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viernes, diciembre 5, 2025

Populismo/ Memoria de espejos rotos 

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 Pido excusas ante vos por mi esperma y por mi voz,

y saco brillo a las máscaras tras las que soy capaz de hablaros.

Y buscaré en el interior algo parecido a un dios,

y seré como un rey que se olvida de reinar,

y aun así sigue siendo rey…

Stanislavski – Nacho Vegas

 

 

El concepto de Populismo ha sido abundantemente utilizado para definir ciertos rasgos de la política, aunque no siempre se ha usado de manera unívoca. Sin embargo, para que una práctica política pueda definirse como “populista”, debe reunir ciertos criterios, y no necesariamente tener otros. Así, para entender un poco mejor el concepto, comparto lo siguiente.

El término proviene de los conflictos agrarios de la Rusia zarista de la segunda mitad del siglo XIX. En este contexto, diversos liderazgos campesinos peleaban para que la política beneficiara al pueblo. No obstante, a pesar de que el término “populismo” tiene un origen cercano al marxismo, no necesariamente está ligado a la izquierda política.

El populismo puede entenderse como una ideología y como una estrategia política. Su base es la retórica discursiva en la que se exalta al pueblo, o se dice beneficiarle, aunque en la práctica no sea así. Esta retórica se basa en la dicotomía entre el pueblo y las élites, sean económicas, políticas, académicas, o culturales.

En el populismo, el pueblo representa al bien, y las élites al mal. Se abusa del discurso de la horizontalidad, aunque en la práctica siga la brecha entre quienes mandan y quienes obedecen. Para que funcione, el populismo utiliza la demagogia; es decir, el discurso retórico que exalta los prejuicios, emociones, miedos y esperanzas populares.

En esta combinación de Populismo y Demagogia, toda la comunicación política (es decir, las maneras en la que se comunica el ejercicio del poder) debe estar dentro de los marcos de la Propaganda. Dicho de otro modo, el discurso del emisor atiende a exaltar factores emocionales del receptor, busca apasionarle más y que reflexione menos.

Cuando parte de la población es seducida por la propaganda demagógico populista, suceden fenómenos alarmantes: primero, se agudiza la dicotomía “pueblo bueno contra élites malas”; luego, el líder encarna al pueblo; luego, el discurso se vuelve totalitario: o se está con el líder o contra él; luego, cualquier crítica al líder es traición al pueblo.

Así, populismo y demagogia van de la mano para construir una narrativa en la que se utiliza la desinformación, la oposición a la intelectualidad, la erosión del pensamiento crítico, y la propaganda política maniquea. Visto así, el modelo populista puede ser o “de izquierda” o de “derecha”; es decir, no necesariamente los populismos son socialistoides.

Mientras que los populismos “de izquierda” atienden en su discurso a las necesidades materiales y económicas del pueblo; los populismos “de derecha” atienden a otros símbolos del imaginario popular, como la religión, la xenofobia, el conservadurismo patriarcal, o la racialidad. En la política contemporánea, se mezclan los valores retóricos de la izquierda y derecha populista.

De este modo, como ejemplos de populismos de derecha, están el Brasil de Bolsonaro, los EEUU de Trump, o la Inglaterra de Boris Johnson, con discursos separatistas, xenófobos, cristofascistas, u homofóbicos; mientras que un ejemplo de populismo de izquierda es, por citar alguno, el discurso y la práctica de la actual presidencia de nuestro país.

En el populismo anida el “huevo de la serpiente” de los fascismos, los totalitarismos, y las autocracias. Los populismos comienzan como algo seductor y necesario en la política de cualquier sociedad, y terminan valiéndose de las debilidades sociales para obtener el poder o -peor aún- para legitimar su ejercicio mediante recursos de adoctrinamiento y coacción.

El populismo es una amenaza contra la democracia, ya que fomenta una cultura política poco crítica, cuya participación social se basa en retóricas demagógicas a cambio de la esperanza para obtener compensaciones sociales; mientras que la democracia demanda una construcción de ciudadanía que se involucre activamente en el ejercicio colectivo del poder de manera equitativa.

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