Somos una democracia electoral de baja calidad, en la que importa más qué es lo que se opina antes que aquello como ciudadanos hacemos; a los grupos que llegan al poder les conviene así, de esa manera es posible negociar entre ellos fingiendo que se atienden los reclamos populares y, en la práctica, pactando lo que más convenga para preservarse en el gobierno.
Vivimos la democracia sin reflexionar qué es o cómo funciona, en especial sin detenernos a pensar en lo que nos corresponde hacer para mantenerla, protegerla, así funciona, de ahí que sea tan sencillo para quienes gobiernan simular que la opinión pública les importa y, en los hechos, sólo responder a quienes les han ayudado a llegar al poder, grupos económicos y de interés que tienen una agenda que no se vincula necesariamente con las necesidades o causas del grueso de la población.
La diferencia entre la democracia electoral y la democracia como participación la describe Giovanni Sartori así: “Hemos visto que la democracia electoral no es muy exigente. Se conforma con públicos lo suficientemente autónomos y lo suficientemente informados como para estar en condiciones de elegir quién decidirá los issues, las cuestiones. En cambio, en la democracia como participación la idea es que existe un ciudadano participante que decide él mismo también las cuestiones (en vez de delegar en los representantes)”.
La facilidad con que a través de las redes sociales podemos externar nuestra opinión nos hace creer que lo que decimos importa y que es una forma de participación, pero la democracia electoral se resuelve en los comicios, cuando se vota y se elige a quienes nos van a representar; que todos los días los medios de comunicación y las redes repliquen nuestras conversaciones logra que se confunda el estar siendo escuchados con ser atendidos; y a quienes están en el gobierno no les importa esa simulación, el mismo presidente Andrés Manuel López Obrador promueve esa idea describiendo a su acto diario de propaganda como diálogo circular, sin pena alguna refiere una y otra vez que en la mañanera se atiende lo que dice el pueblo porque se abordan las tendencias que promueven las benditas redes sociales, nada más alejado de la realidad, quienes acuden a esa conferencias no representan la opinión pública y no están a cargo de la selección de los temas.
En ese contexto donde unos cuantos fingen una conversación es sencillo caer en la trampa de creer que causas justas pueden tener eco y repercusiones, como la solicitud de que un individuo con varias acusaciones de agresión sexual pueda llegar a ser candidato de un partido, el problema es que la indignación no basta cuando de uno de los lados sólo se aparente que se atienden las peticiones. Al presidente se le puede demandar que rompa el pacto patriarcal y baje a Félix Salgado Macedonio de la posibilidad de gobernar Guerrero, López Obrador hará como que pone atención, incluso como que resolverá, sólo para cuando sea inevitable, responder que no le corresponde interferir en la vida interna de los partidos, aunque sea el que lo llevó al poder.
De continuar confundiendo opinión con participación, lo que nos indigna seguirá quedándose en vocerío, ruido al que se le presta atención durante unos minutos, hasta que suceda lo inevitable; eso sí, nos quedará la satisfacción de que nos manifestamos.
Coda. De La democracia en 30 lecciones, de Sartori: “La democracia es una ‘gran generosidad’, porque para la gestión y la creación de la buena ciudad confía en sus ciudadanos. Pero los estudios sobre la opinión pública ponen en evidencia que esos ciudadanos lo son poco, dado que a menudo carecen de interés, que ni siquiera van a votar, que no están mínimamente informados. Por tanto, decir que la democracia es una gran generosidad subraya que la democracia siempre está potencialmente en peligro”.
@aldan




