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viernes, diciembre 5, 2025

¿Perdimos la guerra contra los plásticos?

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Nuestra historia reciente podría ya dividirse en antes y después del Covid-19 debido a las afectaciones sociales, económicas, políticas y ambientales que la pandemia ha provocado en nuestra vida.

Si bien los últimos meses la emergencia sanitaria ha ocupado casi la totalidad de nuestra vigilancia y reflexión, en esta ocasión propongo atraer la atención hacia las transformaciones en las prácticas sociales derivadas de la pandemia, específicamente las que han trastocado nuestro consumo y la generación de residuos, para intentar dilucidar si al enfrentar al Covid-19 perdimos la guerra contra los plásticos.

La reflexión se divide en tres secciones. La primera presenta la situación de los plásticos antes del Covid-19, en la segunda se exponen las transformaciones en nuestras prácticas con los residuos derivadas de esta larga contingencia sanitaria y en la última, se despliega un bosquejo para avizorar las decisiones a las que tendremos que enfrentarnos en la pospandemia.

 

Los plásticos antes del COVID-19 

A nivel mundial, el incremento constante en la generación de residuos y la ineficiencia en su manejo, caracterizado por la incompleta cobertura del servicio de recolección y las malas prácticas de confinamiento, alertaron sobre la urgencia de implantar procesos orientados en reducir la extracción de materias primas y disminuir la disposición final sin aprovechamiento. En este contexto, surgieron conceptos como la jerarquía de los residuos, las tres R (reducir, reutilizar y reciclar) y sobretodo, la economía circular.

En 2019, la Organización de las Naciones Unidas (ONU) advirtió que la contaminación por plásticos era uno de los principales problemas ambientales, ya que el abuso en su consumo los convertía en el material contaminante más predominante en el planeta y señaló que si no se tomaban medidas inmediatas, para el 2050 habría más plásticos que peces en los océanos.

Las cifras son claras: el crecimiento en la producción de plásticos ha sido exponencial, pasó de 1.5 millones de toneladas en 1950 a 400 millones de toneladas en 2019, de las cuales, cada año trece millones terminan en el mar.

Esta situación alarmante generó movilizaciones, protestas de ambientalistas y una intensa presión política para regular su producción y consumo, y originó que en diversos países y ciudades se publicaran leyes que incluso prohibían el uso de ciertos plásticos, especialmente los de un solo uso, como las bolsas, los popotes y los materiales desechables.

Hasta principios de este año, los plásticos de un solo uso tenían sus días contados y el 2021 se vislumbraba un hito en la historia, pues tanto en la Unión Europea como en otros países del mundo, marcaba la fecha límite para acatar las medidas y avanzar en la reconversión de la industria. México no escapaba a esta situación y a finales de 2019, veinticinco entidades federativas contaban con legislaciones restrictivas hacia los plásticos de un solo uso. Es decir, a nivel mundial se habían dado los primeros pasos hacia una producción y consumo más responsables cuando…

 

Llegó el SARS-CoV-2 

En la emergencia sanitaria y quizá debido a la facilidad y rapidez de la propagación del virus, el plástico experimentó un resurgimiento y se “convirtió” en un aliado para su contención, lo que resultó en la creciente generación de los plásticos de la pandemia. 

¿Cuáles son los plásticos de la pandemia? 

Si bien una parte de estos proviene del plástico hospitalario compuesto por el equipo de protección del personal de salud y los dispositivos utilizados por los pacientes, cuyo uso se ha vuelto imprescindible; centramos la atención en los plásticos urbanos, de origen domiciliario y público, resultantes de las nuevas prácticas sociales que buscan la protección y el cuidado personal, específicamente a partir del uso de cubrebocas, caretas, guantes, toallitas desinfectantes, entre otros; también en los plásticos provenientes de las prácticas de consumo desplegadas durante el confinamiento como la compra de productos higiénicos y de limpieza, la preferencia de productos empaquetados y envasados que facilitan la desinfección, lo mismo que el incremento de las compras a domicilio; y finalmente en los plásticos de un sólo uso que, por miedo o prevención del contagio, abundan en los establecimientos alimentarios y los centros comerciales, donde se privilegia sobre productos reutilizables el uso de materiales desechables, envolturas, cubiertas, bolsas, dosis personales de sal, azúcar, salsas, etcétera.

La adopción de nuevos hábitos y el abandono de otros derivados de la pandemia se expresan fehacientemente en la generación de los plásticos domiciliarios y urbanos, muchos de los cuales pueden prevenirse. Si bien el incremento en el uso de plásticos hospitalarios es inevitable, extenderlo indiscriminadamente hacia todos los ámbitos de nuestra vida bajo argumentos de higiene, salud o protección, es suicida.

La redefinición social de los plásticos como elementos asépticos, reductores del contagio y aliados para sortear esta pandemia, junto con las medidas dictadas por las autoridades que paralizaron temporalmente la separación y reciclaje y suspendieron la entrada en vigor de las leyes prohibitivas contra los plásticos, revelan que no podemos estar más alejados de la meta y que la pandemia revirtió los avances alcanzados.

 

La pospandemia

Ahora que preparamos el regreso y experimentamos las primeras semanas de la “nueva normalidad”, el llamado es a no bajar la guardia en la lucha contra el abuso del plástico y a cuestionarnos ¿cuál es la mejor opción que podemos construir para protegernos y minimizar el uso de plásticos?

Hay razones de peso para no claudicar en la batalla. Por una parte, la crisis económica se perfila como el asunto más acuciante en plena pandemia y seguramente lo será en la pospandemia, de tal suerte que lo ambiental será recolocado como un problema secundario; de ello nos hablan el aplazamiento de la Cumbre del Clima de Glasgow (COP26), donde se detallarían aspectos puntuales de la entrada en vigor del Acuerdo de París el año próximo, o los cuestionamientos al Pacto Verde Europeo y las exigencias en varias partes del mundo de reorientar los recursos de la crisis climática hacia la emergencia sanitaria.

Debido a la caída en los precios del petróleo derivada de una sobreoferta durante la pandemia, fabricar plásticos es más barato que antes del Covid-19, lo que podría ser aprovechado por los industriales del ramo, quienes además demandan una extensión en la entrada en vigor de las prohibiciones bajo el argumento de la reactivación económica. Esta situación pone en riesgo no sólo los avances hacia la transición en la producción y consumo de plástico sino en su reciclaje. Hoy más que nunca, no podemos claudicar en las prácticas de separación de residuos y en su transferencia a centros de acopio para su posterior reciclaje. 

Por otra parte, el abuso en el consumo de plásticos urbanos y domiciliarios para disminuir el contagio es absurdo, no sólo porque no hay evidencia científica que sostenga que el plástico protege del Covid-19 –incluso se ha documentado una larga prevalencia y viabilidad del virus en este material–, sino porque es una fuente potencial de contagio, agrava la contaminación por plástico y representará un reto adicional en el futuro, ya que al estar compuesto principalmente de polipropileno y poliestireno, tarda más de 400 años en degradarse.

Los plásticos de la pandemia ya inundaron las ciudades, están dispersos en las calles, en los ríos, en las barrancas y llegaron a las playas y mares; son un problema y están en aumento; sin embargo, no deberíamos de tener que elegir entre la salud pública y el cuidado del medioambiente porque todas nuestras acciones deberían estar cifradas en clave de clima. 

El mayor desafío que enfrentamos como humanidad no es el coronavirus, lo que tampoco significa que no atravesemos una situación de riesgo; más bien vale la pena comprenderlo y mirarlo en perspectiva frente a otros grandes retos a los que hemos prestado poca atención, como el cambio climático, la devastación de los recursos naturales, la pobreza, la desigualdad…que son amenazas mucho más decisivas para el futuro de la humanidad.

 

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