Escribo estas líneas en medio de un viaje por el sur del país. Viajar en medio de una pandemia algo tiene de película posapocalíptica, aunque todo mundo se comporte como si estuviera en un parque de diversiones. Podría haberles contado hoy de la masiva devastación ecológica que supone el Tren Maya, la cual está a la vista de todas y todos, y toma tres horas y media contemplarla en la carretera que va de Mérida a Cancún. Pero el año ya acaba, y mejor es escribir de cosas emocionantes.
Mi ojo estos días se detiene en las mezclas. Me explico. Veo en la cochinita pibil, emblema de la gastronomía del Mayab, a los cerdos que trajeron los españoles a nuestro continente. Veo en los tacos árabes poblanos al shawarma del Medio Oriente, y mientras tanto recuerdo muchas relaciones similares: los callos madrileños y nuestra pancita (que en el norte llaman menudo), nuestro amado chicharrón y los torreznos… Alguien podría señalar que estoy hablando de herencias y no de mezclas, pero las herencias asimiladas y apropiadas generan mezclas imaginativas y sorprendentes. También podrían decirme que mis ejemplos son sólo culinarios, lo que es cierto, pero lo es sólo por tragón: esto puede verse en casi cualquier manifestación cultural. Y es que, y esa es mi tesis, la cultura es de suyo universal. “Cultura local”, “cocina nacional”, “soberanía cultural “, son cada uno un oxímoron.
Esto me lleva al núcleo de mi perspectiva. Hace algunas semanas escuchaba a un intelectual de la izquierda moderna señalar que el nacionalismo es un virus (con lo que concuerdo), pero que está justificado en el ámbito de la cultura y sólo en él (con lo que disiento). No sólo es falso descriptivamente que haya manifestaciones culturales puras y que expresan o manifiestan una pretendida esencia grupal, sino que esa creencia inhibe nuestra capacidad de deleitarnos y obtener lo que la cultura nos ofrece. El insight que reside debajo de la superficie de la cultura es que todas y todos somos miembros de la misma especie animal que vive en un pequeño planeta en un lugar remoto del cosmos. Ningún tribalismo está justificado, el nacionalismo incluido.
Aunque los tribalismos son uno de los problemas más graves que enfrentamos los humanos en este nuevo siglo y milenio, algo cabe decir sobre el mito de la pureza que presupone cualquier localismo cultural. Ya lo dijo Nicolás Guillén: “Yo no voy a decirte que soy un hombre puro. / Entre otras cosas / falta saber si es que lo puro existe. / O si es, pongamos, necesario. / O posible. / O si sabe bien… / ¡Puah!, qué porquería”.
¡Feliz año nuevo!
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