Cuando realmente se desea algo, el universo conspira para que lo consigas
Paulo Coelho
Me enseñaste que una duda puede más que la razón
Pero fallaste, mi gurú
Se te olvidó enseñarme qué hacer si no estás tú
Ricardo Arjona
Tenemos una concepción del mundo que siempre nos favorece. No importa lo que hagamos o pensemos, siempre el mundo será mejor desde nuestra perspectiva. Nuestro mundo, el mío, es mejor que el tuyo. Es algo categórico en el que no aceptamos ni matices ni claudicamos en nuestra visión. De ahí que siempre pensemos que nuestro gusto es mejor que el de al lado y le digamos: “¿en serio te gusta eso?” o “¡guácala!, ¿cómo te puede gustar eso?” (ese eso puede cambiarlo por comida, artista, película, canción, cantante, crush, libro, autor, color, ropa, en otras palabras por cualquier cosa que podamos medir como bueno o malo). Siempre nuestro gusto es superior.
Hace años fui a unos tacos de a peso cerca de Pilar Blanco. Fui con unos amigos, en esos momentos de pobreza juvenil. Claro, al saber dónde estaban y el costo sinceramente pensé que me harían un daño tremendo, una salmonelosis por lo menos. No fue así.
Era un triciclo con caja enfrente, estacionado cerca de una esquina, con dos mesas sobre la banqueta. Estaba lleno. La gente ocupaba las mesas disfrutando sus tacos de a peso, otros comían parados y había fila para comprar. Debo mencionar que los tacos eran de tortilla chica y los guisos parecían más salsa que otra cosa de lo molido que estaban. El peso, creo yo, estaba en la tortilla, porque la embarrada de guiso era sólo como para darle sabor a la tortilla. Se pagaba el sabor de la tortilla. Mientras comía unas tortillas sabor chicharrón verde que parecía naranja y sabía a rojo, escuché que alguien decía satisfecho que eran los mejores tacos de la ciudad, mientras yo masticaba la tortilla saborizada. Tragué y pensé que fácilmente podría nombrar diez lugares de tacos mejores que ese en todos los sentidos. Pero esa persona dijo categóricamente que eran los mejores tacos, no dejaba rastro de duda en su cabeza. Lo creía totalmente. ¿Era posible que alguien dijera y creyera realmente que esas tortillas con una embarrada de algo que no sabías en realidad qué era, fueran los mejores?
Usar las palabras bueno, malo o mejor o peor es la medida de nuestra crítica y a la vez la medida de nuestro mundo: si estamos de acuerdo es bueno, si no, es malo. Siempre que probamos algo nuevo decimos: Es bueno, o es muy bueno, o es malo o es muy malo; también podemos decir, comparándolo con alguna medida: es lo mejor de (inserte una medida comparativa), o lo peor de (inserte otra medida comparativa). Es derecha o izquierda, arriba o abajo. No hay un medio. Jamás. Y peor aún: no podemos aceptar que nos gustan cosas “malas”.
Como la persona que decía que los tacos de a peso eran los mejores, nosotros creemos que lo que nos gusta es lo máximo y no aceptamos que nuestro gusto puede no ser gourmet, que lo que nos ponemos en el plato es algo de mala calidad o de plano horrible, que los libros que nos gustan son malos o que nuestras películas o series favoritas de plano son un bodrio, tampoco que nuestro clóset está lleno de cosas que no cumplen con la moda de la temporada.
Por ejemplo, en la carrera de Letras hispánicas es un cliché decir que Paulo Coelho es malo. Lo es, no lo puedo negar, pero lo digo después de leerlo. El problema no es eso, sino que simplemente nadie lo lee para decir por qué es malo, nadie se pone a pensar y simplemente repiten lo que alguien más dijo, evitando realizar una crítica de por qué es malo, pero a la vez buscar explicar por qué a la gente le gusta tanto y se vende como se vende. No hay crítica, sólo se repite, y no lo leen por miedo a que digan que desperdician su tiempo leyendo esa “porquería” cuando bien podrían emplearlo en leer alguna de las “grandes obras maestras de la literatura” (con esa pomposidad esnob) como Rayuela, Pedro Páramo, Cien años de soledad, Aura o Las batallas en el desierto. Y más te vale que te gusten esas obras, porque si no, entonces no deberías estudiar Letras hispánicas.
No aceptamos que nadie diga que le gusta algo malo y si lo hace, lo ridiculizamos, así en un nosotros porque me incluyo en el todos. No permitimos que a alguien le gusten las cosas malas. No digo que no todo sea bueno o mejor dependiendo desde dónde se mire, porque hay cosas malas, horribles, terribles, jodidas, feas, etc., Pero en nuestra visión hipócrita no permitimos que a alguien le gusten ni aceptamos las que nos gustan.
Conozco gente que es exageradamente crítica con las películas. Puedo leer la crítica de dos mil palabras que le hacen a la película Mank en Facebook, y dos posts después el ataque a la crítica que dijo que su libro favorito es malo y que la crítica no sirve para nada. No defiende su libro, simplemente denuesta y ataca la crítica para respaldar su gusto. De la misma manera veo a gente que porque le gustan los Beatles menosprecia la música norteña o a los que les gusta el rock que minimizan al reguetón y viceversa. Ni hablar del gran poeta de la rima Arjona que busca la rima fácil, y por eso no puede ni debe gustar. Siempre el pasto es más verde de nuestro lado y los tacos de a peso no están de nuestro lado, en teoría.
Confundimos la crítica con el gusto. La primera es necesaria y debe fungir como algo que habla sobre otras perspectivas desde un punto de vista específico, cosa que puede gustar o no, pero es la realidad “objetiva”, por eso en la crítica se argumenta, se demuestra y se expone. La segunda es imprescindible y es algo que forma parte de nosotros y de cómo percibimos el mundo y nos relacionamos con él, no importa lo que sea o el lugar que tenga, a nosotros nos gusta y eso no se puede discutir en términos “objetivos” porque no los tiene ni los tendrá nunca.
Pero a nosotros nos encanta mezclar la magnesia con la gimnasia y pensar que criticar es decir por qué te debe gustar algo, ya ni siquiera por qué es bueno, o por qué te debe desagradar algo. Como una gran forma de unificar todo en un gran y único discurso gustativo.
¿Se vale que te guste algo malo? Sí. ¿Puedes aborrecer algo bueno? Sí, también. Yo, por ejemplo, odio a los Beatles, pero puedo decir y asegurar que son buenos. ¿Prefiero un libro de Anne Rice que uno de Vargas Llosa?, sin duda, aunque reconozco que Vargas Llosa, literariamente hablando, es un gran escritor. Pero no es lo mío. Lo mío, a veces, muchas veces, son los tacos de a peso, no los cortes argentinos. O los malos epígrafes.
