), puede mejorar la calidad de los intercambios.
El valor de la educación no sólo radica en su función social, sino también en la mejora que propicia en los individuos. La epistemología también ofrece orientación sobre el valor distintivo de la educación a nivel individual, al estudiar: (1) la naturaleza de pensar y razonar bien (‘pensamiento crítico’), y cómo promoverlo; (2) la naturaleza de las virtudes intelectuales, y cómo fomentarlas.
Así, en primer lugar, la epistemología se ocupa de cómo las personas deberían usar la evidencia al razonar, pero también de cómo promover que la gente piense mejor. Algunos consideran que fomentar el pensamiento racional o crítico es el objetivo más fundamental de la educación. Se han ofrecido razones para ello. Primera, para tratarlos con respeto, se debe explicar las cosas racionalmente a los estudiantes (y el principio ético fundamental kantiano es que se debe tratar a las personas con respeto). Segunda, el objetivo de la educación debe ser preparar a las personas para desempeñar papeles autónomos y equitativos en la sociedad y ello requiere adquirir habilidades racionales. Tercera, para tener roles autónomos y equitativos en la sociedad, los individuos deben aprender a comunicarse y razonar dentro de nuestras tradiciones culturales centrales (las cuales se encuentran en continua evolución). ¿En qué consiste el pensamiento crítico que la educación debe promover? Hay desacuerdo entre varias concepciones: (a) algunos lo conciben como mera destreza en lógica (identificar, analizar y evaluar argumentos); (b) para otros consiste en pensar, de manera amplia y responsable, usando estándares de evaluación y siendo creativo e independiente; (c) otros más consideran que, más que algo genérico, el pensamiento crítico involucra una inmersión profunda en el estudio de un tema específico. Otro punto de controversia es, sea lo que sea el pensamiento crítico, cómo puede enseñarse.
En segundo lugar, a veces se considera que la educación debería centrarse más bien en promover las virtudes intelectuales: formar de manera positiva el carácter de los estudiantes (e.g., procurar que sean sabios, humildes intelectualmente, de mente abierta, inquisitivos, etc.). Se piensa también que la tarea de la epistemología no es sólo comprender dichas virtudes sino ayudar a la gente a moldear las vidas intelectuales de las personas de acuerdo con la razón. Una cuestión importante concierne a cómo pueden inculcarse virtudes a través de la educación.
¿Virtudes o habilidades de pensamiento? Además de habilidades, suele contemplarse el fomento de motivaciones o disposiciones epistémicas como parte del pensamiento crítico. Sin embargo, puesto que ambos componentes pueden presentarse por separado, hay discusión en torno a si ambas dimensiones deben considerarse en la educación. Harvey Siegel, profesor de la Universidad de Miami, sugiere que ésta debe enfocarse en las habilidades, pues incluir motivaciones y disposiciones: (i) generaría debates innecesarios sobre la naturaleza de las virtudes; y (ii) sería invasivo con el político ideal liberal de que el estado (a través de la escuela) sea neutral ante distintas concepciones de la vida buena. De este modo, hay un importante debate en la epistemología aplicada en torno a cómo sería un pensador ideal a nivel individual.




