En la actualidad considerar a la libertad expresión como un ejercicio libre de la profesión, es sinónimo de represión o persecución política, máxime si trata de desentrañar el mal trabajo de los gobiernos y sus actores principales, que en su carácter de gobernantes, no logran sostener la estabilidad de un país, un estado o un municipio, pues en algunos casos, buscan recrear un escenario distinto al que realmente se vive, comprando a otros medios de comunicación (prensa, radio y televisión) para así ofertar un contexto político ajeno a la libre crítica.
Cautivos han permanecido, reporteros, periodistas e incluso aquellos quienes han intentado iniciar en la labor periodística, no desconociendo el derecho que por ley les corresponde, al contrario, por el temor de que no exista una autoridad capaz de respetar la garantía señalada en el máximo ordenamiento constitucional en México, es decir, no violentándoles la libertad para que puedan difundir opiniones, información e ideas a través de cualquiera de los medios con los que se cuenta ahora.
Claro que no es lo mismo la crítica realizada en la época de los ochentas, a lo que cotidianamente vemos en los tiempos de la era digital o de las redes sociales. En los ochentas, algunos cuantos tenían el privilegio de criticar el actuar de los gobiernos, claro que parte de ese privilegio, es que pocos conocían a estos tan desconocidos medios de comunicación que intentaban ponerse a las patadas con el Presidente de la República o con alguno que otro gobernador.
La historia nos dice, que desde siglos atrás los medios de comunicación ya buscaban hacerles frente a las autoridades, pero de una manera distinta, digamos menos dura y lo que pasaba, es que no existían los medios de mayor circulación hasta ahora conocidos, existían las gacetas, datadas desde los primeros años del 1700, su función se centraba únicamente en realizar comunicaciones periódicas, pero con una gran desventaja, eran pocos los lectores que osaban por consultarla.
Es interesante saber, si a Don Miguel Hidalgo y Costilla, se le hubiera ocurrido realizar una rueda de prensa para dar a conocer los motivos por los cuales consideraba llevar a cabo su famosa lucha de independencia, muy probablemente los medios de comunicación lo hubieran bombardeado con una gama de preguntas, sin dejar de mencionar la serie de entrevistas que tendría que ofrecer en radio y televisión y claro no podía faltar, las fotos para redes sociales.
Para los medios de comunicación, la década de la independencia, habría representado una noticia más, donde informar sobre tales acontecimientos era fundamental, decesos; fusilamientos; decapitaciones; logros; constituciones; sentimientos de la nación; y acuerdos, pero tal vez esa información no era suficiente, así que pudo darse la posibilidad de generar una solicitud de acceso a la información y preguntarle al Estado Mexicano, presidido por Guadalupe Victoria, ¿Cuál fue el costo total de la guerra de independencia y cuantos decesos fueron registrados durante el año de 1810 y 1821? Interesante podía ser la pregunta, sin embargo la realidad era otra, no había medios de comunicación y mucho menos, solicitudes de acceso a la información.
A los gobiernos en México y no me refiero propiamente a los desarrollados en el siglo XIX, sino en general, gobiernos del siglo XX y XXI, les queda claro, que las buenas acciones se olvidan, pero las malas quedan clavadas en la mente de los mexicanos, por ejemplo, “dos de octubre no se olvida”, “caso Tlatlaya” mucho menos, los “43 de Ayotzinapa” jamás, pero limitar, censurar y asesinar la labor periodística, quedara grabado por siempre y recordado como el abismo de la nula libertad de expresión.
Hoy manifestar una idea o tomarse una foto con tus mejores amigos, es sinónimo de deslealtad, por lo menos así lo aseguran quienes se sienten ofendidos, al punto de derramar una lágrima ante el dolor sufrido por semejante acto de deslealtad, aunque la deslealtad no se mide con opiniones o fotografías, se mide con el mal desempeño de los colaboradores más cercanos en su círculo de “amigos”.
La opinión a los gobiernos ya no se puede ocultar, lapidar o comprar, antes se compraba a muy buen precio, tristemente Don Miguel Hidalgo, José María Morelos y Pavón, Benito Juárez, Plutarco Elías Calles, no tuvieron la oportunidad de contar con una televisora que solapara sus fechorías, pero sí con presidentes que aplaudieran y premiaran lo que nunca hicieron, dicho sea de paso, eso no es libertad de expresión.
Triplemente triste será para el Presidente de la República, para el Gobernador o Presidente Municipal “incómodo”, el no poder controlar a las redes sociales, a los consorcios televisivos los podrán controlar y vetar electoralmente hablando, pero no a las redes sociales, en redes sociales se opina, bien o mal, pero la opinión siempre estará ahí, se apoya al candidato antes de la campaña, en precampaña, durante la campaña, en la jornada electoral, después de la jornada, en el cargo, después del cargo, y lo mejor es que nadie te puede censurar.
Exijamos a los gobiernos que supriman al supresor, que violenten al que viola la libertad de expresión, que castiguen al que castiga al periodista o la persona que desea expresar una opinión, que destituyan a quienes son parapetos y cómplices de innumerables violaciones al derecho humano a la libertad de expresión, curiosamente el deseo de opinar o de saber tiene un escudo y se llama anonimato, la razón es muy sencilla, los gobiernos son represores por naturaleza.
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