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viernes, diciembre 5, 2025

Pluralismo y ciencia/ El peso de las razones 

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De manera general se da por sentada una imagen de sentido común de la naturaleza, los objetivos y los alcances de la práctica científica. Esta imagen se estructura a partir de tres afirmaciones distintas pero relacionadas. La tesis que sostiene la existencia de un método científico considera que la ciencia ha logrado su objetivo en buena medida empleando criterios objetivos para evaluar afirmaciones que los científicos conocen. La tesis del individualismo epistémico sostiene que el éxito de la ciencia se explica por las cualidades morales e intelectuales de los individuos que la practican. Por último, la tesis del realismo ingenuo considera que el objetivo de la ciencia es desarrollar una descripción verdadera y completa de la realidad, la cual es valiosa por sí misma y por la capacidad de control que nos otorga. Philip Kitcher llamó a esta imagen de sentido común “la leyenda”, en tanto es una concepción que ha merecido el asentimiento popular y académico generalizado. 

Una preocupación inmediata que surge con las afirmaciones que estructuran la leyenda es que, si las primeras dos tesis son falsas, no queda claro cómo la ciencia cumpliría con su objetivo de proporcionarnos conocimiento objetivo de la realidad. Como veremos, esta preocupación puede atenuarse en tanto la pluralidad de la comunidad científica puede reducir la parcialidad a la cual podría estar sujeta la práctica científica si esta fuese tarea de individuos solitarios. 

La leyenda fue sometida a una intensa crítica, sobre todo a partir de la publicación de The Structure of Scientific Revolutions de Thomas Kuhn en 1962. En esta obra se sugería que la concepción de sentido común de la ciencia y su práctica era en gran medida falsa y se nos instaba a tener una imagen mucho más científica de la propia ciencia, sobre todo a partir del examen de su historia. Kuhn puso en el centro de su crítica el problema del cambio científico. La ciencia cambia, es un hecho, pero afirmó que no lo hace gradualmente, y mucho menos progresa de manera acumulativa. Por el contrario, pensaba Kuhn, la historia de la ciencia nos muestra que ésta vive largos trechos de reposo y conservadurismo, tratando de resolver problemas y enigmas dentro de un marco teórico y axiológico aceptado por la comunidad científica. No obstante, suele suceder que el conflicto de este marco con la evidencia y su incapacidad para resolver problemas que se consideran apremiantes empieza generar malestar la comunidad científica. Es a raíz de esto que se producen las revoluciones científicas. Una revolución científica sucede cuando un nuevo paradigma suplanta al anterior. Pero, ¿qué es un paradigma? Un paradigma, pensaba Kuhn, define los métodos y los problemas que legítimamente debe abordar una disciplina o campo de investigación. Por ende, entre otras cosas, la crítica de Kuhn puso en serios aprietos la primera tesis de la leyenda: la idea de que hay un método responsable por los logros de la ciencia.

La leyenda concebía a la ciencia como una práctica de individuos aislados, no como una práctica comunitaria y social. Sin embargo, al prestar atención a la historia de la ciencia y a la práctica científica se volvió evidente el papel de las comunidades y los grupos de investigación en el cumplimiento de los objetivos de la ciencia. Así, se puso en entredicho la segunda tesis de la leyenda. Algunos creyeron que a partir de esto podría surgir una crítica demoledora a las aspiraciones y los alcances de la ciencia: si la ciencia es una práctica social, pensaron, esto degradaba su objetividad. Para la sociología del conocimiento —en particular para los defensores del denominado “Programa fuerte de la sociología del conocimiento científico”, como Barry Barnes y David Bloor—, si la ciencia es una práctica social debería estudiarse como cualquier otra institución, sometida al mismo tipo de influencias ideológicas tanto políticas como sociales. En primer lugar, los sociólogos del conocimiento han argumentado que diferentes sociedades podrían tener lógicas incompatibles, pero internamente coherentes, debido a que la validez y las reglas de inferencia se definen por las prácticas de una comunidad específica y no por criterios y restricciones universales. En segundo lugar, han sostenido que el mismo tipo de explicaciones causales deben aplicarse a cómo se establecen las creencias científicas, independientemente de si son verdaderas o falsas, racionales o irracionales, exitosas o erróneas. Esto llevó a algunos a sostener de manera adicional que sería inmoral imponer un sistema de evaluación de creencias de un contexto a otro, y a analizar en este tenor fenómenos como la opresión y las injusticias epistémicas.

Ahora bien, ¿el carácter social del conocimiento y la ciencia pone en riesgo la aspiración de objetividad de la práctica científica? Algunos creyeron que sí, pero una respuesta más equilibrada, que buscaba desarrollar una explicación del conocimiento científico que fuese sensible tanto al carácter objetivo del conocimiento como a las condiciones sociales en las que se produce, fue provista por algunas epistemólogas feministas.

Desde la década de los sesentas, algunas epistemólogas feministas se plantearon una pregunta fundamental: ¿cómo es posible que la ciencia sea objetiva si ha excluido sistemáticamente al menos a la mitad de la población de las filas de sus practicantes? Derivado de este cuestionamiento se preguntaron también cómo era posible la objetividad cuando muchas teorías científicas incorporaban prejuicios sociales evidentes acerca de la raza, la clase social y la etnicidad. No obstante, mientras muchos sociólogos consideraron el carácter social de la ciencia y el conocimiento como sinónimo de subjetividad, parcialidad, irracionalidad y arbitrariedad, los cuestionamientos feministas no eran necesariamente hostiles a la objetividad científica.

Sandra Harding adelantó las tesis y los argumentos que posteriormente Helen Longino desarrollaría con mucha mayor profundidad. En su obra The Science Question in Feminism, publicada en 1986, Harding afirmó que la objetividad científica en muchas comunidades era débil debido a la homogeneidad de los individuos que las componían. Estas comunidades excluían de manera sistemática las perspectivas de las mujeres, las personas de color, las clases trabajadoras, lo que ocasionaba no pocas veces sesgos de clase, raza y género en algunas teorías científicas, principalmente en las ciencias sociales. Por tanto, Harding defendió la que denominó una objetividad robusta: una concepción de la ciencia que, a la vez que reconocía que las creencias, valores y experiencias de los individuos afectan su trabajo científico, consideraba que la práctica científica podría aspirar a una mayor objetividad en tanto fortaleciera la pluralidad de sus comunidades.

Una manera habitual de dar cuenta de la objetividad científica es sostener que la práctica científica se revisa a sí misma de manera continua y constante. Un resultado natural que se espera de dicha revisión es minimizar sistemáticamente las creencias falsas del cuerpo del conocimiento científico. Pero, para Helen Longino, no es que la ciencia se corrija a sí misma, como se ha supuesto que el libre mercado se autorregula mediante una mano invisible, sino que la práctica de revisión se da entre miembros de la comunidad científica a través de procesos sociales que constituyen lo que denominó “interrogación transformativa”. En sus propias palabras, la objetividad “(…) en este esquema consiste en [la] participación [de los científicos] en el intercambio colectivo de discusión crítica y no en alguna relación especial (de desapego o terquedad) que puedan tener con sus observaciones. Así entendida, la objetividad depende de la profundidad y el alcance de la interrogación transformativa que ocurre en cualquier comunidad científica”.

Para Longino la interrogación transformativa es capaz de eliminar los sesgos, prejuicios, valores y suposiciones de trasfondo que los individuos introducen en la práctica científica, y con ello robustece la objetividad científica. Así, la objetividad no surge de las características intelectuales y morales de los practicantes de la ciencia, sino que es una función de las prácticas científicas comunitarias. Ahora bien, mientras más plurales sean nuestras comunidades científicas, mejor será la interrogación transformativa, y mientras mejor sea esta, más robusta será la objetividad alcanzada. Este tipo de objetividad, no obstante, no deja intacta la tercera tesis de la leyenda, pues se trata de una objetividad ante todo consensual.

 

mgenso@gmail.com

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