En la entrega anterior, te compartía que a principios de los años 90 hubo una gran euforia por las tarjetas de futbol americano en México. Sin embargo, en la mitad de la década se suscitaron muchos cambios, no sólo a nivel nacional, como la devaluación del peso y sus repercusiones, sino también en nuestro entorno familiar.
Mis amigos y yo teníamos muchas tarjetas y llegó un momento en que eran casi las mismas. Se disparó el dólar, los costos se triplicaron y ya no nos podían comprar tanto como antes. Comenzamos a juntarnos menos para intercambiar. “¡Son las de la vez pasada!”, se escuchaba con más frecuencia cada vez.
La escuela secundaria nos separó; luego, la preparatoria; los puntos de venta nos quedaban muy lejos, los amigos dejaron de coleccionar, ya no había con quién hablar siquiera de este pasatiempo. Al final, muchos dejamos el hobbie porque ya no había dónde ni con quién comprar.
El señor que habíamos conocido en el tianguis, y que después abrió un quiosco en la plaza del rumbo, cerró sus locales; luego dejó de traer tarjetas y más tarde le perdimos la pista. Muchos aún lo recordamos por aquella época; por haber sido pionero en el coleccionismo de tarjetas deportivas, en el noroeste del Estado de México.
Durante muchos años, los coleccionistas de aquel tiempo nos mantuvimos alejados, cada quien abriéndose paso en la vida.
Pero llegó el internet, y con él, el comercio electrónico, las amistades a distancia, y en tiempos más recientes, las redes sociales. La puerta al coleccionismo estaba abierta. Sólo teníamos que cruzar el umbral.
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